El
anticlericalismo de la época guzmancista dejó en la sociedad
venezolana consecuencias nefastas. Como señala Mons. Navarro:
"Muchos decenios ha necesitado la Iglesia católica para comenzar a
alzarse de su postración preparándose a un
porvenir más honroso de ilustración e influencia social,
pues aunque el período guzmánico se acabará en lo político, su
acción anticlerical perduró"
.
Dada
la precaria situación de la Iglesia, Monseñor Ponte, para lograr
el rescate de algún derecho, se suma a los seguidores del
dictador, del cual era amigo desde la adolescencia. Su actitud es
una de las consecuencias de la Ley de Patronato en Venezuela
.
Monseñor Ponte logró establecer una Escuela Episcopal que
sustituyó al seminario mayor. Los medios de subsistencia con los
que contaba, provenientes de una Iglesia privada de fuentes
económicas suficientemente fuertes y estables, no le permitieron
contar con la organización y vitalidad de un seminario, pero al
menos se pudo continuar la formación del clero; desde luego no se
alcanzó la cantidad y calidad que había tenido anteriormente, pero
se logró que los estudiantes, una vez abierto de nuevo el
seminario, pudieran continuar sus estudiose
.
A su
muerte en l883, Guzmán Blanco propone al Congreso la candidatura
del Dr. Críspulo Uzcátegui
, Provisor de Mons. Ponte, como su sucesor. El 22 de febrero de
l885 fue consagrado en la Iglesia de Altagracia en Caracas,
tomando seguidamente posesión de la Diócesis
.
A
partir de 1888, aún bajo el gobierno del Ilustre Americano, pero
sin la influencia directa de Guzmán en el poder, comienza una
época de resurgimiento para la Iglesia venezolana. Las
circunstancias políticas son favorables a este cambio.
En
l888 sube a la presidencia el Dr. Rojas Paúl
, impuesto por Guzmán Blanco para acabar el período
presidencial. Su política eclesiástica estará en abierta
oposición a la de su antecesor, más por el deseo de atacar al
gobierno guzmancista (del que había sido secretario del Interior
durante el conflicto con Mons. Guevara y Lira), que por intereses
eclesiásticos
.
Durante su gestión se intentará firmar, por última vez en el siglo
XIX, un Concordato entre la Santa Sede y el gobierno venezolano.
Los primeros contactos los estableció el arzobispo enviando a Roma
una carta en enero de l889, en la que manifestaba las condiciones
favorables que ofrecía el nuevo gobierno para el establecimiento
de un posible Concordato. La Santa Sede recibe la noticia y el 23
de febrero el secretario de Estado, Card. Rampolla
, contesta a Mons. Uzcátegui expresando su alegría al saber los
sentimientos benévolos del presidente Rojas hacia la Iglesia, pero
manifestándole su reserva con respecto al juramento que prestaban
los obispos antes de ser presentados a la Santa Sede, y que había
sido condenado expresamente por el Papa Pío IX en las cartas que
envió en l874 y l875 al Ilmo. Sr. Arroyo cuando éste sustituyó
ilegítimamente al arzobispo de Caracas Mons. Guevara y Lira en
l874. Para la Santa Sede, este juramento no se podía prestar:
"Sin una de las condiciones siguientes, primera: que se
restablezca el juramento tal como se encuentra en el Art. 27 del
Concordato celebrado en el año de l862 entre la Santa Sede y la
República de Venezuela
; segunda: que se agregue el juramento en un solo contexto la
cláusula "salvas las leyes de Dios y de la Iglesia", y tercera:
que el gobierno declare que por este juramento no se entiende que
los obispos están obligados a dicho y hecho que se oponga a las
leyes divinas y eclesiásticas"
.
Por
su parte el presidente Rojas, en carta del 6 de abril de l889,
expresa a su Santidad el deseo de un establecimiento normal de las
relaciones entre la Santa Sede y Venezuela. En ella afirma que:
"(...) Apenas restablecida la confianza en la estabilidad de la
paz, fundada en el orden y en la moralidad de las costumbres, me
he dedicado a disponer las reformas convenientes, y abrigo la
esperanza de que antes de terminar mi administración, quedará
constituida, sobre firmes fundamentos la mutua y perfecta
concordia entre la Santa Sede y la República de Venezuela"
.
Con
respecto al juramento, el presidente se apresuró a responder que
"por este juramento no se entiende que los obispos sean obligados
a dicho o hecho que se oponga a las leyes divinas o eclesiásticas
". Además expresó formalmente al Cardenal secretario de Estado y
al Papa su intención de negociar un Concordato. Esta propósito no
se llevará a cabo dada la brevedad de su mandato. Los gobiernos
de Andueza Palacio y del general Crespo no hicieron nada al
respecto, aunque tampoco interfirieron en los esfuerzos realizados
por Mons. Uzcátegui para levantar a la Iglesia venezolana,
encontrando incluso el apoyo de ambos en varias ocasiones.
Se
debe al pontificado de este arzobispo, la llegada a Venezuela de
congregaciones religiosas necesarias para ayudar al escaso clero
nacional en todos los campos apostólicos: la educación, las
misiones, la salud, etc.
e igualmente la fundación en poco tiempo de varias congregaciones
religiosas netamente venezolanas
.
Construyó el edificio para la Escuela Episcopal adyacente a la
catedral de Caracas, lugar que más tarde dio asiento fijo al
seminario cuando éste pudo restablecerse. Quizá su obra de mayor
importancia fue la fundación en l890 del diario católico La
Religión, periódico que se constituiría en el órgano de
defensa del catolicismo en momentos de fuertes polémicas y ataques
contra él
.
Veinte años duró el pontificado de Mons. Uzcátegui aunque los
últimos cuatro años de su vida sufrió de una grave afección
cerebral que le inhabilitó para el gobierno de la arquidiócesis.
Si nos hemos detenido brevemente en él, ha sido para demostrar que
a pesar de la afirmación de muchos autores al afirmar que hubiera
podido llevar su obra más lejos, ésta abrió la brecha que sus
sucesores aprovecharían para trabajar en bien de la Iglesia
venezolana.
Antes
de ser inhabilitado y percatándose de su enfermedad, nombró
Provisor y Vicario general al Pbro. Juan Bautista Castro
, el 24 de diciembre de l899. Esta circunstancia dio lugar al
conflicto que se produjo entre el Cabildo y el Vicario general.
Nos detendremos a analizar dicho problema, pues será un factor
importante en el momento de la elección de Mons. Rincón, figura
totalmente nueva dentro del clero metropolitano. Consecuencia de
este conflicto fue la fuerte división de los sacerdotes de la
capital, que se mantendría latente hasta bien entrado el siglo XX.
El 29
de octubre de l900, un terremoto de grandes proporciones desbastó
la ciudad de Caracas. Si bien no hubo muchos muertos, los heridos
y los desastres materiales fueron numerosos.
El l6
de noviembre el periódico La Religión publicó un artículo
en el que se pedía el mayor número de firmas posibles para dirigir
al Papa un cablegrama pidiéndole una bendición que los confortara,
firmado por el arzobispo de Caracas. Cuatro días después en El
Conciliador, un periódico de la ciudad, apareció un remitido
que consideraba como un abuso haber puesto la firma del arzobispo
en el artículo, dada su incapacidad por la enfermedad que sufría,
y excitaba a la prensa para que reclamara medidas que remediaran
la situación anormal que vivía la arquidiócesis
. La reacción en La Religión no se hizo esperar. Al día
siguiente dicho periódico dejaba claro que el Vicario general
autorizaba tal firma en virtud de su derecho, ya que por su
posición él era uno con el prelado y en este caso no había ningún
tipo de usurpación.
A
partir de entonces las polémicas se desatan y los debates a través
de la prensa se multiplican. Una serie de artículos anónimos
tratan de sembrar la duda sobre la jurisdicción del Vicario
General y se pedía al Capítulo Metropolitano que asumiera el
gobierno de la arquidiócesis ya que el arzobispo, por su salud, no
podía ejercerlo. En este debate La Religión defendería a
capa y espada los derechos del Vicario General, no siendo así las
intenciones de algunos clérigos del Capítulo que, aprovechando la
demencia de Mons. Uzcátegui, querían obtener la jurisdicción
eclesiástica de la arquidiócesis. Para ello debían destituir al
Pbro. Castro de su cargo, en vista de lo cual dirigieron una gran
campaña en su contra, valiéndose sobre todo de la prensa y
refugiándose en el anonimato.
Ante
estos ataques incesantes, y sin saber a ciencia cierta quiénes
eran sus autores (aunque la voz general señalaba a eclesiásticos
como los responsables de estas publicaciones), Mons. Castro
publica una Pastoral el 3 de diciembre de l900 en la que señala
su posición e intenta aclarar la verdad de la situación. En ella
condena las declaraciones hechas sobre el estado mental del
arzobispo "tratándole como demente, cuando tal falta de
consideración pública no se comete jamás ni en el más ínfimo
individuo de una sociedad culta y civilizada"
.
Todo
el problema giraba en torno a la supuesta inhabilidad perpetua del
arzobispo Uzcátegui que todavía no había sido declarada
oficialmente. Cuando esta declaración llegara, dos eran las
tendencias con respecto al gobierno de la diócesis: una sostenía
que el gobierno podría nombrarle uno ó dos coadjutores, apoyándose
en la decretal de Bonifacio VIII Pastoralis Officci que
estipulaba:
" Si el obispo perdiere la razón y llega hasta no poder o no
saber lo que quiera o no quiera, entonces su Capítulo, o las dos
terceras partes del mismo, designarán uno o dos coadjutores
idóneos que ejerzan la jurisdicción"
.
aún
existiendo un Vicario General cuya jurisdicción no reconocían dado
que la del arzobispo había cesado y dependía de éste. Esta era la
posición de algunos miembros del Cabildo que querían hacer oficial
lo antes posible la demencia de Mons. Uzcátegui y declarar el cese
de la jurisdicción del Vicario General. La otra, representada
por el Pbro. Castro, mantenía que:
"Fuera de los casos de remoción o renuncia, que no atañen a este
asunto, la jurisdicción del Vicario General subsiste íntegra y
firme mientras subsista la jurisdicción del obispo; la razón es
porque la jurisdicción del Vicario General no es sino la misma
jurisdicción episcopal, y corre, por tanto, la suerte de ésta.
Para que un impedimento, pues, que imposibilite al obispo en el
ejercicio de la jurisdicción hiciera cesar la del Vicario General,
sería necesario que dicho impedimento privara al propio tiempo al
obispo de su jurisdicción; pero es el caso que no existe ningún
impedimento que al imposibilitar de ejercer su jurisdicción lo
prive también de ella por ese solo hecho.
Aquí ha estado uno de los grandes errores que la ofuscación o la
malicia han venido manejando en la presente cuestión: el de que el
Prelado pierde su jurisdicción por la enfermedad perpetua que le
impida ejercerla. No; el Sr. Arzobispo no ha perdido su
jurisdicción ni la perderá aún en el caso que se comprobara su
perpetua inhabilidad mientras no interviniera la Santa Sede: lo
que sucede es que no la puede ejercer: no tiene la jurisdicción en
acto pero la conserva en hábito. Esto es tan cierto, que aún
declarada la inhabilidad perpetua, si antes que el Papa
intervenga, el obispo recobra el uso de sus facultades no sea sino
por una hora, todos los actos de jurisdicción que en esa hora
ejerciera serían completamente válidos (...)"
.
Ambas
posiciones apelaban al derecho canónico para dar validez a su
argumentación y en él la encontraban. Uno de los grandes
problemas dentro del conflicto fue esa diversidad de decretos y
doctrinas que no formaban un todo coherente y se prestaban a
confusión, manteniendo firmes opiniones diametralmente opuestas
. El único camino viable para el Pbro. Castro capaz de dar una
solución libre y segura al problema era recurrir a la Santa Sede.
"Para este recurso, no se necesita entrar en averiguaciones
respecto a la salud del Sr. Arzobispo, porque es un hecho que la
enfermedad que sufre, con muchísima frecuencia le impide la
administración de la arquidiócesis y para llegar por este medio a
una solución satisfactoria los sagrados cánones trazan vías claras
y seguras"
.
La
pastoral del Vicario General, lejos de apaciguar los ánimos, los
exaltó más aún. El clero se dividó definitivamente. Los
adversarios del Pbro. Castro tomaron posiciones más drásticas y
los ataques en la prensa se recrudecieron a pesar de la orden que
éste había dado de evitar declaraciones sobre el asunto sin una
licencia previa. Por otra parte, los fieles y la mayoría de los
sacerdotes de Caracas que lo apoyaban, le manifestaron su
acatamiento y fidelidad también a través de la prensa.
Estas
luchas crearon en Caracas un estado de alarma social, pues ya no
eran únicamente los sacerdotes los implicados sino que también se
involucraron en el debate los seglares.
Uno
de los grandes instigadores de la campaña contra el Pbro. Castro
fue un sacerdote cubano que había alcanzado en el país altas
dignidades, el Dr. Ricardo Arteaga. Hombre de letras, era
doctoral del Capítulo Metropolitano
. Los otros sacerdotes que le apoyaban en contra del Pbro. Castro
eran también miembros del Capítulo Metropolitano. Estos
capitulares, explotando las noticias sobre la salud del arzobispo,
quisieron investigar oficialmente lo que hubiera de cierto en el
estado mental del prelado y actuar en consecuencia. Para el Pbro.
Castro esta investigación era prematura, pues todavía una
recuperación era posible, como ya había sucedido otras veces. Sin
embargo, cedió ante la demanda de los capitulares y convocó varias
sesiones extraordinarias en las que pronto se vio que el objetivo
no era otro que una lucha contra el vicario
. Así éste prefiró no asistir más a ellas, dejando el campo libre
a sus adversarios.
El
Capítulo nombró una comisión de cuatro médicos para que examinara
al arzobispo, pero las gestiones fracasaron ante el rechazo de sus
familiares a un examen médico. Los capitulares deciden entonces
acudir al presidente de la República para informarle de la
imposibilidad del Cabildo para hacer las averiguaciones con
respecto a la salud del arzobispo. El gobierno nombra tres
médicos para que dictaminen sobre la salid de éste. Mientras, los
capitulares escriben al Papa el 20 de diciembre:
"Para poner en conocimiento de Vuestra Santidad, que el Gobierno
Supremo de la República ha dictado diligencias para la
interdicción civil del Ilustrísimo y Reverendísimo Sr. Arzobispo,
mas atendiendo el Capítulo a lo dispuesto por la decretal del Sumo
Pontifice Bonifacio VIII, in sexto, noticia todo esto a Vuestra
Santidad para que en su sabiduría resuelva"
.
Así
pues, se dejaba en manos del Papa la solución definitiva del
problema tal como el Pbro. Castro había sugerido en su pastoral.
Este acuerdo capitular de recurrir a la Santa Sede zanjó el
problema de si debía o no el Capítulo Metropolitano hacer uso de
la facultad que la decretal de Bonifacio VIII le concedía de
nombrar coadjutor.
La
carta fue dejada en la estafeta de correo el 21 de diciembre por
el secretario del Capítulo, Dr. Francisco Izquierdo Martí y el
chantre Matute. Una hora después este último volvió a correos y
diciéndose presidente del Capítulo retiró la carta que había sido
legalmente certificada
.
El
cardenal Quintero encuentra una explicación para este gravísimo
comportamiento en el hecho de que el 20 de diciembre por la
tarde, la Gaceta Oficial había publicado un documento en el
que el gobierno consideraba civilmente inhabilitado a Mons.
Uzcátegui. El informe de los tres médicos designados para su
examen
era claro:
"...Declaramos, después de un minucioso examen que a causa de una
encefalopatía de que viene padeciendo hace más de dos años, las
facultades intelectuales de Su Señoría Ilustrísima han venido
progresivamente disminuyendo hasta el punto de que su campo
psíquico actual es muy deficiente, pues falta por completo la
memoria, se halla muy debilitada la atención y se manifiesta
incoherencia en el juicio. Creemos además que dicho estado de
defecto intelectual no sólo es permanente, sino que, bien
considerada la naturaleza del mal, se acentuará en el transcurso
del tiempo"
.
El
tribunal de Primera Instancia en lo Civil del Distrito Federal, le
nombra un Curador, el Dr. Francisco Izquierdo Martí, haciendo
constar con tal nombramiento su demencia
.
Con
la prueba en sus manos, los capitulares podían destituir al
Vicario General. Lo conseguirán en la sesión del 24 de diciembre
de 1900
. Con el documento del Tribunal y la pastoral del Pbro. Castro,
llegaron a la conclusión de que Mons. Uzcátegui se encontraba en
estado permanente de demencia por lo cual podía aplicarse la
decretal de Bonifacio VIII. Había, pues, que darle cumplimiento,
y para ello el Capítulo proponía asumir la jurisdicción del
arzobispo y proceder a la elección del coadjutor que era para lo
único que el Cabildo podía utilizar dicha jurisdicción.
El
cabildo estaba formado por diecinueve capitulares. Según la
decretal, para la elección del coadjutor se requerían los votos
afirmativos de las dos terceras partes de los miembros del
Capítulo, o sea trece votos.
Cuando la propuesta para asumir la jurisdicción del arzobispo se
sometió a votación en el capítulo, algunos capitulares estaban
ausentes y sólo diez votos fueron favorables a la propuesta
. Para salir de este impasse, los capitulares introdujeron una
nueva forma de votación: el capitular que no recurriese
personalmente, o por por procurador o por carta a la sesión, se
consideraría de acuerdo con la mayoría
. Tres habían sido los que no se presentaron ni enviaron por
procurador su voto, así fueron trece los votos afirmativos
recogidos. Habiendo el capítulo obtenido la jurisdicción, se
notificó a los presentes que la carta escrita al Papa no había
sido enviada y que, cambiadas las circunstancias por la
interdicción del arzobispo, debían escribir de nuevo a la Santa
Sede exponiendo los cambios sufridos. El secretario Francisco
Izquierdo, viendo que había sido objeto de maquinaciones que
reprobaba vivamente, renunció a su cargo.
La
sesión del 26 de diciembre fue decisiva
. Presidía el Chantre Matute en ausencia del deán y el
arcediano. En total los asistentes a la sesión eran doce. Se
reunían para nombrar coadjutor. La forma de voto sería la nueva
adptada en la sesión anterior, pero en estas circunstancias se
mantendría secreto. Antes de comenzar se leyeron las cartas de
los capitulares ausentes, dos de la cuales nombraban procurador y
otras dos se pronunciaban contra el nombramiento de coadjutor, una
defendiendo la jurisdicción del Vicario General y otra remitiendo
a Roma la decisión final. A ellos se sumaban otros dos votos
negativos y un oficio que se dejó para el final de la reunión, una
vez realizada la elección. Hubo un total de catorce votos de los
cuales once fueron a favor del Dr. Ricardo Arteaga. No se había
conseguido el número requerido para que la eleción fuera válida.
Los
capitulares reconsideraron entonces los votos salvados y,
tergiversando el sentido de lo escrito por los ausentes, los
asimilaron a los votos en favos del nuevo coadjutor. Sólo dos
personas se opusieron a este proceder pero de nada valió
. En un acto contradictorio consideraron negativo el voto del
deán Pbro. Juan Bautista Castro.
El
canónigo doctoral Pbro. Dr. Ricardo Arteaga había sido elegido
canónicamente coadjutor del arzobispo Uzcátegui. El electo
declaraba que "obedeciendo la voluntad de Dios" aceptaba el cargo
y "agradece a sus colegas la honrosa elección"
.
Llegado este momento, se reclamó la lectura del oficio que se
había entregado al principio de la sesión. Se trataba de una
protesta del deán de la Catedral en su carácter de presidente del
Capítulo contra el nombramiento del Vicario Capitular o coadjutor
"por considerar dicha elección funesta para esta Iglesia en los
actuales momentos, no siendo como es cierto y seguro el derecho
del Capítulo para hacerlo"
. Los firmantes no reconocerían a otro superior eclesiástico que
el entonces Vicario General arzobispo, entre otras razones porque:
"Habiendo declarado la casi totalidad del clero de la
arquidiócesis
que no reconocerá en este conflicto y mientras no haya sido resuelto
competentemente, otro superior eclesiástico que el Vicario
General, el Capítulo se hará responsable con la elección del
vicario capitular o coadjutor de un cisma que será inevitable, y
de todas las consecuencias desastrosas que acarreará a esta
Iglesia ya tan afligida y desorganizada por este injustificado
proceso"
.
La
mayoría del Capítulo juzgó que no debía considerarse como voto
negativo este oficio, pues de haberlo aceptado, la interpretación
que se dio a los votos salvados como de acuerdo con la mayoría, no
hubiera sido válida y los votos afirmativos se hubieran reducido
de nuevo a once. Se acordó, pues, mantener la votación favorable
y participar por carta a la Santa Sede, al general Cipriano
Castro, presidente de la República y el Dr. Juan Bautista Castro,
gobernador del Arzobispado
, que en esa sesión extraordinaria, el Cabildo había declarado
cuasi vacante la sede arzobispal, había asumido la jurisdicción de
la arquidiócesis y declarado cesante en su oficio al Vicario
General nombrando coadjutor al Pbro. Dr. Ricardo Arteaga
.
El
Pbro. Castro, antes de que le comunicaran la elección, estaba al
corriente de todo lo ocurrido y se dirigió al presidente Cipriano
Castro para informarle acerca de la situación
. El 27 de diciembre publicó una carta pastoral en la que
condenaba la elección del coadjutor que había sido nula y
declaraba:
"Que el Sr. Doctoral Ricardo Arteaga, por el acto verificado ayer
en el Cabildo, es un intruso y un usurpador de la jurisdicción
eclesiástica, y queda desde este momento sometido por tal delito a
la pena de suspensión, lo mismo que todos y cada uno de los
canónigos que lo eligieron y que son los que no firmaron la
protesta"
.
Además pedía a los párrocos de la arquidiócesis y demás rectores
de Iglesias, que cumplieran con el deber que se les imponía de
aceptar la suspensión de los clérigos sin necesidad de otra
notificación y se les pedía la oración "Pro concordia in
congregatione servanda". Se cerraron algunas capillas y se
intentó suplir a los clérigos en las otras que ocupaban. Prohibía
asimismo la publicación en la prensa de todo lo que tuviera
relación con el conflicto sin su previa autorización.
La
mayor parte del clero y la población reconocieron la autoridad del
Pbro. Castro, pero los capitulares suspensos no acataron dicho
decreto y celebraron normalmente las misas que les correspondían
en la catedral y en sus capíllas habituales. Los fieles en su
mayoría abandonaban el templo.
En un
principio no se supo cual sería la reacción del gobierno
, pero ésta no se hizo esperar. El general Cipriano Castro, que
no era ningún analfabeto, sabía cómo debía de actuar según lo
establecido por la Ley de Patronato y por el derecho canónico. En
carta fechada el 29 de diciembre notificaba el Cabildo
dirigiéndose al Pbro. Matute que:
"Como por el derecho de Patronato que ejerce, corresponde al jefe
supremo aprobar o desaprobar el nombramiento de vicario coadjutor
hecho por el Cabildo, el jefe supremo se abstiene en el presente
caso del ejercicio de aquel derecho porque en el nombramiento que
le presenta, no ha cumplido el honorable Cuerpo cuya reunión
presidió Ud., con todas las ritualidades del Derecho Canónico que
exige para la validez de la elección los votos de las dos terceras
partes del Capítulo. Viciado en su origen el nombramiento del
Pbro. Dr. Arteaga, no podría convalecer ni por obra de nuevos
procedimientos ni por la acción del tiempo ..."
Entre
tanto el Pbro. Castro informó a Roma cablegráficamente de la
situación, y mientras la Gaceta Oficial publicaba la carta
del gobierno al Cabildo, se recibía contestación de Roma en la que
ordenaba al elegido que se abstuviera de todo ejercicio y que la
jurisdicción la mantenía el Vicario General hasta nueva decisión
de la Santa Sede. Por su parte, éste debía levantar la sanción a
los sacerdotes del Capítulo.
Los
capitulares causantes de estos conflictos se sometieron a las
directrices de Roma y así lo hicieron saber al Vicario General,
quien aceptó su acatamiento no sin antes intentar que cumplieran
la suspensión que les había impuesto y de la cual habían hecho
caso omiso. Sin embargo, el Pbro. Castro les quitó la sanción,
pues podría haber originado nuevos conflictos cuando aún los
ánimos no estaban del todo apaciguados.
Acababa el siglo XIX con la solución un problema, cuyas secuelas
desencadenarían nuevos conflictos.
El
Pbro. Castro, como Vicario General y gobernador del arzobispado,
dirige a toda su feligresía una carta pastoral de año nuevo en la
que resume los acontecimientos vividos desde finales de noviembre
y recrudecidos especialmente los últimos días de diciembre, con la
intención de disipar cualquier duda que tan enojosa situación
hubiera podido crear en torno a su autoridad y derecho como
vicario. Señala que la acción casi simultánea del gobierno de la
República y de la Santa Sede fueron providenciales y justas,
devolviendo ambas la paz a la Iglesia venezolana. Agradece a
todos aquellos que le ayudaron y contribuyeron a restablecer el
orden interior de la Iglesia, y finaliza señalando que, zanjado un
primer paso, quedaba todavía el siguiente: el nombramiento del
obispo coadjutor
.
A
pesar de las muestras de sumisión a Roma, los sacerdotes que se
habían enfrentado al Vicario General mantuvieron su oposición
frente al prelado, intentando por todos los medios evitar que
ocupara la mitra arzobispal.
El 21
de febrero de l90l llegó a Caracas el delegado apostólico Julio
Tonti
. Todos esperaban que arreglara el problema de la Iglesia
venezolana definitivamente conciliando cada una de las partes
opuestas, pero el año de l901 transcurrió en medio de fuertes
polémicas sin que se llegara a ninguna solución .
La
sesión del Cabildo del 27 de febrero de l902 fue de vital
importancia para el restablecimiento de la paz dentro del clero de
la capital. En ella se leyó una carta que León XIII dirigió al
Capítulo Metropolitano exhortándolos a la unión, a la paz y a la
obediencia al Vicario General, Pbro. Castro, en quien el Papa
tenía depositada toda su confianza. Así mismo les incitaba a la
reconciliación mutua y al perdón, todo ello en prueba de la
adhesión de los sacerdotes a la Santa Sede y por el bien del país:
"...Por lo demás si en algo os habéis causado ofensa, perdonaos
mutuamente, para que asociados por el sentimiento de la caridad
viváis solícitos con toda humildad para conservar la unidad del
espíritu en el vínculo de la paz (...). Os exhortamos, pues, a
que deis una nueva prueba de vuestra unión con la Sede Apostólica,
y a que hagáis también con este proceder, beneficio singular a
vuestra patria, que en estos tiempos difíciles busca y quiere muy
principalmente la unión con todos sus hijos".
Esta
carta resolvió definitivamente las dudas sobre la cuestión
canónica que dividía al clero. El Capítulo en pleno respondió al
Papa en marzo del mismo año, aceptando unánimemente su decisión y
acatándolo
"sin reserva ninguna, en sí misma y en todas las consecuencias que
de ellas nos habéis expuesto". Una vez más el clero venezolano se
adhiere a Roma, única autoridad capaz de mediar entre grupos
antagónicos, si bien muchas veces tal intervención era tardía o
comprendía a medias los problemas de la Iglesia venezolana.
Una
vez leída la carta del Papa, el Pbro. Castro propuso que se
celebrara una reunión solemne de todo el clero de la capital bajo
la presidencia del delegado apostólico, Mons. Julio Tonti, con
ánimo de restaurar la armonía y fraternidad entre todos los
sacerdotes. Esta tuvo lugar el 6 de marzo de 1902 en la catedral
y logró su objetivo de reconciliación y concordia
. Ese mismo dia el Pbro. Castro dirigió al Cabildo una carta
donde expresaba " la necesidad de hacer a todo el Capítulo una
declaración enteramente personal que robustezca la confianza y
aumente el gozo de la reconciliación"
. En ella aspira a la unión sincera y fraterna del clero y se
adivina su anhelo de comenzar de nuevo y dejar atrás toda la
ambición y el ansia de poder que originaron la división. Como
autoridad suprema de la Iglesia es el primero en dar al paso para
que la unión sea definitiva :
"Reciban, pues, mis Venerables hermanos del Capítulo esta palabra
segura y perdurable, por lo que a mi toca, de la más perfecta
caridad y confraternidad que habrá de ligarnos en adelante, y que
tendrá por resultado, como lo desea el Padre Santo, la honra de
nuestra Iglesia, la edificación de los fieles y nuestra propia
justificación.
Espero que el Cabildo olvidará para siempre cualquier desagrado o
pena que haya tenido la desgracia de causarle en el modo de
proceder durante los debates de la cuestión que tanto nos ha
afligido; y por mi parte procuraré llevar al seno del Capítulo y
al corazón de mis colegas la más eficaz y plena reparación (...)"
.
A
pesar de la buena voluntad por solucionar el problema y de los
deseos de reconciliación, el cabildo quedó marcado por esta
división y persistió en él un estado de desasosiego que se
manifestará en diversas ocasiones.
En
1903, antes de ser clausuradas las reuniones del Congreso, el
presidente Cipriano Castro dirige un mensaje especial para
presentar al Pbro. Juan Bautista Castro, Coadjutor con derecho a
sucesión del arzobispo Uzcátegui
. Una vez elegido por este Cuerpo, se propuso a la Santa Sede,
quien lo acepta con gran complacencia. El 29 de octubre 1903, el
Pbro. Castro recibe un telegrama de Roma por el que se le nombraba
obispo coadjutor de Caracas con derecho a Sucesión y se le
invitaba cordialmente a recibir la consagración episcopal en
Roma. El 20 de noviembre se embarca hacia la Ciudad Eterna donde
será consagrado como arzobispo titular de Serre, Coadjutor del
arzobispo de Caracas por el Emmo. Sr. Cardenal Merry del Val
, Secretario de Su Santidad, el 6 de enero de 1904. Dos meses más
tarde llegó a Caracas donde fue recibido con gran entusiásmo y
donde ejercerá su nueva función, después de presentar su breve al
Cabildo el 22 de marzo de 1904. Contaba con 58 años de edad
.
El 31
de mayo muere Mons. Uzcátegui, y a partir de entonces Mons. Castro
asume definitivamente el gobierno episcopal como VIII arzobispo de
Caracas.
La
labor de Mons. Castro como arzobispo de Caracas se desarrolló a lo
largo de una década. Si nos detenemos a analizarla es porque ella
imprimió una nueva vitalidad a la Iglesia venezolana, indigente
desde hacía tiempo como ya lo hemos constatado. Las pasiones
reprimidas serán el telón de fondo constante a lo largo de su
obispado, ésas que harán decir a Mons. Navarro que "es lástima que
las grandes energías de su espíritu tuvieran que emplearse la
mayor parte del tiempo en contrarrestar las embestidas de una
hostilidad irracional"
. Mons. Rincón será heredero y víctima de toda esta situación en lo
que tuvo de negativa y positiva. De ahí su importancia en nuestro
trabajo para la más clara comprensión de los acontecimientos
posteriores.
Los
autores son unánimes al constatar que bajo el impulso de Mons.
Castro hubo un resurgimiento religioso en todo el país. Fue un
hombre de gran dinamismo y un entusiasmo que contagiaba a todos
los que colaboraban con él. La acción pastoral que llevo a cabo
estuvo profundamente marcada por su fidelidad a las directrices
emanadas de Roma. Esta tendencia se vió reforzada por el Concilio
Plenario Latinoamericano convocado en Roma por el Papa Leon XIII
del 28 de mayo al 9 de julio de 1899
. Consideramos este acontecimiento capital, pues aunque la
representación venezolana estuvo ausente
, el Concilio provocó en la Iglesia Latinoamericana y en Venezuela
especialmente, el deseo de intensificar las comunicaciones con la
Santa Sede
.
Bajo
este punto de vista toma sentido toda la obra de Mons. Castro ya
que ésta no surge únicamente de las necesidades del país, sino que
se ve apoyada por las mismas preocupaciones papales. Como bien
expresa Rodríguez Iturbe, Mons. Castro significó, mutatis mutandi
respecto a la Iglesia venezolana lo que Pío X (1903-1914), fue
para la Iglesia universal
. Así las preocupaciones del Papa en cuanto a su celo hacia los
sacerdotes, el catecismo, la comunión frecuente, la reorganización
del seminario para una mejor formación del clero
, encontraron un eco incondicional en el prelado venezolano. La
iglesia del país tuvo la suerte inmensa de contar con un hombre de
gran talla humana e intelectual que supo aprovechar las coyunturas
favorables a los objetivos que se había trazado para levantarla.
Una
de sus preocupaciones primordiales fue el clero. Era hora de que
en Venezuela el sacerdote fuera realmente pastor, ya que hasta
entonces su ingerencia en la política había relegado su misión
pastoral y su formación espiritual lo que contribuía a un
decaimiento del catolicismo
.
El
primer paso que dio en este sentido, siendo aún Vicario General,
fue obtener la derogación de la ley que prohibía la existencia de
los seminarios. El 28 de septiembre de 1900, el presidente
Cipriano Castro restablece estos centros de formación del clero
, aunque no deja a la Iglesia toda la libertad de los estudios del
seminario. Aunque la organización estaba a cargo de prelados
diocesanos, éstos estaban sujetos a la revisión y aprobación del
Ejecutivo Nacional y bajo la inspección del Ministerio de
Instrucción Pública cuyos miembros eran casi siempre hostíles a la
Iglesia
. Los seminarios concedían el grado de bachiller en filosofía,
pero sólo las universidades podían dar el grado de doctor en
teología o derecho canónico a pesar de que los estudios se
verificasen en el seminario de Caracas
.
En
1906 y 1907, creó la división entre el seminario mayor y el
seminario menor y lo sostuvo él mismo con toda clase de
dificultades. La escasez del clero dificultaba la formación de las
pocas vocaciones que pedían entrar en el seminario, pues sólo
algunos sacerdotes se dedicaban a la enseñanza. Gran parte de
estos aspirantes carecían de medios económicos y la Iglesia debía
proveer sus necesidades
. A pesar de todas estas dificultades, Mons. Castro, sabía que el
futuro de la Iglesia venezolana estaba en su clero y éste
necesitaba una formación que durante muchos años se había
descuidado.
Como
arzobispo de Caracas, y siempre con el deseo de promocionar y
mantener unido el clero nacional, inicia sus labores en 1904 con
la reunión de las primeras Conferencias Episcopales, dando
así cumplimiento a lo estipulado en el Concilio Plenario de
América Latina que recomendaba:
"Que los lazos de caridad y santa amistad unan siempre al
metropolitano con sus sufragáneos, y se hagan cada vez más
estrechos con el trato frecuente y los mutuos consejos, sobre todo
en los asuntos de mayor importancia... El tiempo de estas
reuniones no deberá pasar de tres años y se fijará en cada
provincia de común acuerdo con los obispos"
.
Asistieron los cinco obispos existentes y el vicario capitular de
Barquisimeto. Para evitar cualquier problema con el gobierno
frente a una violación de la Ley de Patronato, estas reuniones
fueron llamadas "conferencias canónicas" introduciendo así una
figura jurídica no contemplada en dicha ley
. Esta designaba al Congreso como el único que podía permitir e
indicar la celebración de Concilios Nacionales y Provinciales
cuando lo juzgara conveniente para bien de la Iglesia y la
República y así mismo el único que podía aprobar las Sinodales que
se elaboraran. Al Poder Ejecutivo, por su parte, le correspondía
nombrar a las personas que asistirían a ellas por parte del
gobierno para que señalasen los puntos que debían promover y tomar
en cuenta
.
De
capital importancia fue esta conferencia, no sólo por lo que en sí
ya significaba la reunión de los obispos, sino por la renovación
que imprimió a la disciplina de la Iglesia venezolana. De ella
salió la Instrucción Pastoral del Episcopado Nacional que
sustituyó a las Sinodales de la época del obispo Diego de
Baños y Sotomayor (l683-l706), las cuales tuvieron una vigencia de
casi dos siglos
. La Instrucción Pastoral constituía un grueso volumen que
representaba la adecuación a Venezuela del Concilio Plenario,
unificando las normas canónicos-pastorales para todo el país
.
El
otro tema tratado en la Conferencia Episcopal fue el del
matrimonio cristiano como respuesta a la introducción de la ley de
divorcio en la legislación venezolana aprobada por el Congreso en
marzo de l904. Los obispos escribieron una carta pastoral en la
que dejaban bien sentada la doctrina de la Iglesia sobre la
indisolubilidad y la unidad del matrimonio cristiano
. Esta será un punto de constante conflicto entre la Iglesia y el
Estado que culminará en l930 con la expulsión del obispo de
Valencia, Mons. Montes de Oca
.
La
conferencia fue además la ocasión para Mons. Castro de proponer la
publicación de un Boletín Eclesiástico en vistas a mantener
el contacto continuo con su clero. El primer número salió el 25
de enero de l906, editándose desde entonces mensualmente. En él
trabajaron, el arzobispo y varios miembros del Cabildo
Metropolitano
.
Esta
conferencia fue una de las primeras que se celebraron en América
Latina y su influencia se extenderá a todo el continente señalando
el despertar general de la Iglesia Latinoamericana
. Sin embargo, habrá que esperar hasta l928 para que se celebre
un nuevo encuentro de los obispos, hecho que se podría explicar
por la dificultad de las comunicaciones dentro del país.
Un
interés especial mostró Mons. Castro por la obra del Catecismo, ya
que este se presentaba como una necesidad imperiosa para la
formación religiosa del pueblo y especialmente de los niños. En
efecto, la educación religiosa dependía de la acción de la
Iglesia, pues en las escuelas públicas sólo se impartía si los
padres de diez niños de la misma fe lo deseaban, y aún así, ésta
se reducía a una o dos horas por semana fuera del horario
escolar. Sin embargo, tal restricción era la letra de la ley,
pues en la práctica, al igual que sucedía con los seminarios, la
instrucción religiosa estaba sometida a la inspección de
funcionarios hostiles a la Iglesia que entorpecían la poca
libertad de ésta en el campo educativo. En cuanto a las escuelas
católicas, éstas existían, pero ocupaban un lugar insignificante,
sobre todo a nivel secundario donde el 90% de las escuelas eran
públicas. Todos los colegios estaban sometidos a la inspección
del gobierno
. Así, pues, se comprende que el arzobispo promoviera la
enseñanza catequística y exhortara a los párrocos y profesores de
religión para que diesen a esta enseñanza formas sólidas, claras y
precisas, dedicándole suma atención y sin escatimar en lo más
mínimo ni en medios ni en recursos para hacerla atractiva. El
mismo dirigió un Gran Catecismo en la Iglesia de Altagracia para
que sirviese de modelo a curas y catequistas; creó la Junta
Central Directiva de los catecismos parroquiales y adoptó el texto
del catecismo elemental recomendado por el Papa pio X, adaptando
constantemente los mejores métodos que perfeccionaran esta obra
según lo que la experiencia le fuera mostrando
. Acogió también la admisión de los niños a la comunión.
Si bien es difícil establecer los efectos de dicha obra en la
formación del pueblo y especialmente de los jóvenes, no hay duda
de que Mons. Castro acentuó la importancia de la educación
religiosa y le dio un lugar preponderante dentro de la Iglesia
venezolana, abriendo así el camino a sus sucesores para que
aprovecharan las circunstancias favorables a sus propósitos y
pudieran desarrollar a fondo esta labor educativa llegando incluso
a intervenir a nivel de la legislación para obtener una mayor
independencia frente al gobierno.
La
obra y la doctrina de Mons. Castro se extienden a muchos otros
campos, pero los señalados son especialmente importantes porque
muestran el estado en que se hallaba la Iglesia venezolana y como
el entusiasmo del prelado pudo ir asentando los cimientos sobre
los que se levantaría una Iglesia más sólida. Baste señalar
todavía su posición frente al Gobierno Civil que a pesar de ser
heredero del anticlericalismo del siglo XIX, se mostró propicio,
en algunos momentos a la acción del arzobispo. Puede afirmarse
que la actitud de Mons. Castro fue prudente y que incluso en
ciertas ocasiones encontró en el presidente Cipriano Castro un
apoyo contra sus enemigos "del interior". Ya hemos visto la
intervención del General Castro durante los difíciles días de la
elección del Vicario General, rehusando, con su aprobación,
desencadenar un cisma dentro de la Iglesia venezolana, hecho que
políticamente tampoco el interesaba. También su actitud ante el
enviado de Su Santidad, Mons. Tonti, sugiriéndole ideas para
acabar lo antes posible con el conflicto eclesiástico. Las
relaciones con el presidente eran pues cordiales, no dudando el
arzobispo en dirigirse a él en caso de dificultad. Prueba de ello
es la carta que le dirigió el l9 de febrero de l906. Por esas
fechas, los adversarios de Mons. Castro, que él conocía muy bien,
y que no dejaban de luchar en su contra, intentaron envenenarlo.
El mismo lo explica al presidente:
"...Una mano enemiga puso ayer en la vinajera del vino con que iba
a celebrar la Santa Misa, una buena cantidad de nitrato de plata,
con la intención, sin duda, de envenenarme o de causarme grave
daño. El autor de esta maldad que llega hasta el crimen no es
ninguno de los que viven conmigo en el palacio: de esto estoy
completamente seguro. Conocí el hecho en el acto de tomar el
nitrato en la Misa, que yo creía que era el vino consagrado: nada
me ha sucedido, a Dios gracia, porque esa sustancia no perjudica
sino en muy grande cantidad, según me han dicho los médicos, pero
imagínese Ud. cual habrá sido mi impresión y mis tristes
pensamientos (''')
.
El
presidente le manifestó su sorpresa y le invitó a proceder a la
averiguación del culpable para que lo denunciara ante el juez de
instrucción y pudiera castigársele.
Sin
embargo, esta cordialidad no impedía que su voz de miembro
importante de la Iglesia se levantara para defender el dogma
católico, como lo muestra su pastoral contra el divorcio. Por su
parte el gobierno lo apreciaba
"y rindió justicia en todo tiempo a la austeridad del prelado, así
como estimó en su alto valor aquella gran circunspección suya que
no le permitía prodigarse y prestaba, por ende, poderosa autoridad
a su intervención en todo grave asunto"
.
Hombre fiel a la Iglesia, fue su deseo al igual que el del Papa
Pio X "instaurare omnia in Christo", dándole gran importancia a la
doctrina católica y aspirando al influjo de ésta en la sociedad.
De ahí sus luchas por la integridad del Dogma, el vigor de sus
polémicas religiosas que como escritor dejó plasmado en sus
Pastorales y sermones. La Santa Sede lo conocía y estimaba, y le
animó en todo momento a continuar adelante. Prueba de ello fue la
carta que el Papa Pio X le envió el 8 de diciembre de l9l0 en la
que le brindaba el máximo apoyo para continuar su labor
.
El 30
de julio sufrió súbitamente el inicio de una grave enfermedad que
tras una semana de evolución pondrá fin a su vida en la ciudad de
Caracas.
Durante una semana permaneció la Iglesia Metropolitana sin vicario
capitular. dadas las tensiones reinantes. Por falta de un
ínterin,
el Cabildo se reunía en pleno para despachar los asuntos que se
presentaban. No era éste un proceso normal, y aunque legítimo en
sí, no tenía ningún apoyo en los estatutos ni en la práctica
tradicional. Finalmente, precedida la elección por una misa al
Espíritu Santo, el l3 de agosto de l9l5 resultó elegido vicario
capitular el Sr. Arcediano Buenaventura A. Núñez
. Duraría su actuación hasta el 27 de octubre de l9l6 día en que
tomó posesión de la arquidiócesis el Pbro. Felipe Rincón González,
sacerdote de 55 años de edad perteneciente a la diócesis de Mérida
en la que desempeñaba la vicaría foránea de San Cristobal en el
estado Táchira. Era pues, una persona ajena a la arquidiócesis de
Caracas.
¿Qué
había hecho posible su nombramiento como arzobispo de Caracas?
Al
morir Mons. Castro, se oyeron como posibles candidatos para el
arzobispado el vicario Capitular Pbro. Buenaventura Núñez apoyado
por el internuncio Carlo Pietropaoli
, quién había intervenido en su eleción como vicario capitular
y el deán del Capítulo Metropolitano Mons. Eugenio Nicolás Navarro
, uno de los prelados más adicto del arzobispo Castro y que había
disfrutado de su total confianza. Su candidatura estaba apoyada
por el presidente provisional, Dr. Victorino Márquez Bustillos,
quien apreciaba en el prelado, sobre todo, sus dotes intelectuales
. Evidentemente la elección de cualquiera de los dos habría
avivado la antigua disputa del clero de la arquidiócesis. Ello no
convenía ni por el bien de la Iglesia ni políticamente, ya que
Gómez no quería tener problemas bajo ningún punto de vista.
En
estas circunstancias, ¿como surge la candidatura del Pbro.
Rincón? No se sabe, a ciencia cierta, quien fue su patrocinante.
Mons. Rincón en una conversación que mantuvo con Mons. Navarro le
confió que:
"a él le dijeron unos que Vivas había dicho un día a Gómez: '¿sabe
que le tengo un candidato para el arzobispado?', y le nombró a
Rincón González; pero que también otros le han dicho que fue cosa
salida del mismo Gómez, que él, Rincón González nunca quiso
preguntarle a mons. Pietropaoli como habían pasado las cosas"
.
Según
Briceño Iragorry, en medio de las luchas por el arzobispado "Gómez
dio un corte en providencia al problema y un día dijo a Márquez
Bustillos y al Dr. Vivas: 'pues para acabar con tanta pelea,
llamemos al Padre Rincón y le pediremos que acepte a ser obispo"
.
También fue muy posible la intervención del obispo de Mérida, Dr.
Antonio Ramón Silva
, protector del Pbro. Rincón desde sus comienzos como sacerdote.
Según
carta de Mons. Ferreira al Sr. Rincón
, la Curia Romana había determinado que Mons. Silva fuera sucesor
de Mons. Castro y que el Pbro. Rincón asumiera la mitra de
Mérida. Sin embargo cuando llegó el traslado de Mons. Silva, éste
estaba en un período de relaciones enojosas con el gobierno y él
mismo influyó en la presentación del Pbro. Rincón para la mitra de
Caracas.
El
Pbro. Rincón González no era un desconocido en la escena
eclesiástica del país, y por tanto, no lo era tampoco del dictador
Gómez. Sin embargo, hasta entonces el contacto personal entre
ambos, se había reducido a contadas ocasiones. Mientras el Pbro.
Rincón vivió en el Táchira (l896-l9l6), no cultivó amistad con el
Benemérito. Como él mismo cuenta, suponía que lo había visto de
lejos en l899 "durante el sitio de San Cristóbal, mientras el
Pbro. Rincón se ocupaba de hacer salir de la población a las
familias, en virtud de suspensión de armas obtenida por el mismo
del jefe invasor por el hambre que ya se padecía despues de nueve
días de sitio"
. Más tarde, siendo el general Gómez, jefe civil y militar del
Táchira, su trato con él se limitó a las habituales visitas
oficiales.
El
nombre del Pbro. Rincón se oyó en l9l0, cuando se trató de proveer
la diócesis del Zulia vacante desde hacía varios años, apuntándolo
como posible obispo de la misma y resaltando en él "su capacidad
de apostolado y gobierno siendo hombre al cual se recurre en
Mérida como consultor de peso y criterio en momentos de
dificultades"
. En vano se esforzaron Mons. José A. Aversa
, delegado apostólico, el arzobispo Castro y el obispo Antonio
Ramón Silva para que aceptara. La respuesta del Pbro. Rincón a
Mons. Aversa fue clara:
"Soy nativo de la Cañada de Maracaibo. Fui vendedor de sombreros
y tenedor de libros de la casa Christern & Co. Me salí de
Maracaibo porque el clima mo me presta. De obispo de Maracaibo no
pasaría de ser Felipe, no puedo aceptar.
Mons. Aversa preocupado le dijo: 'vuelva dentro de cuatro días.
Mientras tanto piénselo detenida y seriamente.
A los cuatro días Mons. Aversa le preguntó: '¿Qué ha pasado,
acepta?'. Rincón contestó: 'imposible, no puedo"
.
En
l9l3 dos acontecimientos lo hacen de nuevo presente y a través de
ellos, Gómez tiene la oportunidad de conocerlo mejor y tratarlo
personalmente.
En
enero de l9l3 el presidente del estado Mérida
, escribe a Gómez comunicándole que corrían rumores de guerra,
siendo el eje de todas esas maquinaciones el Pbro. Evaristo
Ramírez
. Este sacerdote era secretario general del obispado
desde l897 y muy apreciado por Mons. Silva y gran parte del clero
merideño. Sin embargo, Chalbaud Cardona le profesaba una
enemistad abierta ya desde tiempos del general Castro, época en
que el Gral. le había reducido a prisión
. Estas acusaciones no sólo venían del general Cardona,
sino de un serctor del clero que quería que el Pbro. Ramírez
dejara la diócesis; sin embargo, de poco sirvieron pues nada
ocurrió, aunque la lucha continuaba. En abril el Pbro.
Ramírez
escribía al general Gómez para ponerlo sobre aviso de que:
"el general Cardona ha manifestado que ya no ha podido hacerme
reducir a la cárcel como intrigante político, que le iba a
escribir a Ud., para decirle que varios padres de familia le
habían puesto un denuncio; que pensaban acudir a los tribunales
denunciándome por faltas contra la moral (...)"
.
A
partir de entonces las acusaciones se hicieron realidad y el
escándalo estalló en Mérida, ya no sólo por la grave división del
clero y el tipo de acusación que se lanzaba contra el sacerdote,
sino por las consecuencias que pronto se manifestaron: la
ex-comunión de un sacerdote de Mérida y la expulsión "velada" del
padre Ramírez de la diócesis, llamado en junio a la capital por
Mons. Castro, impidiéndole así toda defensa posible. Mons. Silva
explicará en una extensa carta dirigida al general Gómez la
situación ocasionada por las acusaciones hechas al Dr. Ramírez
.
En
estos momentos de tensión, Mons. Silva llama al Pbro. Rincón a
Mérida. Según testimonio de Mons. Dubuc, él era:
"el único capaz de conjurar la tremenda tempestad que se cernía
sobre la diócesis y personalmente sobre el obispo y el provisor.
Vino Rincón a Mérida, unifico las voluntades, limó las fricciones,
contentó a todos y estableció la paz"
.
Ecos
de su actuación llegaron a Caracas a través del propio general
Chalbaud Cardona, quien de todas formas sólo aceptó las
negociaciones con el Pbro. Rincón teniendo como base la salida del
Pbro. Ramírez de la diócesis, como efectivamente ocurrió
.
El
segundo hecho, se verificó en septiembre de l9l3, cuando Mons.
Pietropaoli quiso que el Pbro. Rincón fuera a Guayana como
coadjutor con derecho a sucesión del obispo Antonio María Durán
. Atendiéndo la llamada del delegado apostólico, el Pbro. Rincón
llegó a Caracas llevando consigo una carta del presidente del
Táchira, general Pedro Murillo, a Gómez en la que le decía:
"...Va llamado por el delegado apostólico y hay cierto murmullo de
que podrían quitárnoslo de esta tierra donde su labor benéfica se
hace sentir cada día más en favor del pueblo y del gobierno.
Sus altas virtudes parece que se dibujan en su semblante; pero
este detalle le dará una idea cierta de su espíritu de caridad:
este curato es rico, y sin embargo él está bastante pobre, de modo
que para llevar a cabo su viaje ha tenido que hacer muchos
sacrificios, pues no tiene recursos algunos.
Mucho le agradecería, tanto yo como el Táchira en general y sobre
todo esta sociedad, que con su valiosa influencia nos lo hiciera
regresar pronto y bien despachado"
.
Antes
de entrevistarse con Mons. Pietropaoli, el Pbro. Rincón fue
recibido en audiencia por el general Gómez, el cual le informó que
había sido llamado para proponerle la coadjutoría del obispo de
Guayana. El Pbro. Rincón manifestó al dictador:
"Que no estaba dispuesto a aceptar ni quería obispado; que si el
general Gómez quería ayudarlo para que no le fuera demasiado duro
dar la negativa, le hiciera ese servicio. A lo cual Gómez le
contestó que no tuviera cuidado, que él diría a Mons. Pietropaoli
que el Pbro. Rincón le era útil en San Cristobal y no convenía
tocarlo"
.
Gómez
cumplió lo prometido y el Pbro. Rincón, después de conocer a Mons.
Pietropaoli volvió a San Cristobal.
Gómez
estaba dotado de una aguda perspicacia para conocer a los hombres,
y no dejaría de influir en su juicio para apreciarlo, las noticias
que le llegaban del Táchira elogiando al vicario de San
Cristóbal. De ahí que se fijara en él cuando hubo necesidad de
proveer la vacante del arzobispado de Caracas.
Fueron, pues, una serie de factores los que influyeron en la
designación del Pbro. Rincón como arzobispo de Caracas. Aunque
bien es cierto que en el conflictivo panorama eclesiástico de la
capital, pocos habían oído hablar de él, no se trataba de un
simple vicario desconocido del gobierno y del delegado
apostólico. Si bien estaba lejos de la brillante elocuencia y
preparación intelectual de u Mons. Castro, se contaba con él como
hombre ecuánime y de paz, consejero de Mons. Silva. No fue su
amistad con el general Gómez lo que le llevó a la mitra, pues esta
amistad era incipiente. Influyó más sobre el general la impresión
que su encuentro con él le había causado y los informes que a lo
largo de los años había recibido sobre el prelado, siempre
favorables tanto por parte de la Iglesia como por la de los
presidentes de Estado que le trataron de cerca. En un ambiente
enrarecido por las luchas continuas en el seno del Capítulo
Metropolitano, la presencia de un hombre ajeno a ellas y portador
de paz como lo había sido en otras ocasiones el Pbro. Rincón,
aseguraba a Gómez una tranquilidad por parte del brazo
eclesiástico que le permitía ocuparse mejor de los problemas
económicos y políticos de la nación cuyo dominio significaba su
poder absoluto en Venezuela. Sus adversarios políticos e incluso
los eclesiásticos caraqueños no podrían tacharle de "regionalista
a ultranza" puesto que el Pbro. Rincón era de Maracaibo. Sin
embargo, los años del prelado en el Táchira le enseñaron a
penetrar la psicología andina, conocimiento que le sería muy útil
a lo largo de su arzobispado para tratrar con un hombre como el
general Gómez.
Pero
una vez propuesta su candidatura, cabe preguntarse, por qué
después de haber rechazado dos veces el episcopado, el Pbro.
Rincón accedió esta vez a aceptarlo. Su propio testimonio dado a
Mons. Navarro y consignado por éste en su diario Efemérides nos
aclara sobre este punto"
"(''') Entretanto, pensé en el asunto, hice oración, consideré que
siendo ya la tercera vez que se me proponía el episcopado quizás
sería desobediencia al llamamiento divino por demasiado apego a la
parroquia de San Cristóbal, a la cual en efecto amaba mucho;
consulté a Mons. Silva (que estaba disgustado conmigo por lo del
Zulia) y éste me contestó secamente que como cuestión de conciencia
debía de aceptar: todo lo cual me dispuso el ánimo para admitir.
En esto se me presentó el secretario general del Estado para
notificarme que sí había recibido un telegrama en clave del
general general Gómez con el encargo de preguntarme si admitiría
el nombramiento de arzobispo. Tomada como estaba mi resolución y
teniendo en cuenta que si la Santa Sede me había aceptado para
Maracaibo no tendría inconveniente en aceptarme para Caracas,
contesté que, dadas las circunstancias, habiendo hecho oración y
ponderándolo todo, aceptaba. Y lo comuniqué al internuncio. Pero
he aquí que éste me telegrafía de un modo algo áspero y luego me
pone una carta de reprimenda, en la cual me censura el hecho y me
dice que no debía de aceptar. Aquello me desagradó sobremanera,
le puse un telegrama discreto para no ponerlo en malos términos
con el gobierno, pero en seguida le dirigí una carta muy brava,
diciéndole que yo no andaba buscando mitra, que lo que había hecho
era en virtud de los antecedentes ya expuestos y que desde luego
renunciaba, renuncia que pondría en cuanto Mons. Pietropaoli
recibiera esa carta. Mons. Pietropaoli me dijo en seguida que no
hiciera tal (y desde entonces cambió de tono conmigo), que
solamente escribiera al general Gómez diciéndole que como yo
dependía de un superior (el Papa), mi voluntad estaba sometida a
esa autoridad en el asunto (cosa que por sabida se callaba), pero
en atención a dicha sugestión así lo hice. Después continuó
Pietropaoli tratándome con mucha benevolencia y puso empeño en que
me diera prisa en venir a Caracas, cosa que no deseaba"
.
Otro
testimonio de Mons. Rincón sobre el porqué aceptó la mitra de
Caracas se encuentra en la carta que en 1937 envió al Card.
Pacelli:
"...Escogido para este cargo el año de 1916, lo acepté creyendo
que era asunto de conciencia para mí y a excitación de mi prelado,
Mons. Silva. No se me escapó nunca el conocimiento de que mis
facultades no fueran bastantes para satisfacer las múltiples
exigencias de tan alto oficio; pero fiado en la rectitud de mis
intenciones y puesta la mira en el servicio de Dios, entré a
desempeñar y he desempeñado ese gobierno eclesiástico, según la
manera como mis pocas luces y los auxilios divinos me lo han
permitido."
.
En
cuanto a la actitud de Mons. Pietropaoli si bien resulta extraña,
es explicable. En un principio, coherente consigo mismo y
defendiendo la candidatura del padre Núñez, pensando además que
como ya había sucedido anteriormente, el Pbro. Rincón no aceptaría
la mitra, se disgustó cuando supo que éste había accedido a ella y
quiso evitar que llegara al solio. De allí su primera reacción
de enojo. Después, conocida la voluntad del general Gómez, nada
podía hacerse y era mejor estar en buenos términos con el
designado para ser el IX arzobispo de Caracas.
Una
vez acabadas las averiguaciones oficiosas y sabiendo que el Pbro.
Rincón aceptaba la mitra el presidente provisional Márquez
Bustillos se dirige el 22 de mayo de l9l6 al Congreso para
proponer la candidatura del Pbro. Rincón, cumpliendo así con el
Art. l3 de la Ley de Patronato
. Propuestos los candidatos, el Congreso eligió en su
sesión del 23 de mayo al Pbro. Felipe Rincón González como
arzobispo de Caracas con un total de 80 votos sobre 82 en el
segundo escrutinio
. Las decisiones de Gómez no necesitaban la aprobación del
Congreso, pero una vez más su deseo de constitucionalidad se vio
coronado, cumpliendo así con lo estipulado por el Art. l4 de la
Ley de Patronato. En seguida el Pbro. Rincón fue anunciado
oficialmente de su elección, la cual aceptó. Partió de San
Cristóbal el 2 de julio llegando a Caracas cinco días más tarde
. El l3 de julio de l9l6 prestaba el juramento exigido por el
Art. l6 de la Ley de Patronato ante el Poder Ejecutivo
, para que luego pudiera ser presentado a la Santa Sede. Este
juramento se prestó en acto solemne celebrado en el Salón Elíptico
del Palacio Federal. Venía siendo costumbre que antes de
prestarlo, el candidato pronunciara un discurso el que le brindaba
la oportunidad de expresar las salvedades o restricciones
requeridas en conciencia.
Mons. Rincón no fue una excepción. En su discurso dejaba claro
que sus únicos merecimientos para llevar el gobierno de la
arquidiócesis de Caracas:
"Han sido y son el deseo constante de procurar la gloria de Dios y
la salvación de las almas, el amor inquebrantable a mi patria y la
adhesión sincera, incondicional a la Silla Apostólica (...). Y si
acepté el alto cargo, fue confiado en la protección divina y en
vuestra benevolencia: espero cumplir lo mejor que me sea posible,
mirando siempre la unión del clero y la felicidad de mis futuros
diocesanos y el respeto a las leyes de mi país de acuerdo con las
leyes divinas, como también la armonía que debe reinar entre la
Iglesia y el Estado"
.
De
esta manera se salvaba así de caer en perjuro si dadas las
circunstancias se le hacía imposible acatar leyes en contra de la
doctrina cristiana.
Cumplidos estos requisitos, el l8 de julio el ministro de
Relaciones Interiores envía al ministro de Relaciones Exteriores,
el pliego de presentación del Pbro. Rincón como arzobispo de
Caracas a la Santa Sede, para que a través del ministro
Plenipotenciario, llegue a Roma lo antes posible. El 28 de agosto
Mons. Pietropaoli informa al ministerio de Relaciones Exteriores
que recibió:
"Del Excmo. Card. Secretario de Estado una noticia que será muy
grata al gobierno de la República. Su Santidad se ha dignado
nombrar arzobispo de Caracas al Pbro. Felipe Rincón González.
Las bulas apostólicas llegarán muy pronto según se expresa"
.
La
bula comendaticia fue dada en Roma el l0 de agosto de l9l6
y llegó a Caracas en el mes de octubre. Una vez presentada al
ministerio de Relaciones Interiores y hecho el juramento ante le
gobierno el 25 de octubre, Mons. Rincón las presentó al Cabildo
Metropolitano el 27 de octubre y tomó posesión de la diócesis sin
más ceremonia
. A juzgar po lo consignado en el acta capitular, el ambiente de
acogida del Cabildo fue distendido. El Capítulo en pleno (salvo
el padre Evaristo Ramírez, medio racionero, contra quien las
intrigas no habían dejado de cernirse ni siquiera en la capital, y
se encontraba preso en la Rotunda), lo recibió y después de los
trámites de rigor y examen de bulas, Mons. Rincón ocupó el sitial
que le correspondía en la sala Capitular:
"...Desde allí se dirigió al Cabildo con frases afectuosas e
ingenuas y terminó su discurso diciendo que, obediente a la
voluntad de Dios que lo había traído a este puesto y dignidad,
puesta la mirada en el cielo, emprendía esta nueva etapa de su
existencia con la recta intención de hacer el bien a esta iglesia
y aún a toda la República en cuanto esté de su parte.
El Cabildo recibió con mucha simpatía estas cordiales expresiones
de Mons. Rincón y renovó al nuevo Pastor las seguridades y
sinceros testimonios de su acatamiento.
El amable prelado puso término a la presente sesión impartiendo un
cariñoso abrazo a cada uno de los Capitulares. Luego fue
acompañado por todo el Cabildo a la sacristía mayor y despues
hasta las puertas de la Catedral..."
.
Según
El Nuevo Diario, periódico de Caracas, "con motivo de la
recepción de las bulas, el vicario Capitular y gobernador del
arzobispado, hizo dar en todos los templos de la ciudad un repique
de campanas en celebración de la buena nueva..."
.
Al
día siguiente, 28 de octubre, fue consagrado en la Catedral siendo
consagrante el obispo de Mérida, Mons. Antonio Ramón Silva, y
asistentes el obispo de Barquisimeto, Mons. Aguedo F. Alvarado
y el obispo del Zulia Mons. Arturo C. Alvarez
. Asistieron altas personalidades eclesiásticas como testigos del
acto
que fue apadrinado por el general Gómez, presidente electo de la
República y Comandante en Jefe del Ejército, y el Dr. Victorino
Márquez Bustillos, presidente provisional.
Se
cerraba así la vicaría Capitular y comenzaba el arzobispado de
Mons. Rincón bajo un signo de paz aparente que durante varios años
no se vería perturbada.
  
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