Regreso a la
Portadad de
este documento

          Inicio   Busqueda  Día y hora
Para navegar en el Site, accione este botón de 'Abrir Menú'  

Mons. Felipe Rincón González

ART. II.- EL PROBLEMA DE LA COADJUTORIA

A. LA MISION SILVANI; OTRO INTENTO DE NOMBRAR COADJUTOR

1.- Antecedentes.

2.- La misión de Mons. Silvani.

B. LA ARQUIDIOCESIS DE CARACAS DE 1938-1941

1.- Los nuevos nombramientos episcopales.

1.1. El obispo auxiliar.

1.2. Ultimo intento de nombrar coadjutor.

2.- Ultimos años de Monseñor Rincón.

CONCLUSION

 

ART. II.- EL PROBLEMA DE LA COADJUTORIA

El humo levantado por la Visita Apostólica dado sus escandalosos procedimientos y la poca discreción que se guardó al respecto, veló en un primer momento la intención profunda que la había motivado:  la renuncia de Mons. Rincón y el nombramiento de un coadjutor. También se quería llegar a una renovación total del espiscopado venezolano y tras los ataques contra el arzobispo la campaña de difamación minó la autoridad eclesiástica de estos prelados.  Internamente, puesto que la Visita tan sólo concernía a la Iglesia, se quería producir un efecto que diera cauce legal a las intenciones de la nunciatura y que ella sóla no podía alcanzar, ya que el nombramiento de obispos diocesanos y coadjutores  competía al Congreso.  Mons. Rincón conocía los planes de la nunciatura:

"Es cosa que a nadie se ocultó -pues los comisionados de la visita no pusieron reparo alguno en propagarlo- que se abrigara la esperanza de verme destituido y que el coronamiento de todo aquel andamio de vejaciones sería pedirme la renuncia de la mitra y el imponerme un coadjutor que me fuera de todo punto imposible aceptar.  Nada de esto se tuvo en reserva y el sujeto que se decía escogido para el caso no se retraía de alardear de ello ni de fraguar y hacer públicos sus planes para el gobierno de que ya se consideraba en inminente posesión"(70) .

Según una confesión personal que Mons. Rincón hizo a Mons. Cento por carta unos meses antes, desde el fracasado proyecto de coadjutoría de Mons. Sanmiguel, el arzobispo había pensado seriamente en pedir un coadjutor a la Santa Sede y consideraba que la persona idónea para desempeñar el cargo era Mons. Navarro(71) .  Esta confesión se ve reforzada por su intención del arzobispo de acudir a Roma, no sólo para dar explicaciones sobre los manejos de los fondos eclesiásticos, por lo que estaba tranquilo, sino para renovarle al Papa su petición de un coadjutor, pues dadas las circunstancias que le tocaba vivir, se sentía necesitado de un fuerte apoyo(72) .

Como hemos visto, la Visita Apostólica fue adquiriendo un tono cada vez más exacerbado.  En junio de l937 la situación se hizo apremiante para Mons. Rincón y el arzobispo juzgó llegado el momento de nombrar un Vicario General.  Su elección recayó sobre Mons. Navarro:

"Un sacerdote de gran prestigio, universalmente respetado, de un adhesión insospechable a la Santa Sede, cuyos servicios a la nunciatura son incontables y de quien esta misma nunciatura sostuvo siempre, y me lo consignó muchas veces, que era el sujeto más llamado aquí para el desempeño de ese cargo"(73) .

Para asesorar su resolución Mons. Rincón consultó a cuatro obispos que entonces se hallaban en Caracas(74) , quienes unánimemente le declararon estar de acuerdo con la medida y le exhortaron a realizarla lo antes posible.

Por otra parte debía contar con el apoyo del Ejecutivo Nacional, así que exploró el ánimo del gobierno:

"Para asegurarme de si vería con buenos ojos tal nombramiento y hallé de su parte un concepto sobremanera favorable"(75) .

Al comunicarle su deseo a Mons. Navarro, éste se mostró de acuerdo a la proposición, pero;

"me manifestó que -teniéndo datos muy fidedignos de que la nunciatura meditaba proponerme otra combinación- no se decidía a asumir el cargo, mientras no hubiera en su pro el asentimiento de la Santa Sede"(76) .

Respetando esta postura de Mons. Navarro y con el fin de conseguir el asentimiento de la Santa Sede, Mons. Rincón envió el l0 de junio un cablegrama al cardenal Pacelli donde le ponía al corriente del ambiente favorable a tal nombramiento al que sólo faltaba, y por tanto pedía, el asentimiento del Santo Padre.

Mientras se esperaba la respuesta al cablegrama, Mons. Centoz propuso al arzobispo como coadjutor o Vicario General al Pbro. Pedro Pablo Tenreiro.  La respuesta de Mons. Rincón fue negativa:

"Respondí categoricamente a Su Excelencia que no me era posible aceptar semejante insinuación y que por ningún caso y en ningún tiempo la admitiría, ya que -prescidiento de los grandes agravios personales que justamente me lo hicieron desechar- las características de Tenreiro y la experiencia de su falta de cordura y ecuanimidad lo hacían del todo inadecuado para el oficio, y mi conciencia me impedía ser cómplice de los graves perjuicios que ello acarrearía a la Iglesia de Venezuela"(77) .

Después de exponer sus razones, Mons. Rincón manifestó a Mons. Centoz su propósito e insistió en la candidatura de Mons. Navarro como Vicario General y coadjutor.  Tras esta entrevista el arzobispo envió un nuevo telegrama al cardenal Pacelli con fecha de l3 de julio en el que reiteraba su primera petición: el beneplácito del Papa al nombramiento de Mons. Navarro y señalaba además la inconveniencia del candidato propuesto por la nunciatura.  Al mismo tiempo le anunciaba su pronta salida hacia Roma para exponerle el estado de la situación tanto a nivel de la Visita como de la coadjutoría.

Los telegramas quedaron sin respuesta y Mons. Rincón se vio obligado a suspender su viaje la noche anterior a su salida hacia Roma, como ya hemos visto.  Pero, ¿por qué el silencio de Roma?  Es difícil determinarlo.  Bien es cierto que Mons. Navarro fue implicado en los problemas de malversación de bienes de la arquidiócesis y en Roma no lo consideraban como la persona adecuada para apaciguar la situación de la Iglesia en Venezuela(78) , sin embargo, ello no era razón suficiente  para dejar de responder a los telegramas del arzobispo.

En julio de l937, Mons. Rincón persistía en apoyar la candidatura de Mons. Navarro como su coadjutor con derecho a sucesión y pedía al Papa la confirmación de su nombramiento como Vicario General.  Al no conseguirla, tampoco admitió la propuesta de la nunciatura y este segundo intento de coadjutoría resultó tan infructuoso como el primero.

 

A. LA MISION SILVANI;  OTRO INTENTO DE NOMBRAR COADJUTOR

1.- Antecedentes.-

Sin embargo, al correr de los meses, la situación se agravaba en el seno de la Iglesia.  La campaña de difamación contra el arzobispo, que se había hecho del dominio público y sobre la que tanto clérigos como seglares comentaban sufriéndo escándalo y desconcierto, se extendió implacable al cuerpo episcopal venezolano aprovechando siempre como telón de fondo, la situación política de confusión del país, ensañándose de forma especial contra Mons. Chacón y el obispo del Zulia, Mons. Marcos Sergio Godoy.  El objetivo de la nunciatura seguía siendo el mismo:  la renovación del episcopado venezolano.  De ello eran conscientes los obispos, quienes al analizar la situación escribían al respecto:

"Y ha sido este cuadro desolador el que nos ha conmovido el corazón al oir de labios de algunos de nuestros sacerdotes jóvenes el recuerdo de las imputaciones hachas ante ellos, por el Excmo. Sr. Centoz, contra el episcopado venezolano, hasta culminar en esta frase:  "Hay que renovarlo totalmente"(79)  .

El episcopado, dada la gravedad del caso, se reunió  el mes de noviembre de l937 en la ciudad de Caracas para decidir la postura que debía tomar frente al problema.  Propuesta de esta renución fue la carta colectiva que el episcopado dirigió al Cardenal Pacelli, secretario de Estado de S.S. en la que los obispos exponían los acontecimientos anómalos que vivían proponiéndole al Papa una renuncia colectiva, si ello fuera necesario.  Posteriormente acordaron enviar una representación a Roma que entregara el documento y expusiera al Santo Padre la situación del episcopado.

Los obispos se quejaban de la actitud del nuncio y su secretario, Mons. De Sanctis frente a ellos:

"Sobre todos los miembros del episcopado venezolano en general, y sobre algunos especialmente, el Excmo. Sr. Luis Centoz y Mons. Basilio De Sanctis han proferido comentarios deprimentes refiriéndose sobre todo a su poca capacidad intelectual y administrativa, a la escasez emprendida por su falta de celo y hasta se ha criticado la conducta privada de algunos prelados.

Parece que fuera una oficina de difamación del episcopado.  Así, pues, no sólo nuestro nombre y autoridad han sido menoscabados, sino también la altísima de la Santa Sede y únicamente Dios sabe cuánto lo lamentamos"(80) .

Afirmaban los obispos que en medio de la turbación política de Venezuela, el peor de los ataques lo constituía esa difamación a la que habían sido sometidos, no ya por comunistas o anticlericales empedernidos, sino por parte de personajes que ostentaban una alta representación dentro de la Iglesia católica.

Las consecuencias de esta campaña habían sido nefastas:  menoscabando la confianza de los fieles, se había debilitado la autoridad eclesiástica de los prelados, pues éstos ya no obraban con la independencia y facilidad que sus cargos exigían:

"Desde el momento en que conocen la desestima que los ha reducido la crítica.  El servicio, por ejemplo, de muchas de estas parroquias requiere verdaderos sacrificios, pero los obispos, merced del despretigio, se sienten naturalmente cohíbidos para exigirlos, y así de lo demás.  ¿Qué resta entonces de la disciplina eclesiástica?  Nadie, por más santo y sabio que parezca, logra infundir por ello sólo el espíritu de abnegación en los demás"(81) .

Además, producto de este debilitamiento de la autoridad fue la división consiguiente del clero, levantando en algunos de ellos actitudes rebeldes sobre todo en Caracas y Maracaibo.

"Siendo de observar que en esta actitud de los sacerdotes descontentos no hemos logrado ver la menor señal de mejoramiento espiritual buscado por ellos, sino antes bien, el simple deseo de deshacerse del propio prelado".

Estos ataques revistieron un carácter de absoluta sorpresa para los obispos, justamente por la fuente de donde manaban: Mons. De Sanctis, y los medios ilícitos que éste había utilizado para llevar a cabo la campaña de difamación.  El secretario de la nunciatura siempre había sido considerado por cada uno de los obispos venezolanos como un amigo y éste que hasta ese momento había aprobado y seguido de cerca todas sus obras, las consideraba por primera vez defectuosas.  En un tono de suma gravedad, el episcopado le escribía al Papa:

"En especial nos ha herido nuestro corazón de obispos y de amigos la conducta de Mons. Basilio De Sanctis, puesto que él recibió atenciones y deferencias de parte nuestra y una vez que el episcopado se esmeró en secundar cordialmente todas sus insinuaciones, sin que él pueda señalar delante de Dios la más mínima repulsa, nos parece de todo punto inconcebible el que haya preferido humillar públicamente nuestros nombres para desdoro de la Iglesia venezolana, cuando hubiera bastado una simple indicación privada, de cuya eficacia le aseguraban plenamente nuestras buenas y antiguas relaciones.  A este propósito el episcopado sostiene firmemente que ni aún cuando fueran ciertas las acusaciones que se le hacen será lícito  deshonrarle mediante públicas murmuraciones, que es precisamente lo que caracteriza esta triste campaña de Mons. De Sanctis.  Además no ha logrado persuadirse el episcopado venezolano de que sólo en estos últimos meses hayan adquirido tanta importancia los intereses de los demás, y requieran tan excepcionales y nuevos métodos de apostolado el atenderlos, que por una parte resulten incapaces frente a ellos los antiguos prelados y por otra, parezcan haber escapado a la perspicacia y el celo de los Excmos. Sres. nuncios anteriores, en los varios lustros del régimen pasado, a juzgar por la tranquilidad y buena armonía en que hasta hoy vivió con todos la nunciatura apostólica en Venezuela"(82) .

Las consecuencias de todo este desorden interno y la perplejidad de los obispos ante la situación inaudita e inesperada creada por la nunciatura, les hacía casi imposible el concebir que un solo personaje diplomático hubiera sido capaz de postrar de tal manera la jerarquía eclesiástica de una nación.

Por todo lo expuesto, los obispos, consecuentes a su total adhesión y confianza en Roma, dejaban a la Santa Sede la solución de los problemas y la decisión última que pudiera remediarlos, dejando por sentado de antemano que si el Santo Padre consideraba conveniente la renovación total del episcopado nacional (como claramente había mostrado la nunciatura), éste no dudaría un instante en presentar su renuncia.  Entre las firmas de los obispos se encontraba incluída la del Visitador apostólico, Mons. Mejía.

Finalizado el documento, los prelados decidieron que un miembro del episcopado fuera a Roma a presentarlo y se eligió al arzobispo de Mérida, Mons. Chacón, para el desempeño del encargo.  Este partió hacia la ciudad eterna a principios del año l938.  Entregó la carta al cardenal Pacelli y el 2 de marzo fue recibido en audiencia privada por el Papa Pio XI, a quien explicó el contenido del Memorial de los obispos.  Tras esta conversación, la Santa Sede decidió enviar a Mons. Maurilio Silvani(83) , nuncio postólico en Haití, a una misión especial que fue decretada el 4 de marzo.  Sin embargo, mientras se desarrollaba la visita de Mons. Chacón, su representación sufrió un fuerte ataque por parte de la nunciatura venezolana quien contaba con la presencia de Mons. De Sanctis en la Curia Romana(84) .

En Caracas, los miembros de las comisiones de la Visita Apostólica enviaron un informe al cardenal Pacelli que según Mons.  Mejía: "supongo que llegaría estando Vuestra Excelencia en Roma"(85) .  Entre otras acusaciones, se decía que las reuniones mantenidas en Caracas por el arzobispo de Mérida y los obispos iban contra la Visita Apostólica, queriéndo influir sobre el gobierno para coartar la autoridad de la Santa Sede.  Además se acusaba a Mons. Navarro, Mons. Pellín (a quienes se sabía adeptos del arzobispo), Mons. Chacón y dos obispos más, de haber dicho palabras injuriosas y detractoras contra la Santa Sede, la nunciatura y la Visita Apostólica.  Evidentemente, el secretario de la Sagrada Congregación Consistorial quiso averiguar la veracidad de tales acusaciones preguntando a Mons. Mejía, quien entonces leía por primera vez el Memorial, pues los miembros de las comisiones lo habían redactado sin consultarle.  El visitador desmintió tajantemente tales hechos en carta dirigida al nuncio, ya que fue gracias al mismo, como éste recibió el encargo del cardenal Serafini en su sede de Ciudad Bolívar(86) .  Pero la impresión del primer momento mientras Mons. Chacón permanecía en Roma, no favoreció su misión.  Además el nuncio Centoz era muy apreciado en la Curia Romana y particularmente por el cardenal Pacelli, de quien había sido secretario mientras desempeñó la nunciatura en Alemania.

Mons. Chacón regresó a Caracas el 9 de abril de l938.  Sin embargo, la Santa Sede decretó la misión de Mons. Silvani e indagó acerca del informe contra Mons. Chacón, lo que prueba que no quería actuar a la ligera y a pesar de ello, no podía permanecer sorda e indiferente ante las acusaciones tan graves levantadas contra la nunciatura.

2.- La misión de Mons. Silvani.

El 4 de marzo de l938 la Santa Sede ordenó a Mons. Silvani viajar a Caracas en misión reservada y exclarecer exactamente la situación.  Llegó al país el l8 de marzo y permaneció en él hasta el 21 de abril de l938, dando por finalizada su misión en esa fecha, apenas después  de un mes .  No era la primera vez que el prelado visitaba Venezuela pues había vivido en Caracas como encargado de la nunciatura en l925, cuando Mons. Cortesi fue enviado a Bolivia en misión especial.  De él dice Mons. Navarro que:

"Se granjeó merecida estimación pública y le fue dado influir mucho en la final celebración del II Congreso Eucarísitco Venezolano cuyos actos presidió"(87)  .

Desde su llegada a Caracas estuvo en constante relación con Mons. Navarro.  Se hospedó en el Seminario, evitando así cualquier influencia por parte de la nunciatura.  Mons. Navarro le puso al corriente de la situación del arzobispo y de la Iglesia.

Tras una semana en Venezuela, su plan ya estaba cencebido.  Los ataques más fuertes habían sido dirigidos contra Mons. Rincón y el obispo de Maracaibo, Mons. Godoy, quien había renunciado a su mitra, aparentemente por sugerencia de la Santa Sede pero que el gobierno no aceptó por razones políticas.  Dentro de su proyecto, Mons. Silvani quería persuadir a éste último de que lo mejor sería que se trasladara de diócesis.  En cuanto al arzobispo de Caracas, dos posibilidades eran válidas:  o la coadjutoría de Mons. Navarro (que él ya había pedido con anterioridad), o la renuncia a su mitra y el nombramiento directo del mismo prelado para arzobispo de Caracas.  Tras la primera conversación con Mons. Rincón, éste decidió pensarlo serenamente, consultarlo y finalmente elegir la solución que considerase más conveniente.  En cuanto a Mons. Navarro, puesto que en Roma ya lo habían rechazado anteriormente, lo más prudente sería que, una vez arzobispo de Caracas nombrase un coadjutor o vicario general suave que dulcificara sus decisiones(88) .

Para que su plan pudiera llevarse a cabo era necesaria la aprobación del gobierno.  Las conversaciones entre Mons. Silvani y el presidente López Contreras comenzaron el 3 de abril.  Con respecto a Mons. Godoy, el Congreso ya había decidido sobre su permanencia en Maracaibo, lo que tal vez la Santa Sede no admitiría.  Silvani consiguió que el Gobierno no opusiera dificultades en caso de que verdaderamente Roma considerara más conveniente su traslado de diócesis.

En cuanto a Mons. Rincón y el proyecto de coadjutoría, el general López Contreras no se mostró favorable a su renuncia pues quería evitarle la difamación.  Además la candidatura de Mons. Navarro presentaba varios inconvenientes que Mons. Silvani rebatió firmemente.  Causaban problemas su edad y la hostilidad que el clero sentía hacia él, siendo más partidarios suyos los seglares que los sacaerdotes.  Mons. Silvani replicó que la situación de la edad quedaría areglada tras varios años con Mons. Navarro al frente de la arquidiócesis; respecto a sus enemigos, ésta no era razón suficientemente válida para no aceptarlo, pues incluso el presidente los tenía, y a la hostilidad del clero no le resultaba extraña conociendo a sus "colegas".  El presidente aceptó el proyecto, teniendo en cuenta que además Mons. Navarro era querido por el arzobispo.  Las negociaciones frente al gobierno habían sido fructíferas(89)   .

Dado el acuerdo del presidente  y la aprobación de su plan, Mons. Rincón aceptó la coadjutoría de Mons. Navarro.  Mons. Silvani podía dar por terminada su misión con éxito.  Antes de que el enviado de la Santa Sede marchara con destino a Haití, el arzobispo quiso jurarle solemnemente ante testigos, que él no había robado nada ni dispuesto los bienes eclesiásticos en favor de sus sobrinos (se le acusaba de nepotismo), pero Mons. Silvani no aceptó pues confiaba en la palabra del arzobispo(90) .  El arzobispo tenía la plena confianza de Mons. Silvani y tras su salida del país estableció con él una correspondencia relativamente asídua en la que se desahogaba y pedía consejo frente a las situaciones que se le planteaban y sus dudas al respecto.

Producto de su estancia en Venezuela fue un expediente en el que pintaba el panorama eclesiástico venezolano, para esbozar finalmente la solución que había concebido y las medidas que creía más convenientes para remediar los daños y encaminar la suerte religiosa del país.

Tras su partida el 21 de abril, correspondía al presidente López Contreras llevar a cabo el nombramiento de Mons. Navarro como arzobispo coadjutor.  El 5 de julio el Gabinete de ministros resolvió presentar al nuncio la cuestión urgente de la coadjutoría.  Al día siguiente el ministro de Relaciones Exteriores lo haría a la Santa Sede, pidiendo la pronta solución a Roma por vía telegráfica.

Pero el proyecto fracasó y no por la negativa de Roma, ni las rencillas internas del clero:

"En la reunión del Gabinete (debió ser la del viernes, 8 de julio), en la que el presidente López Contreras planteó la candidatura de Mons. Navarro para arzobispo coadjutor de Caracas con derecho a sucesión,. el Dr. Cristóbal Mendoza, ministro de Hacienda, tomó la palabra para hacer un alto y amplio elogio de ese prelado, pero lo concluyó con una manifestación inesperada, pues declaró que él se consideraba autorizado para hablar en nombre de la sociedad de Caracas y en consecuencia, podía asegurar que ésta no vería jamás con agrado en el trono arzobispal capitalino a un individuo de color...Ante esta sorprendente manifestación, todos los otros ministros guardaron profundo silencio, y entonces el general López Contreras sometió a la consideración del Gabinete el punto siguiente en la agenda, sin que el punto adjudicatoría fuera tocado nuevamente"(91) .

Fueron, pues, los enraizados problemas raciales y los prejuicios sociales contra la gente de color, realmente graves entonces, los que decidieron el fracaso de las gestiones de Mons. Silvani e impidieron a Mons. Navarro ocupar la mitra de la sede metropolitana  caraqueña.  La gran sorpresa del deán de la Catedral que aparentemente no supo las razones de dicho fracaso(92) , fue que le propusieran formar parte de la representación venezolana en el Congreso de Historia de Bogotá, cuando pocos días antes, se le había comunicado que su presencia en el país era indispensable.  Mons. Navarro tuvo que salir hacia Bogotá, aceptando la fórmula que López Contreras propuso para paliar la profunda decepción del prelado.

B. LA ARQUIDIOCESIS DE CARACAS DE 1938-1941

1.- Los nuevos nombramientos episcopales.

1.1. El obispo auxiliar.

De nuevo habían fracasado las negociaciones entre la Santa Sede y el gobierno en vistas a nombrarle un coadjutor al arzobispo.  Por otra parte, los resultados de la Visita Apostólica en lugar de aclararse parecían empeorar la situación.

Entre el mes de junio y octubre Mons. Rincón mantuvo una correspondencia relativamente asidua con Mons.. Silvani quien se encontraba en Santo Domingo.  El arzobispo lo consideraba un buen amigo y a él confiaba sus dudas y temores buscando algún consejo que pudiera ayudarle a aclarar su actuación.De esta correspondencia se deduce la tirantez entre el episcopado y los miembros de la Visita Apostólica.

En este contexto Mons. Rincón recibió con gran sorpresa un oficio de la nunciatura apostólica fechado el 11 de Octubre de 1938 en el que Mons. Centoz le informaba de la designación de Mons. Mejía como su obispo auxiliar, al mismo tiempo que el Papa disponía que fuera también el  obispo quien ejerciera desde entonces toda la administración de los bienes de la arquidiócesis cesando, en consecuencia,  las funciones de la junta provisional, y dejando en manos de una sola persona esta tarea.  Desaparecían los antiguos administradores que no gozaban de una gran estima.  Los motivos aducidos para tal elección eran subsanar la difícil situación de la arquidíocesis y poder atender mejor sus necesidades espirituales, por lo que se pedía a Mons. Rincón hacer "junto con el Excmo. auxiliar, obra pacífica entre los miembros del clero para el reflorecimiento de aquel espíritu de mutua fraternidad, tan necesario para trabajar con fruto en bien de las almas"(93) .

Mons. Rincón acató, como siempre había hecho, las instrucciones de la Santa Sede, a pesar de que sus relaciones con Mons. Mejía nunca habían sido muy buenas.  El 22 de octubre en una pastoral dirigida al clero y sus fieles, el arzobispo de Caracas presentaba a Mons. Mejía como su obispo auxiliar.  El Congreso en este caso nada podía decir, pues se trataba de un asunto interno de la Iglesia, ya que los obispos auxiliares, según el derecho canónico, eran simples mandatarios del obispo o arzobispo a quienes le eran asignados y cesaban en su función desde el momento en que cesaba el del prelado de quienes eran auxiliare;, de ahí que fueran nombrados por la Sede apostólica, con las facultades que ella considerara debía otorgarles según la situación, sin que ello preocupara al Gobierno ni éste sintiera que se usurpaban sus prerrogativas.

Sin embargo, la situación de Mons. Rincón era difícil y éste prefería renunciar a la mitra si la Santa Sede lo consideraba necesario:

"... En vista de la penosa situación, contemplando la conveniencia de presentar la renuncia del arzobispo, quisimos explorar antes el parecer de la Santa Sede, a fin de que no pudiera llevarse a mal nuestra resolución.  Así lo hicimos querido Padre y por conducto muy autorizado se nos hizo saber que la Santa Sede prefería no pusiéramos en práctica nuestro propósito de renunciar.  Esta noticia la recibimos el día 2 de noviembre"(94) .

El 'conducto muy autorizado' al que se refería Mons. Rincón era precisamente Mons. Silvani.  El 17 de octubre el arzobispo le había escrito para preguntarle qué pensaba de su eventual renuncia y si ésta era o no conveniente.  El nuncio en Santo Domingo para no tomar la responsabilidad de dar una respuesta categórica sin consultar con la Santa Sede escribió al cardenal Pacelli quien por cablegrama le respondió en los siguientes términos:

"La Santa Sede apreciará sin duda el oportuno pensamiento del señor arzobispo de Caracas de dar sus dimisiones.  Sería, sin embargo preferible que él diferiera por algún tiempo la ejecución de su propósito, es decir, hasta tanto que la situación se vuelva tranquila"(95) .

El 30 de octubre, mientras esperaba la respuesta de Mons. Silvani, llegada a Caracas el 2 de noviembre de 1938, recibió un nuevo oficio de la nunciatura en el que se le comunicaba que para brindarle "una ayuda más y más eficaz y, a la vez, aliviarle la carga inherente al gobierno de esta arquidiócesis ..." se le otorgaban al obispo auxiliar "además de lo que consta en mi oficio Nº 1041, fecha 11 del presente mes, todas las facultades que el derecho canónico tiene asignadas a los obispos residenciales"(96) .  Hasta no obtener la respuesta de Mons. Silvani, nada podía hacer Mons. Rincón, sin embargo, su sorpresa fue grande al recibir el oficio precedente, porque concederle facultades de obispo residencial a un obispo auxiliar era, a efectos prácticos, nombrarlo arzobispo de Caracas, facultad que sólo correspondía al Congreso Nacional según la Ley de Patronato.

El 4 de noviembre de 1938, dos días después de conocer la respuesta de Mons. Silvani, en la que la Santa Sede expresaba claramente su voluntad de que no renunciara a la mitra de Caracas. Mon. Rincón recibió, "con gran extrañeza y profunda mortificación" un nuevo oficio de la nunciatura en el que se añadían otras instrucciones con respecto a la forma en que ambos obispos debían regir la arquidiócesis.  Los términos en que fue redactado el oficio eran ambiguos y a raíz de ellos estalló un nuevo conflicto en la diócesis.  El documento decía:

"Su Santidad el Papa Pio XI...se  ha dignado conferir al Excmo. y Rvmo. Mons. Miguel A. Mejía, obispo de Guayana, auxiliar de Vuestra Excelencia y Visitador  apostólico, además de lo que consta en mi oficio Nº l041, fecha 11 del mes pasado, todas las facultades que el derecho canónico tiene asignadas a los obispos residenciales facultades que el Sr. obispo auxiliar seguramente ejercerá de mutua inteligencia con Vuestra Excelencia Rvma. cuando Vuestra Excelencia esté presente en curia"(97) .

El mismo día se publicó la noticia en el Boletín eclesiástico de la diócesis.  Pero así como el nombramiento de obispo auxiliar se había notificado al gobierno y al ministro de Relaciones Exteriores, de estas nuevas facultades conferidas a Mons. Rincón nada se les comunicó.  A raíz de este nuevo decreto la prensa capitalina se dividió y el debate entre La  Esfera y La Religión se recrudeció de tal forma que fue necesaria la intervención del gobierno para aplacarla al menos temporalmente.       La situación interna de la Iglesia había llegado a tal punto que la intervención de la prensa fue inevitable.  La nota de la nunciatura estaba escrita en términos ambiguos que si bien una actuación discreta del auxiliar le hubiera permitido ser aceptada, su falta de tacto la puso en evidencia.  Mons. Mejía llevó a cabo decisiones en las que prescindió por completo de Mons. Rincón.  Así lo expresa él mismo cuando revela su sorpresa ante el comportamiento del obispo auxiliar, quien se encontraba en su diócesis de Guayana:

"Me determiné a esto con motivo de la extrañeza que me ha causado ciertas medidas de gobierno tomadas por Vuestra Excelencia, las cuales han carecido de tal acuerdo, a pesar de lo que Vuestra Excelencia me expresó en su nota de 28 de noviembre al rectificarme que como auxiliar tendría en cuenta mi voluntad y no perdería de vista su propósito de cooperar conmigo en el gobierno y administración de la arquidiócesis"(98)

La Esfera consideraba este nombramiento como una intromisión de la Santa Sede en el funcionamiento interno de la Iglesia que por ley estaba sujeto a las autoridades  venezolanas.  Era pues, una violación de la ley del Patronato y la usurpación de atribuciones que no le correspondían.  Este fue el centro del debate:  Nombrar un obispo auxiliar "con todas las facultades de los obispos residenciales" equivalía a nombrar otro arzobispo transgrediendo el artículo l6 de la Ley del Patronato. según el cual éstos debían ser elegidos y nombrados por el Congreso Nacional, luego, ni el Papa ni el nuncio podían nombrar obispo residencial.  Resurge de nuevo el problema del Patronato, adormecido durante mucho tiempo en la opinión pública.  Se presuponía de antemano que Roma había admitido implícitamente dicha ley, pues, a pesar de las teorías que afirmaban lo contrario, las fórmulas de las bulas a partir de l910 habían añadido el "audito juxta consuetudinem Praeside de Rei Publicae de Venezuela" (habiendo oído al Presidente de Venezuela).  Por lo tanto, si Roma la había aceptado de derecho, desconocer la Ley del Patronato con este nombramiento era violar las leyes del país.

La Religión desmentía esta afirmación.  La Santa Sede había concedido al obispo auxiliar las facultades que consideraba convenientes para ayudar al obispo a quien se favorecía.  Se  trataba de un "cargo de temporalidades, con facultades más o menos amplias(99) .

Tales eran las posturas que se defendían y a medida que los días pasaban el debate se recrudecía, siendo necesaria la intervención del gobierno para que las luchas verbales cesaran y la gente supiera a qué atenerse, pues la confusión y la división se marcaban cada vez más.  El Ejecutivo Nacional, por órgano de la Oficina Nacional de Prensa publicó el 21 de diciembre de l938 un comunicado en el que el despacho de relaciones Interiores informaba al público de que:

"El carácter espiscopal efectivo de Mons. Mejía es el de obispo auxiliar del Sr. arzobispo de Caracas y de ninguna manera el de obispo residencial ni de coadjutor con derecho sucesoral, los que de acuerdo con la Ley del Patronato eclesiástico, requieren ser elegidos y nombrados por el Congreso nacional"(100) .

El comunicado, si bien dejó clara la postura del gobierno, cristalizó una situación bastante peligrosa que hasta el momento se había evadido:  las difíciles relaciones entre la Iglesia y el Estado:

"Esta situación podemos sintetizarla en dos palabras, en la inexistencia de relaciones entre la Sede primada de la Iglesia y el Estado venezolano.

Y decimos inexistencia de relaciones por cuanto que el ejecutivo firme en su política planteada en aquel comunicado oficial (...) y fiel al cumplimiento de los deberes que le conciernen como guardián de nuestras instituciones, no puede entenderse con el obispo residencial que la Santa Sede, con prescindencia de nuestra Ley del Patronato y de la suprema autoridad del Congreso ha nombrado para la arquidióceis de Caracas, obispo residencial que viene ejerciendo el arzobispado desde que recibió su nombramiento de Roma, según consta en documentos publicados en el diario católico La Religión, por una parte, y por la otra, su Excelencia Rvdma. Mons. Rincón González tampoco puede entenderse con el Ejecutivo federal despojado como ha sido, en virtud de aquel nombramiento, de sus facultades de jurisdicción.

Esta situación reviste una gravedad como nunca se nos había presentado en  nuestras relaciones con la Iglesia..."(101)  .

Y los hechos precedentes forman la primera etapa de esta situación anómala.

Mons. Rincón se hallaba en medio de una grave situación.  Para aclarar un poco el estado de las cosas, se dirigió el 8 de noviembre de l938 al secretario de Estado de S.S. el cardenal Pacelli exponiéndole además su asombro ante todo lo que ocurría.  La contestación del cardenal Pacelli (fechada el l3 de diciembre), llegó a Caracas una semana más tarde.  En ella le comunicaba que el nombramiento del auxiliar:

"Con especiales facultades se debe a la difícil y delicada situación en que ha venido a hallarse la arquidiócesis de Caracas despues de los recientes sucesos, y al deseo de permitir a Vuestra Excelencia el poder prestar a sí mismo todos aquellos cuidados que requieren su edad y su salud ya no tan robusta como en el pasado.  Así podrá Vuestra Excelencia continuar gozando de los honores debidos a su elevada dignidad como sin duda le corresponde por los méritos que ha adquirido en su largo gobierno de la arquidiócesis"(102) .

Se despedía el cardenal transmitiéndole la bendición apostólica que el Papa le enviaba "a fin de que le sirva también de confortamiento y alivio en sus presentes aflicciones"(103) .

Tras recibir la carta, Mons. Rincón pensó que su situación había mejorado y que no tardaría en solucionarse todo el conflicto, pues la Santa Sede se mostraba realmente solícita al explicar los motivos del nombramiento de  Mons. Mejía como un alivio a su trabajo, gozando al mismo tiempo de los honores debidos a su dignidad.

Pero poco duró este consuelo.  El l de marzo de l939 Mons. Rincón recibió un oficio de la nunciatura apostólica en el que se le informaba que por decreto de la Sagrada Congregación del Concilio quedaba privado de toda la jurisdicción del territorio de su arquidiócesis ya que:

"no puede en la actutalidad por las molestias de su mala salud, atender como conviene al régimen de la arquidiócesis, ni residir establemente en la Sede"(104) .

Se nombraba , pues, interinamente como arzobispo segundo de la arquidiócesis a Mons. Mejía, quien retenía igualmente su diócesis de Guayana pero debía trasladar su residencia a Caracas:

"Con todos los derechos, deberes facultades espiscopales tonto en lo espiritual como en cuanto a la administración de los bienes temporales, quedando entretanto suspensa la jurisdicción del mismo arzobispo a norma del canon 3l6, parag. 1 del Código de Derecho Canónico"(105) .

Monseñor Mejía quedaba contituido por el Decreto en el verdadero administrador apóstolico de la arquidiócesis.

Dos hechos son reveladores en este conflicto.  El primero es que el decreto de la Santa Congragación del Concilio fue expedido en Roma el 3 de diciembre de l938, pero no se hizo público sino tres meses más tarde ¿Por qué?  Probablemente el decreto llegó a Caracas algunos días después de haber sido expedido dado el tiempo que tardaba la correspondencia, una semana o semana y media.  O sea, en un momento en el que el nombramiento de Mons. Mejía como obispo auxiliar con facultades de obispo residencial iba levantando una gran polémica en la opinión pública que, como dijimos, acabó con el comunicado del gobierno.  Si la nunciatura hubiera dado a conocer y aplicado el decreto del rompimiento de relaciones entre la Santa Sede y la República hubiera sido inminente pues la intromisión y violación del Patronato en este caso eran patentes.  Se esperó probablemente un momento propicio y más tranquilo para la Iglesia de manera que las consecuencias fueran menos drásticas.

Además es curioso que el cardenal Pacelli escribiera a Mons. Rincón el l3 de diciembre una carta que contradecía tanto en la forma como en el contenido el decreto de la Sagrada Congregación del Concilio, lo que evidencia que en la Curia se desconocía el problema en toda su realidad y se juzgaba de forma diferentente según las fuentes de información y los organismos que lo trataban (lo que por otro lado, dada la situación del Vaticano en los años próximos a la Segunda Guerra Mundial era comprensible), y de él se encargaban en Roma los detractores de Mons. Rincón que con su dimensión tenían posibilidades de hacer carrera.  Cierto es que ningún partidario del obispo ni del episcopado venezolano se encontraba en la Santa Sede para defender su posición.

A pesar de que Mons. Rincón acató las órdenes de Roma y se retiró del gobierno de la arquidiócesis, no dejan de tener vigencia aún hoy los interrogantes que él mismo planteaba al Papa tras una confrontación cronológica de los documentos:

"Del 11 de octubre al 4 de noviembre se nos habla de un auxiliar que aunque provisto de facultdes especiales y continuando en sus funciones de Visitador Apostólico, no traspasa sin embargo los límites de su título canónico.  En este mismo intervalo de tiempo se nos significa la poca conveniencia de presentar nuestra renuncia.  Del 4 de noviembre al l2 de diciembre se nos manifiesta que nuestra intervención debe ser tenida en cuenta mientras no nos hallemos ausentes de la sede.  El 13 de diciembre se nos da una explicación muy honrosa acerca de los motivos que obrarán en el ánimo de la Santa Sede para el nombramiento de auxiliar expresándonos que de ese modo podríamos continuar gozando de los honores debidos a nuestra alta dignidad y dispensándonos que de ese modo podríamos continuar gozando de los honores debidos a nuestra alta dignidad y dispensándonos un alto elogio por nuestra labor episcopal.  Y  el 27 de febrero se nos intima un decreto de fecha 3 de diciembre que parece en desacuerdo con aquellos términos hoonoríficos, diez días después de haberse expedido ese decreto.  Por otra parte nuestra condición física no ha cambiado desde el ll de octubre hasta la presente decha, y si es cierto que por nuestros quebrantos de salud pasábamos entonces breves temporadas fuera de Caracas, pero el no estar en tales momentos 'presentes en curia' no desligaba por completo de nosotros al obispo auxiliar, no vemos ahora la razón por la cual esas mismas pasajeras ausencias trajeron por consecuencia semejante absoluta desvinculación.  Ni por circunstancias de otro género han intervenido tampoco de nuestra parte para que se agregara esta nueva acerbidad a nuestra pena"(106) .

Si la polémica se había levantado pocos meses antes frente a la ambiguedad de un texto, ahora, con un derecho claro y contundente, la controversia con el gobierno fue declarada"

"Sosteniendo el ministerio de Relaciones Interiores, en armonía con las previsiones de nuestra Ley de Patronato eclesiástico que, para el ejercicio de los actos concernientes a la doble potestad de orden y jurisdicción en una diócesis o arquidiócesis venezolana, eran indispensables los tramites de elección o nombramiento por el Congreso Nacional del prelado que habría de ejercerlos; ya que no habiéndose llenado los extremos legales correspondientes en el caso de dicho obispo auxiliar, no podía éste asumir la administración episcopal de la arquidiócesis de Caracas"(107) .

1.2. Ultimo intento de nombrar coadjutor.

En el arreglo de este conflicto, que pudo haber acabado con las relaciones diplomáticas entre la Santa Sede y Venezuela, fue importantísima la intervención del presidente Eleazar López Contreras, quien prefirió arreglar oficiosamente la situación poniéndose de acuerdo con la Santa Sede en el nombramiento de un candidato para coadjutor  del arzobispo de Caracas.  Aceptar a Mons. Mejía hubiera equivalido a acatar órdenes dictadas por una autoridad extranjera que violaba las leyes vigentes en el país.  Si llegaban a un acuerdo con mutuo respeto sobre el candidato, éste sería presentado al Congreso Nacional de acuerdo con la Ley de Patronato y todos los trámites posteriores seguirían su curso normal salvando así las prerrogativas del Estado frente a la Iglesia.  Las sesiones del Congreso se abrirían en abril y las gestiones entre Venezuela y la Santa Sede comenzaron en marzo, pocos días después de conocido el decreto de la Sagrada Congregación del Concilio.  Para llevar a cabo las negociaciones, Venezuela designó al entonces embajador del país en París, Dr. Caracciolo Parra Pérez para que junto con el Dr. Santos Dominici, representante de Venezuela ante la Santa Sede, entablara las conversaciones con el secretario de Estado de Su Santidad, cardenal Maglione(108) .  La elección del Dr. Parra se debía a las excelentes relaciones personales que éste mantenía con el cardenal(109) .

En abril comienzan las primeras reuniones en Roma tras la llegada de Parra Pérez a la ciudad quien personalmente hablaría con el cardenal.  El gobierno proponía dos candidatos posibles: Mons. Navarro y Mons. Montes de Oca.  Por su parte, Roma seguía manteniendo la candidatura de Mons. Mejía, pues consideraba que entre los sacerdotes y obispos del país ningún otro era tan apto como él para desempeñar el cargo.  El l8 de abril surgen los primeros resultados de las conversaciones: l) la Santa Sede estaba conforme con que fuera el Congreso quien nombrara al coadjutor pero no aceptaba a ninguno de los dos candidatos propuestos por el gobierno: "Santa Sede excluye rotundamente Montes de Oca y considera Navarro impropio para apaciguar"(110) .  Mantenía, pues, la candidatura de Mons. Mejía.

El gobierno, ante el tono de la respuesta de la Santa Sede, dejaba bien sentado que la elección del coadjutor por el Congreso era prerrogativa inherente a la soberanía nacional, luego no era necesario su consentimiento, y a su vez consideraba que además de Mons. Mejía, había otros sacerdotes capaces de ocupar el cargo en cuestión.  Si bien el ejecutivo nacional aceptaba la negativa dada a los sacerdotes propuestos por él, por su parte no podía admitir a personas complicadas en la Visita y en los problemas suscitados por el nombramiento del obispo auxiliar: "Reiteren ustedes cardenal secretario los graves inconvenientes que presentarían para la paz de la Iglesia personas que hayan contribuido a dividir la Iglesia venezolana"(111) .  Las conversaciones debían llevarse a cabo con prudencia y espíritu de conciliación, actitud que el gobierno mantenía y deseaba igualmente a la Santa Sede.

Se pensó que lo mejor era que el gobierno tratara oficiosamente con el nuncio en Venezuela sobre los candidatos posibles, pues en Roma no se llegaba a ningún acuerdo.  El 3 de mayo Parra Pérez partía de Roma dando por concluída su misión.  Cuando las cosas parecían resueltas, de Caracas se escribe que en contradicción con los acuerdos que se estaban llevando a cabo:

"El nuncio Sr. Centoz ha llamado arzobispo Rincón y le ha prohibido que pida al Ejecutivo Federal el nombramiento de coadjutor. Esta intervención directa del nuncio en asuntos de la Iglesia venezolana y que se están tratando con la Santa Sede es inoportuna e inconveniente y perturba los planes para una pronta solución de las dificultades que estamos tratando de resolver en armonía con la Santa Sede"(112) .

En Roma el secretario de Estado, una vez informado de la situación, aprobó el proceder del nuncio y aconsejó que se obrara de acuerdo con él.  Por su parte, el gobierno consideraba que esta orden del nuncio al arzobispo estaba en contradicción con todos los antecedentes previos que habían exigido la renuncia de Mons. Rincón para establecer una nueva política eclesiástica que armonizara las relaciones entre la Iglesia y el Estado venezolano.  La respuesta del gobierno fue categórica:

"El Ejecutivo Federal no necesita solicitud arzobispo y procederá someter al Congreso conveniencia elegir coadjutor por las razones de extrema ancianidad y enfermedad invocada por Santa Sede para nombrar obispo auxiliar"(113)  .

El gobierno ponía en conocimiento de la Santa Sede los candidatos propuestos para coadjutores con derecho a sucesión de la arquidiócesis de Caracas:  Mons. Acacio Chacón, arzobispo de Mérida, que había sido fuertemente atacado por la nunciatura; Mons. Mejía, obispo de Guayana y Mons. Lucas Guillermo Castillo, obispo de Coro.  El Ejecutivo Federal estaba dispuesto a escuchar cualquier observación de la secretaría de Estado respecto a estos candidatos.  El 20 de mayo, ocho días después de enviado el telegrama, no se había recibido la contestación y se interpretó esta falta de respuesta como un asentimiento de Roma a los candidatos del gobierno, por lo que se procedería a la elección del obispo según la terna.  El 23 de mayo, el Dr. Gilborges escribía desde Roma diciendo que el cardenal Maglione aceptaba la terna si Mons. Mejía era nombrado coadjutor y el Pbro. Pedro Pablo Tenrreiro, obispo del Táchira.  Si Mons. Mejía renunciaba el nombramiento, la Santa Sede aceptaba a Mons. Castillo y no al arzobispo de Mérida(114) .  Concluidas las gestiones con Roma y conociendo sus deseos, el 25 de marzo el presidente López Contreras presenta al Congreso Nacional la candidatura de Mons. Castillo para coadjutor con derecho a sucesión(115) , aduciendo para ello la renuncia de Mons. Rincón por razones de salud y ancianidad.

El 29 del mismo mes se reunieron las dos Cámaras en sesión conjunta para llevar a cabo la elección.  Tras un primer escrutinio, en el que ninguno de los candidatos obtuvo la mayoría de las dos terceras partes como preveía la Ley de Patronato(116) , se procedió a una segunda votación en la que, siguiendo la propuesta de un congresista, sólo se elegiría entre los dos primeros candidatos con mayor número de votos, a saber,  Mons. Catillo y Mons Adam, a aquel que obtuviera la mayoría absoluta.  En esta ocasión Mons. Castillo obtuvo 75 votos contra 41 a favor de Mons. Adam(117) .

Una vez electo el coadjutor se verificaron los trámites normales que seguían a tal elección: prestó ante el ministro de Relaciones Interiores  el juramento que provenía de la Ley de Patronato y llenos los demás trámites:

"El Sr. Presidente de la República dirigió, por organo de nuestra Cancillería, una carta al Sumo Pontífice, presentándole y recomendándole al obispo coadjutor electo... y pidiéndole al mismo tiempo se dignase confirmar la elección en él recaída.

Las bulas de institución canónicas de Mons. Castillo fueron recibidas en enero de este año [1940] y por resolución del despacho de fecha 2 de febrero se les dio el pase de ley.  Dichas bulas están expedidas en los términos acostumbrados y en nada se oponen a los derechos y prerrogativas de la nación.  Efectuado ésto, prestó Mons. Castillo nuevo juramento de ratificación el día 7 del mismo mes en la forma establecida en el parágrafo 2º del artículo 5º de la ley  de juramento, encargándose el día 11 de sus delicadas funciones según participación hecha al ministerio por nota de fecha l6"(118)  .

El inusual retraso de la expedición de bulas (siete meses desde que fuera elegido hasta que el gobierno la recibiera), se debió a la situación creada por el nombramiento de nuevos obispos para las diócesis vacantes.  De nuevo el desacuerdo fue total entre el gobierno y la Santa Sede respecto a los candidatos, pues Roma sólo admitía aquellos que les eran conocidos por intermedio de la nunciatura y de los informes que se daban en Italia sobre ellos.  A mediados de agosto de 1939, la prensa comienza a dar cuenta de la situación anormal que se prolongaba en la Iglesia con el retraso de las bulas de Mons. Castillo.  El 5 de septiembre, el cardenal secretario mediaba como condición para expedirlas el cese de los ataques de la prensa a la Santa Sede recrudecidos tras el nombramiento del coadjutor.  Esta campaña se interpretaba como una humillación a Roma.  La Santa Sede acusaba al  gobierno de no defenderla contra semejantes ultrajes como le correspondía, dado su deber de amparar a las otras potencias y sus representantes en el país; además quería asegurarse que se le evitarían nuevas sorpresas desagradables en los futuros nombramientos episcopales.  Frente a estas quejas el ejecutivo dio muestra de querer atender la situación y continuar en buen entendimiento con la Santa Sede.  Como muestra de esta actitud, el gobierno publicó un comunicado en el que deploraba la campaña de prensa llevada a cabo y se pedía más mesura al respecto.  A pesar de ello, el cardenal Maglione declaraba que era:

"... de todo punto necesario para dignidad del Papa expedición bulas que de ante mano el gobierno de Venezuela asegure no se presentará en lo sucesivo ninguna terna al congresos sin estar de acuerdo Santa Sede y prometa apoyar decisivamente la candidatura convenida"(119) .

La postura de Roma era muy clara: si conseguía ese acuerdo del gobierno, no faltaría casi nada para lograr la nominación libre y directa de obispo desde la Santa Sede, si no un momento propicio en el que, ya establecido el hecho de tal intervención, la conseción del derecho de nominación fuera una consecuencia lógica y natural.

Sin embargo, el gobierno no aceptó con agrado las condiciones del cardenal Maglione y su respuesta fue muy clara: el congreso no estaba pidiendo bulas a la Santa Sede, y lo único que deseaba saber era si ella estaba dispuesta o no a contestar la carta que el presidente le había dirigido proponiendo los candidatos a las sedes episcopales vacantes y saber el sentido extricto en que debía ser presentada la respuesta del secretario de estado para tomar al respecto las decisiones convenientes y actuar en consecuencia(120) .  La reacción de Roma ante el ultimatum del congreso, fue enviar a Mons. Cento a Caracas en misión especial.  Las cartas estaban echadas: o se arreglaba la situación por completo o la ruptura de relaciones entre Venezuela y la Santa Sede era definitiva.  La elección de Mons. Cento para el desempeño de esta delicada misión fue acertada pues tras su larga actividad en el país era respetado por las altas personalidades políticas y eclesiásticas y conocía la situación de Venezuela pues había sido informado de ella, por tanto podía decidir al respecto.

La misión de Mons.  Cento iba estrictamente dirigida a negociar con el presidente de la República, sosteniendo la postura de Roma (aunque de forma moderada) de conseguir que al   "presentarse candidatos para obispos al congreso, se hiciera tras un previo acuerdo del Presidente con la Santa Sede y comprometiéndose el gobierno (en cuanto fuera posible y sin violar la ley) a sacar a flote la presentación"(121) .  Mons. Cento llegó el 31 de octubre de 1939 a Caracas.  Desde el primer momento se abrieron las conversaciones entre el nuncio, el Gral.López Contreras y el ministro de Relaciones Exteriores.  A las exigencias de Roma, se unía el problema interno de la Iglesia causado por la Visita Apostólica que seguía actuando en la arquidiócesis y respecto a la cual Mons. Cento ofreció dar punto final, volviendo de nuevo Mons. Mejía a su diócesis de Guayana . Tras una semana en  el país   el resultado de su misión no parecía muy airoso: Mons. Mejía había publicado un decreto en el que constituía de forma definitiva la junta de administración de los bienes eclesiásticos de la arquidiócesis que hasta  entonces había desempeñado solo. Mons. Cento parecía haber inspirado tal decisión pues era inconcebible   que Mons. Mejía   la adoptara a espaldas del enviado del Papa o en contra de su parecer. Evidentemente la reacción del gobierno no fue favorable.  En cuanto al arzobispo, Mons. Cento pidió de nuevo su renuncia:

"Le ha exigido a Rincón González una carta al Papa con testimonios de adhesión y disposiciones de renunciar.  A esta última sugerencia no se ha prestado al arzobispo, por lo cual me dice haber escrito él mismo la carta en forma que no se pueda tomar pie de ella para considerarla como una oferta de renuncia y no quede más recurso sino el de quitarlo en virtud de suprema autoridad, si es que quieren eliminarlo.  El hombre está, pues, decidido a no renunciar"(122) .

La misión de Mons. Cento acabó el 21 de noviembre de l939.  Antes de partir, ya habían sido despachadas las bulas de Mons. Castillo en Roma.   En una reunión del clero convocada por Mons. Mejía en la nunciatura, para despedir a Mons. Cento, éste  declaró cerrada la Visita Apostólica "cuyo resultado definitivo quedaba ahora pendiente de la Santa Sede.  Hizo alguna alusión a desaciertos cometidos"(123) .

Con respecto a su misión, el ministro de Relaciones Exteriores telegrafió a la Santa Sede agradeciendo la intervención de Mons. Cento en Venezuela.  Según este gesto del ministro, el resultado fue satisfactorio para el gobierno, lo que equivaldría a asentar que Roma no pudo conseguir su propósito totalmente aunque quizás sí alguna seguridad de que se tendrían en cuenta sus observaciones a la hora de nombrar nuevos obispos.  Dada la postura del gobierno (conciliatoria al menos en apariencia, pero intransigente frente al cumplimiento de la Ley de Patronato), no es fácil creer que acordara a la Santa Sede las prerrogativas que ésta deseaba conseguir.  Sin embargo, el dar por terminada la Visita Apostólica y el haber hecho "alguna alusión a desaciertos cometidos" apaciguaba en gran parte los desórdenes internos que había causado en el país y reconciliaba en cierto modo a la Santa Sede con el gobierno.

A pesar de ello, la imagen de la nunciatura apostólica quedó desprestigiada en el país por largo tiempo.

2.- Ultimos años de Monseñor Rincón.

De la Visita Apostólica, las únicas impresiones personales dejadas por Mons. Rincón fueron las que escribió en su libreta Apuntaciones el 9 de agosto de l941:

"El día 26 de abril de 1937 decretó el Papa Pio XI una Visita Apostólica con el fin de hacer un examen de la administración de las cuentas de la arquidiócesis.

Fue nombrado Visitador Apostólico M. Dr. Miguel Antonio Mejía, obispo de Guayana, quien nombró algunos sacerdotes jóvenes para que lo ayudaran en las investigaciones de las cuentas.  El mismo Mons. Mejía me confesó que estos sacerdotes no se habían portado bien conmigo.

La Santa Sede, por conducto de la Sagrada Congregación del Concilio, me quitó las facultades de administrar los bienes de la Arquidiócesis y se la dió a M. Mejía.  En el desempeño de esta cargo, no se portó bien Mons. Mejía, ya por atender a los sacerdotes que lo acompañaban, ya por seguir mandatos de la nunciatura apostólica.  El ha podido y ha debido ser más caritativo conmigo, en su trato epistolar y en sus documentos pastorales:  en una y otra forma fue sumamente duro.

Convencida la Santa Sede de que las cosas no marchaban bien, le dio a Mons. Lucas Guillermo Castillo, obispo de Coro,  las mismas facultades que tenía Mons. Mejía y lo nombró además, mi Coadjutor con derecho a sucesión.  Hasta hoy, agosto 9 de l941, Mons. Castillo ha procedido en el desempeño de su cargo con bastante prudencia, y ha sido caritativo conmigo"(124) .

Es, pues, el mismo Mons. Rincón quien afirma la bondad del nuevo coadjutor para con él.  Aunque de l941 hasta el año de su muerte en l946 la vida del arzobispo fue muy discreta y retirada de cualquier tipo de manifestación pública, las muestras de cariño y reconocimiento de su propio clero fueron significativas, así como por ejemplo, las dadas con motivo de la celebración de sus bodas de plata episcopales.

Los últimos años de su vida vivió retirado en casa de su sobrino, el Sr. Felipe Rincón Rincón.  Allí moriría el l3 de mayo de l946 a los 85 años de edad de un paro cardíaco.

Mons. Castillo publicó un auto en el que invitaba a los fieles a:

"...Manifestar su unión de fe y de caridad, mostrando la gratitud que corresponde a tan sagrada paternidad y elevando al cielo los votos más fervientes porque sean allí recompensadas sus labores por la gloria de Dios"(125) .

De gran solemnidad fueron los honores fúnebres que se le brindaron, celebrados según lo prescrito por el Ceremonial de Obispos.  Su cuerpo, revestido con los ornamentos pontificales permaneció expuesto tres dias en capilla ardiente en el Palacio Arzobispal, y fue velado constantemente por sacerdotes y alumnos del seminario.  El día 15 de mayo en la mañana, su féretro fue conducido en hombros hasta la Catedral, donde fue enterrado.  Las exequias fueron celebradas por el obispo coadjutor y la oración fúnebre la pronunció Mons. Pellín.  Los días siguientes al duelo, se omitieron en la arquidiócesis todas las celebraciones que revistieran un carácter festivo.

La Junta Revolucionaria de Gobierno por su parte, decretó el duelo oficial de tres días en la capital y se le tributó en los funerales honores militares.

Según Mons. Navarro:

"El entierro resultó de una solemnidad verdaderamente grandiosa.  La Junta Revolucionaria de Gobierno se ha portado admirablemente bien y los homenajes rendidos oficialmente al cadáver del prelado no han dejado nada que desear.  El pueblo y toda la gente de Caracas han honrado del modo más reverente estos fúnebres obsequios, cual mejor no lo habrían hecho con el varón más eminente por sus capacidades y méritos.  Ni puede ello atribuirse sólo al móvil de la vulgar curiosidad, pues la edificante actitud mostrada revelaba bien un sentido de profunda religiosidad y la sencillez genuina de la fe, que no atendía sino a la sagrada condición del personaje extinto..."(126) .

Paradójicamente los honores que se le negaron como obispo los últimos años de su vida, se le rindieron a la hora de la muerte.

Pero no todo había acabado para el arzobispo a pesar de su desaparición.  Se esperaba con impaciencia que se abriera su testamento, pues la confusión creada por la Visita Apostólica, rodeó a Mons. Rincón, si no de una verdadera fama de ladrón, sí de un halo de duda respecto a su fortuna personal creyendo algunas personas que ésta ascendía a varios millones de bolívares.  El 24 de mayo de l946 fue abierto el documento ante el Juzgado de Primera Instancia en lo Civil.  Este es elocuente por sí mismo:

"En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.  Yo, Felipe Rincón González, Arzobispo de Caracas, encontrándome enfermo pero en pleno uso de mis facultades, en paz con Dios y con los hombres,  otorgo este Testamento:  Toda mi vida sacerdotal la he dedicado a laborar por Dios y por las almas; al frente de la arquidiócesis de Caracas, no he tenido otra preocupación que el bien de la Iglesia de Venezuela.  Es para mí motivo de honda satisfacción poder afirmar que he sido en todo momento hijo obediente de la Santa Sede Apostólica.  Excepción hecha de mis ropas y muebles de uso personal, no poseo otros bienes que una cruz pectoral y cinco anillos y mi biblioteca, parte de la cual se encuentra en el Palacio Arzobispal y parte en el Ilustre Seminario Interdiocesano.  Instituyo mi heredera universal a la Santa Iglesia Metropolitana de la ciudad de Caracas, porque es mi voluntad que ha ella pasen la cruz pectoral y los anillos mencionados.  Lego al Seminario Interdiocesano mi biblioteca arriba expresada.   Así lo otorgo de mi propio puño y letra y firmo en Caracas a los siete días del mes de febrero de mil novecientos cuarenta y cuatro"(127) .

Concluía así un período largo, y en los últimos años muy controvertido de la historia de la Iglesia venezolana.  En palabras del cardenal Quintero el testamento de Mons. Rincón fue el mejor epílogo de la Visita Apostólica(128) .

La hora para que la Iglesia venezolana gozara de plena libertad frente al Estado todavía no había llegado.

CONCLUSION

 

La Iglesia venezolana entra en el siglo XX con un bagage histórico, que si bien no la determinará inexorablemente, la marcará de forma  definitiva.  Cuatro siglos lo separaban de sus orígenes y a lo largo de esos años de implantación y enraizamiento profundo, el privilegio que había posibilitado la evangelización de América se convertiría pronto en un instrumento esclavizador, motivo de luchas y divisiones internas tanto entre sacerdotes como políticos.  Este privilegio fue el que Roma otorgó a los Reyes Católicos y  más tarde nuestros próceres considerarían inherente a la soberanía nacional:  el Patronato Eclesiástico.

El siglo XIX se caracterizó a nivel político por los levantamientos incesantes de numerosos caudillos que deseaban  mantenerse en el poder.  El dominio total del país implicaba a su vez el control sobre la Iglesia y éste era fácil de mantener mientras en el Estado siguiera vigente la Ley de Patronato.  Durante este siglo la Iglesia pierde paulatinamente los derechos conquistados en tiempos de la Coloni y toda su actividad y fuerza se pierden contraatacando las embestidas de los gobiernos venezolanos caracterizados esencialmente por su anticlericalismo.  frente a ellos, la Iglesia exige la libertad de poder nombrar sus propios obispos y contar con los medios materiales suficientes que le permitían subsistir independientemente de las asignaciones del Estado.  Los años más difíciles entonces fueron los que presenciaron el exilio de Mons. Guevara y Lira y el intento del presidente Guzmán Blanco por crear una Iglesia de Estado totalmente independiente de la Santa Sede.  Este conflicto que estuvo a punto de acabar en un cisma, trajo por primera vez al país a un representante del Papa, quien intentó solucionar el problema.  Pudo salvarse la situación tras el acuerdo de un compromiso desfavorable para la Iglesia, pero gracias al cual pudo seguir subsistiendo.  Sin embargo, las secuelas de todos estos años dejaron un rastro difícil de borrar.

El pontificado de Mons. Rincón quedará marcado por dos circunstancias cuyos antecedentes inmediatos encuentran sus orígenes en la turbulencia del siglo precedente:  a nivel eclesiástico sucedió a Mons. Castro; a nivel político, la mayor parte de sus años como arzobispo de Caracas transcurrieron en la dictadura del general Gómez.  Estos dos factores le brindaron las condiciones favorables para desarrollar sus actividades en favor de la Iglesia y a la vez las que se volverían contra él.

Como sucesor de Mons. Castro, Mons. Rincón encontró a su llegada a la sede metropolitana un terreno propico para levantar la obra con la que sus antecesores habían soñado y por la que habían luchado.  Con los cimientos echados y la casa construída, al prelado marabino le correspondió hacer lo posible por mejorar y continuar pacífica y constantemente ese frágil edificio que era la Iglesia venezolana, necesitada de un tiempo de paz y de calma para enraizarse definitivamente en el país y llevar a cabo su misión evangelizadora.  He ahí su lado positivo.  Sin embargo, las divisiones internas del clero de los años de Mons. Castro no habían muerto.  Por una parte los castristas consideraban a Mons. Rincón como el indigno sucesor del hombre fuerte, brillante orador y defensor de la Iglesia que él había sido; por la otra, los anti-castristas no encontraron en el nuevo arzobispo la respuesta a sus aspiraciones personales.  Mons. Rincón era un desconocido en Caracas, ya mayor.  Muchos se consideraban con más derecho a la mitra que él, pero las circunstancias políticas no lo permitieron.  Este problema permaneció latente durante largos años.

La dictadura del general Gómez protegió a la vez que desvirtuó el pontificado de Mons. Rincón.  La prolongada paz que por primera vez vivía Venezuela desde su Independencia, favoreció enormemente a la Iglesia; a esta circunstancia se unían las buenas relaciones personales que reinaban entre el arzobispo y el dictador, las cuales fueron claves para la realización de muchas empresas eclesiásticas.  Como señala el cardenal Quintero:

"La experiencia ha demostrado que en los regímenes dictatoriales, la simpatía y la antipatía juegan un papel decisivo con respecto a las instituciones, según que el máximo representante de éstas disfrute o no del agrado del dictador.  Fácil resulta hoy conjeturar qué habría sido de la Iglesia durante el largo dominio del general Gómez, si el arzobispo de Caracas no hubiera tenido el aprecio de éste.  Conviene no olvidar que para ese tiempo aún se mantenía vigente en gran parte de los hombres públicos el anticlericalismo que venía del siglo anterior, unido al positivismo que desde el tiempo de Guzmán Blanco se había entronizado en la intelectualidad venezolana, factores estos que se abrían apresurado a secundar al mandatario en el caso de hostilizar a la Iglesia.

Dado lo expuesto, evidentemente aparece que en justicia, lejos de reprochar al arzobispo Rincón González, su amistad con el general Gómez, se le debe alabar, porque esa amistad sirvió para hacer el bien a muchos compatriotas y para evitar grandes males a la Iglesia"(1) .

De todas formas no hay que perder de vista que la Iglesia venezolana no tenía una gran influencia a nivel político, ni tan siquiera sobre la población.  Esos primeros años del siglo XX son de reconstrucción interna (formación de seminaristas, llegada al país de nuevas congregaciones...) más que de una acción apostólica externa eficaz, aunque ésta no estaba excluida.  Fue para favorecer en lo posible ese fortalecimiento interno que el arzobispo utilizó su influencia sobre el general Gómez.

Sin embargo, también fue ella la que le mereció la imagen a la Iglesia de "aliada del poder" como posteriormente se le calificaría, siendo ésta una afirmación inexacta.  Lo quisiera o no, la ley de Patronato lo ataba al Estado, haciendo de ella una Iglesia sometida, no sumisa.  No podía ser sumisa porque ni siquiera tenía la elección:  dependía económicamente del Estado y su situación era simple, o actuaba con prudencia o sus mienbros se morían de hambre y como institución podía desaparecer del país.  Eran estos intereses los que estaban en juego e intentaban ser salvados.

Durante este período entra en la escena político-eclesiástica del país un nuevo factor que se desarrollará paulatinamente y adquirirá una importancia cada vez mayor:  la representación de la Santa Sede en Venezuela.  Para poder establecer cuáles eran exactamente las directrices que desde Roma se les dictaba con respecto a su actividad diplomática, sería necesario consultar los archivos del Vaticano, que como señalamos en la Introducción ha sido imposible consultar.  Sin embargo, es fácil deducir de la documentación consultada y teniendo en cuenta la evolución política de los Papas respecto a las relaciones entre el Estado y la Iglesia se refiere, que el fin pretendido era conseguir el mayor número de libertades posibles para la Iglesia y culminar con la firma de un Concordato en el que Roma recuperara de nuevo el derecho a nombrar los obispos que creyera convenientes.  A ello se dedicaron conscientemente y con más o menos tacto los diferentes enviados de la Santa Sede que durante el período gomecista desempeñaron su cargo en Venezuela.

Un año crucial en la vida del país fue el que marcó la muerte del general Gómez.  En l936, se desataron las fuerzas que a lo largo de esos años habían reprimido su grito.  Entre ellas sobresalen los partidos de izquierda y el anticlericalismo, cuyas manifestaciones violentas se dirigen especialmente a la Iglesia, más en concreto al arzobispo por su amistad con el dictador.  Será este momento de cambio, la oportunidad que la nunciatura cree encontrar para estabalecer nuevas relaciones con los futuros gobiernos.  Pero un paso previo es necesario, la renuncia del arzobispo.

Durante mucho tiempo la nunciatura había visto frustrado su deseo más precioso con respecto a Venezuela:  la firma del Concordato, que diera plena libertad a la Iglesia frente a tantos gobiernos opuestos a ella que sólo habían conseguido encadenarla y someterla.  La vivencia continua de esos regímenes arbitrarios en cuya cabeza sobresalían caudillos ambiciosos, ignorantes de las cuestiones eclesiásticas y desconfiados, hizo alimentar la esperanza de que una vez destituidos y suplantados por una forma de gobierno que garantizara un mínimo de libertades, el Concordato dejaría de ser un sueño para convertirse en realidad.  La política vaticana no transigía más al respecto y es de suponer que los representantes pontificios tenían esta consigna como primordial, luego, el realizarla significaba un éxito diplomático y una ascensión el la carrera.  Además, en otras naciones americanas el Patronato había sido totalmente desplazado y consideraban que si en Venezuela ello no había sido posible era en parte porque los más altos representantes de la Iglesia en el país no habían contribuido lo suficiente.  En este sentido, la historia venezolana hablaba en favor de los nuncios.  Desde los albores de la Independencia se habían visto en la Sede Metropolitana a grandes prelados que por la Iglesia habían sufrido incluso el exilio, quienes habían sucedido otros sin relevancia aparente, sumisos, sin grandes pretensiones.  A Mons. Rincón le tocó suceder a un obispo brillante y querido por todos que si bien no había tenido problemas con el gobierno de Cipriano Castro, libró duras batallas en el seno de la Iglesia y tuvo que enfrentarse a sus propios hermanos de religión.  La subsistencia y continuidad de la Iglesia venezolana exigía el heroismo de los unos y la opacidad de los otros.  Sin un trabajo de lucha y tarea cotidiana contra la adversidad, tal vez los cismas se hubieran producido o el Estado hubiera acabado ahogándola.

El pontificado de Mons. Rincón se inscribe perfectamente en la línea de su predecesor.  Adoptó sus reformas y las profundizó, pero de ello no se percataron algunos nuncios que no supieron valorar el alcance y significado de su obra, tal vez obsesionados por el Concordato.  ¿Por qué no se pudo firmar éste bajo el arzobispado de Mons. Rincón?  A nuestro parecer, era imposible firmarlo bajo la dictadura del general Gómez dada su concepción del poder.  Pero aún así, ¿Por qué Mons. Rincón, si realmente ejercía cierta influencia sobre el dictador, no trabajó en ese sentido?  Según nuestro modo de enfocar la situación, el arzobispo hizo aquello que consideró necesario al respecto, sin sobrepasar los límites, ni con osadías excesivas dado su caracter prudente (que no siempre le favoreció), y las necesidades inmediatas que debía solucionar contando con la ayuda del dictador.   ¿Cómo interpretaron esta actitud los nuncios?  Es difícil precisarlo.  Según los testimonios de Mons. De Sanctis en l930 en los que afirmaba que para cambiar algo era necesario la sustitución de Mons. Rincón, se puede deducir que la confianza de los representantes del Papa hacia el prelado no fue total y guardaron reservas hacia él, en parte por haber sido el candidato del gobierno.  Sin embargo, trabajó siempre en contacto con la nunciatura y su adhesión a la Santa Sede fue incondicional, viviéndola a su manera, es decir, la de no crear conflictos en el interior de la Iglesia y mantener un clima de paz siempre que fuera posible y las cirrcunstancias no lo empujaran a actuar de otra maner como sucedió en l930 a raíz de la expulsión de Mons. Montes de Oca.  ¿Lo veía así la nunciatura?  Probablemente no.

Los momentos de crisis son reveladores de intenciones escondidas.  l936 fue un año de crisis, y la excusa de la situación política desencadenó problemas en el seno de la Iglesia venezolana que hasta entonces se habían retenido en espera de una ocasión propicia para darle cauce.  Esta vez, fue la nunciatura quien se manifestó, actuando de forma precipitada.  Analizando los hechos, parece que los acontecimientos se desencadenaran de forma precipitada e irreversible.  Se quiere cambiar al arzobispo a como de lugar aprovechando una coyuntura política deseada desde hacía tiempo.  En el cambio político se ve la oportunidad de solucionar todo aquello que hasta entonces había sido imposible conseguir.  Creemos que en este punto estribaron gran parte de los errores cometidos por la nunciatura.  ¿Se habría concebido si no su actuación? ¿Cómo nombrar coadjutor y suspender jurisdicciones sin contar con el gobierno cuando una actuación como esa nunca antes se hubiera llevado a cabo tan abiertamente sin correr el riesgo de un cisma definitivo?.  O Roma estaba mal informada o los que la informaban miraban, pero no alcanzaban a ver la significación de los acontecimientos.  Había muerto el dictador, pero no el gomecismo.  Las estructuras políticas y los sucesores del Benemérito seguían impregnados de las décadas pasadas y por muchos conflictos que existieran, la Iglesia no era un problema olvidado ni Mons. Rincón tan despreciado por todos, bien al contrario.

Precipitándose, la nunciatura falló en el modo de conseguir sus objetivos, por lo demás evidentes.  La visita apostólica por sus procedimientos y la falta de fundamento real en qué basar sus acusaciones, empeoró la situación eclesiástica del país y dividió al clero.  Es significativo que gran parte de los sacerdotes que trabajaron en las comisiones revisoras hubieran realizado sus estudios en Roma.  Si como parece cierto, las acusaciones contra el prelado llegaban a la Santa Sede desde hacía tiempo, algunos de ellos estarían al corriente de lo que se fraguaba.  El contacto con la Curia Romana y su asiduidad a la nunciatura les hicieron individuos fuera de sospecha e incondicionales, justamente lo que Roma necesitaba en Venezuela para el cambio deseado.  Es lo único que puede explicar la insistencia de la Santa Sede para que se nombrara obispos a los  sacerdotes más activos entre los de la Visita y el rechazo de los propuestos por el arzobispo, especialmente Mons. Navarro.

Las cosas no salieron como se esperaba.  La Visita se alargó más de lo previsto y tuvo mala prensa frente a un amplio sector de la opinión pública.  Sus procedimientos, más propios de acusadores que de jueces equitables, revelaron intenciones oscuras y dejaron sin validez ni sentencia el tan pretendido proceso en el que el inculpado pudo apenas defenderse, aunque no claudicó como se esperaba.  Roma quedó muda y no avanzó veredicto alguno, ¿por qué?.

La verdadera causa de este silencio sólo podrá determinarse tras la consulta de los documentos de la Curia Romana.  Sin embargo, el cardenal Quintero avanza dos hipotesis explicatorias:

"En primer lugar conviene tener presentes estas circunstancias:  la Sagrada Congregación del Concilio, a la que correspondía el proceso de la Visita Apostólica, durante el curso de ésta, cambió tres veces de Prefecto.  Al morir Pío XI e iniciar Pío XII su pontificado, es de presumirse que hubo también cambios en el personal secundario de dicha Congregación.  Para que ese personal asumiera la tarea de examinar diligentemente toda la documentación de la Visita, era preciso que hubiera habido gestiones de las partes en ese sentido; pero para los acusadores, una vez que contra sus aspiraciones fue nombrado arzobispo coadjutor de Caracas Mons. Lucas Guillermo Castillo el proceso perdió todo interés y, por  tanto, aquellos no insistieron en el asunto.  Por lo que concierne al arzobispo Rincón González, infortunadamente no contó en Roma con ningún defensor, y en consecuencia, tampoco de parte de él hubo recurso alguno para  solicitar la sentencia definitiva.  No parece, pues, improbable que estas circunstancias llevaran a la paralización del proceso de manera indefinida.

Cabe también otra suposición.  Si la Sagrada Congregación entró efectivamente a estudiar toda la documentación de la Visita, incluyendo entre esos documentos las representaciones de Mons. Rincón, no sólo a la misma Congregación, sino también las dirigidas a la Secretaría de Estado y, por último, al propio Sumo Pontífice, quizá tropezó con gravísimas dificultades para emitir su veredicto:  no podía desautorizar oficialmente a los agentes de la Visita y, con ellos, a la nunciatura apostólica que los estuvo apoyando de manera sistemática, máxime cuando para entonces ya dos de aquellos habían sido promovidos a la dignidad episcopal; pero tampoco podía condenar al arzobispo, porque de todo lo actuado no había mérito suficiente para ello.  Y menos podía emitir sentencia condenatoria despues de la carta tan elogiosa que le había dirigido a Mons. Rincón, con fecha l3 de diciembre de l938, el cardenal Eugenio Pacelli, para entonces Secretario de Estado, y para el momento en que el proceso pasó del todo a manos de la Congregación, nada menos que el Papa Pío XII. Esta, pues, se encontró en un callejón sin salida y adoptó entonces la única actitud posible, a saber, el silencio"(2) .

Si bien consideramos su primera hipótesis como muy plausible, con respecto a la segunda no estamos totalmente de acuerdo, pues si se temía desacreditar con la sentencia a aquellos que llevaron a cabo la Visita  apostólica, ello equivaldría a afirmar que el mero hecho de decretarla era la acusación definitiva de Mons. Rincón.  Cierto es que siendo el arzobispo un hombre mayor, se prefirió guardar silencio, un silencio que frente a la opinión pública le dejó siempre en entredicho.  Se dejó pasar el tiempo, pues si los resultados le fueron favorables, el descredito de la nunciatura apostólica (que desde l936 no gozaba de mucha estima por una parte del clero y del gobierno), hubiera sido aún mayor.  No deja de ser significativo que muchos de los sacerdotes que actuaron en la Visita, más tarde desdijeran de ella.  Así por ejemplo, el testimonio que en su diario consignó Mons. Navarro tras una conversación con Mons. Adam:

"Concluído el oficio de sepultura, me vine a casa con Mons. Adam y Mons. Soto, quienes querían hablar conmigo.  Me planteó luego Adam la cuestión eclesiástica, me habló de sus sentimientos respecto a Rincón González, abominó de la maldita (fue su palabra que le manifesté me gustaba oir de sus labios) la maldita Visita Apostólica y me hizo toda clase de protestas de afecto y sincera predilección"(3) .

Si bien estas demostraciones de Mons. Adam podían corresponder a un intento de reconcilicación y entendimiento con Mons. Navarro, ¿no podrían ser otras muestras de que la Visita fue una trama para provocar la renuncia del arzobispo y plantear una nueva situación eclesiástica en el país?.  Nosotros así lo creemos.

Mons. Rincón fue, sin darse verdadera cuenta de todo el alcance del problema que vivió, la pieza en torno a la cual se jugaron todo tipo de intereses:  los más sublimes (la libertad de la Iglesia), los mezquinos (la ambición de aquellos que querían hacer carrera a como diera lugar), los patrióticos (la defensa de los derechos que el Estado consideraba como inherentes a su soberanía).  Creyendo que su avanzada edad y su salud delicada le harían desistir en su defensa, sus acusadores se encontraron frente a un hombre que, en medio de profundos interrogantes y zozobras, soportó la tempestad sin que lograra vencerle.

La Iglesia revivió en estos años el viejo conflicto que siempre la había enfrentado al Estado y que bajo nuevas formas alcanzó una virulencia y vigencia inusitada que tras un largo aletargamiento y dadas las circunstancias, se despertaba con una fuerza mayor.

Al concluir este trabajo somos conscientes de los límites a los que hemos tenido que ceñirnos y que nos han privado de tratar más exhaustivamente otros temas referentes al mismo período y que darían una visión más completa de la historia de la Iglesia venezolana durante los primeros años de nuestro siglo.  Consideramos una de las tareas más importantes la consulta de los archivos del Vaticano, que nos fue imposible investigar por razones tanto materiales como de tiempo.  Serían de importancia capital no sólo para conocer e interpretar mejor la actuación de los representantes de la Santa Sede en Venezuela, sino también para determinar la imagen y la información que de ella se tenía en Roma.

Al mismo tiempo sería de gran utilidad recopilar, ordenar y publicar documentos de la época hasta ahora desconocidos o a los que no se les ha prestado la suficiente atención.  Esta sería una etapa que facilitaría sobremanera la investigación histórica y el descubrimiento de nuevas fuentes.

Hemos querido dar una visión de conjunto de los treinta años de arzobispado de Mons. Rincón, pero consideramos que cada uno de los puntos tratados, reclama por sí solo un estudio detallado.  Así, por ejemplo, las relaciones del clero con Gómez, el verdadero estado de las diócesis, la actuación de los obispos en cada una de ellas.  Especial interés revestiría para nosotros un análisis del debate que en torno a la elección del obispo auxiliar se desató entre los diarios La Esfera y La Religión, al igual que durante la Visita Apostólica.

Estos son algunos de los temas que consideramos de gran interés para futuras investigaciones.  Hemos querido contribuir con nuestro trabajo a dar un paso más en el conocimiento de nuestras raíces y esperamos que otros quieran y puedan seguirlo.


(70)  A.P.F.R.  Carta de Mons. Rincón al secretario de Estado cardenal Pacelli.  Caracas 19 de julio de l937.

(71)A.P.F.R.  Carta de Mons. Rincón a Mons. Mejía.  Caracas 20 de mayo de l937.

(72)  A.P.F.R.  Carta de Mons. Rincón al secretario de Estado card. Pacelli.  Caracas l0 de mayo de l937.

(73)  A.P.F.R.  Carta de Mons. Rincón al secretario de Estado Card. Pacelli.  Caracas 19 de julio de l937.

(74)  Estos cuatro obispos eran: el arzobispo de Mérida, Mons. Chacón; el obispo de Guayana (Visitador apostólico), Mons. Mejía; el obispo del Zulia, Mons. Godoy y el obispo de Coro, Mons. Castillo. 

(75)  A.P.F.R. Carta de Mons. Rincón al secretario de Estado card. Pacelli.  Caracas 19 de julio de l937.

(76)  A.P.F.R. Carta de Mons. Rincón al secretario de Estado card. Pacelli.  Caracas l9 de julio de l937.

(77)  A.P.F.R. Carta de Mons. Rincón al secretario de Estado cadr. Pacelli.  Caracas l9 de julio de l937.

(78)  Telegrama del Dr. Dominici al ministerio de Asuntos Exteriores.  Roma, 18 de abril de l939.  Citado por QUINTERO, Apuntes..., p.252.

(79)  A.P.F.R. Carta colectiva del epiacopado venezolano al secretario de Estado card. Pacelli.  Caracas 27 de septiembre de l937.

(80)  A.P.F.R. Carta colectiva del espicopado venezolano al secretario de Estado card. Pacelli.  Caracas 27 de septiembre de l937.

(81)  A.P.F.R.  Carta colectiva del episcopado venezolano al secretario de Estado card. Pacelli.  Caracas 27 de septiembre de l937.

(82)  A.P.F.R.  Carta colectiva del episcopado venezolano al secretario de Estado card. Pacelli.  Caracas 27 de septiembre de l937.

(83)SILVANI, Maurilio.  Arzobispo titular de Lepanto.  Nació en la Isla de San Antonio (Alejandría), el 24 de agosto de l882.  En 1936 fue nombrado nuncio apostólico de Haití y la República Dominicana y allí permanecería hasta l942, año en que fue trasladado a la nunciatura apostólica de Santiago de Chile.  En l946 fue trasladado a Viena siendo su primer internuncio cuando Roma reinició sus relaciones con Austria.  Murió un año después en Viena el 22 de diciembre de l947.  DE MARCHI, Le Nunziature..., pp.51,90,142,223.

(84)  El secretario había salido de Venezuela el 24 de julio de l937 y había sido proclamado por el Congreso persona "non grata", por lo que no volvió al país.

(85)  A.P.F.R.  Carta de Mons. Mejía al arzobispo de Mérida, Mons. Acacio Chacón.  Ciudad Bolívar, 16 de julio de l938.

(86)  A.P.F.R.  Carta de Mons. Mejía a Mons. Centoz.  Ciudad Bolívar, 31 de mayo de l938.

(87) A.P.F.R.  NAVARRO, Anales..., p.553,558.

(88) A.P.F.R. NAVARRO, Efemérides, 25 de marzo de l938.  Citado por QUINTERO, Apuntes..., p245.

(89) A.P.F.R.  NAVARRO, Efemérides, 3 de abril de l938.  Citado por QUINTERO, Apuntes..., p.245.

(90)  A.P.F.R. NAVARRO, Efemérides, 21 de abril de l938.  Citado por QUINTERO, Apuntes..., p.246.

(91)  A.P.F.R.  QUINTERO, Apuntes..., p.248

(92)  El día 18 de julio Mons. Navarro escribió en su diario que Gil Borges, ministro de Relaciones Exteriores le dijo que de Roma habían contestado con la evasiva de que estaban estudiando el asunto.  A.P.F.R.  NAVARRO, Efemérides, l8 de julio de l938, citado por QUINTERO, Apuntes..., p.247.

(93)  A.P.F.R. Oficio l041 de Mons. Centoz a Mons. Rincón.  Caracas 11 de octubre de l937.  Ver anexo.

(94)  A.P.F.R.  Carta de Mons. Rincón al Papa Pío XII.  Caracas, 1 de mayo de l939.

(95)  A.P.F.R. Carta de Mons. Silvani a Mons. Rincón.  Port- au-Prince 27 de octubre de l938.

(96)  A.P.F.R.  Oficio 1064 de Mons. Centoz a Mons. Rincón.  Caracas 30 de octubre de l938.  Ver anexo.

(97)  A.P.F.R. Oficio 1067 de Mons. Centoz a  Mons. Rincón.  Caracas 4 de noviembre de l939.  Ver anexo.

(98)  A.P.F.R.  Carta de Mons. Rincón a Mons. Mejía.  Caracas 15 de diciembre de l938.

(99)  La Religión, 16 de diciembre de l938 "Lo que pasa en la Iglesia venezolana".

(100)  Memoria presentada a las Cámaras Legislativas de los Estados Unidos de Venezuela por el ministro de Relaciones Interiores de 1939.  "Patronato eclesiástico, Caracas, l939.

(101)  [DELGADO CHALBAUD], La Iglesia y el Estado, un problema en pie, Caracas 1939, p.3.

(102)  A.P.F.R.  Carta del secretario de Estado card. Pacelli a Mons. Rincón.  Roma, 13 de diciembre de l939.  Ver anexo.

(103)  A.P.F.R.  Carta del secretario de Estado card. Pacelli a Mons. Rincón.  Roma, 13 de diciembre de l939.  Ver anexo.

(104)  A.P.F.R.  Decreto Nº 703.38  de la Sagrada Congregación del Concilio, Roma 3 de diciembre de l938.  Ver anexo.

(105)  A.P.F.R.  Decreto Nº 703/38 de la Sagrada Congregación del Concilio.  Roma 3 de diciembre de l938.  Ver anexo.  El canon 316/1 establecía que:  "si se da un Administrador Apostólico a la diócesis en sede plena, queda suspensa la jurisdicción del obispo y la de su Vicario General".  Cfr. MIGUELEZ, ALONSO, CABREROS, Código de Derecho Canónico , bilingue y comentado, Sexta ed., Madrid, l957, p.127.

(106)  A.P.F.R.  Carta de Mons. Rincón al Papa Pío XII.  Caracas, 1 de mayo de l939.  Esta carta quedó sin contestación.

(107)  Memoria y cuenta que el ministerio de Relaciones Interiores presenta al Congreso Nacional en sus sesiones ordinarias del año l940.  Caracas, l940.  Patronato Eclesiástico:  Asunto obispo auxiliar del arzobispo de Caracss, pp. CL-CLIX.

(108)  MAGLIONE CORTESE, Luiggi.  Nació en Casoria (Nápoles) el 2 de marzo de 1879.  Ordenado sacerdote el 25 de julio de 1801.  En 1908 trabajó en la Sagrada Congregación de Asuntos Eclesiásticos Extraordinarios prestando importantes servicios a la Santa Sede  especialmente durante la Primera Guerra Mundial.  En 1918 fue enviado como representate de la Santa Sede a Suiza, país con el que restableció  las relaciones diplómaticas.  Desde 1920 y hasta 1926 permaneció allí como nuncio apostólico,.  Ese año pasa a París com el mismo cargo.  En 1935 Pío XI le concede el cardenalato.  Pío XII lo nombró secretario de Estado.  Murió en su ciudad natal el 23 de agosto de 1944.   Cfr.. Enciclopedia Universal Ilustrada... , Sup. 1940-1941, p.334, Madrid 1948.

(109)  A.P.F.R.  Cablegrama del Dr. Parra Pérez al ministro de Relaciones Exteriores Gilborges.  París, l5 de marzo de l939.

(110) A.P.F.R. Cablegrama del Dr. Dominici legado de Venezuela ante la Santa Sede al ministro de Relaciones Exteriores Gilborges.  Ciudad del Vaticano, l8 de abril de l939.

(111)  A.P.F.R.  Cablegrama del ministro de Relaciones Exteriores Gilborges al legado venezolano ante la Santa Sede  Dr. Dominici.  Caracas, 20 de abril de l939.

(112)  A.P.F.R. Cablegrama del ministro de Relaciones Exteriores Gilborges al legado de Venezuela ante la Santa Sede, Dr. Dominici.  Caracas, 9 de mayo de l939.

(113)  A.P.F.R.  Cablegrama del ministro de Relaciones Exteriores Gilborges al legado de Venezuela ante la Santa Sede.  Caracas, 12 de mayo de l939.

(114)  A.P.F.R.  Cablegrama del legado de Venezuela ante la Santa Sede Dr. Dominici al ministro de Relaciones Exteriores Dr. Gilborges.  Ciudad del Vaticano, 23 de mayo de l939.

(115)  Memoria y cuenta..., del año l940..., mensaje del presidente al Congreso Nacional.  Documentos, 25 de mayo de l939, p.CLII.

(116)  Los votantes eran ll7, ó sea que las dos terceras partes equivalían a 78 votos. 

(117)  Diario de debate de la Cámara del Senado y del Congreso de los Estados Unidos de Venezuela, Caracas, l939, Nº32, sesión del 29 de mayo de l939, pp.23 y ss.

(118)  Memoria y cuenta..., del año l940..., p. CLII.

(119)  A.P.F.R.  Cablegrama del legado de Venezuela ante la Santa Sede Dr. Dominici al ministro de Relaciones Exteriores Dr. Gilborges.  Ciudad del Vaticano 8 de octubre de l939.

(120)  A.P.F.R. NAVARRO, Efemérides, 29 de octubre de l939.  Citado por QUINTERO, Apuntes..., p.265.

(121)  A.P.F.R.  NAVARRO, Efemérides, 2 de noviembre de l932.  Citado por QUINTERO, Apuntes..., p.267.

(122)  A.P.F.R., NAVARRO, Efemerides, 12 de noviembre de 1939. Citado por QUINTERO, Apuntes..., p. 267.

(123)  A.P.F.R., NAVARRO, Efemérides, 20 de noviembre de l939.  Citado por QUINTERO, Apuntes..., p.268.

(124)  A.P.F.R. Diario de Mons. Rincón, Apuntaciones, 9 de agosto de l941.

(125)  Auto del arzobispo.  Caracas l3 de mayo de l946, en ADSUM, Nº101, año XXXIX, p.121.

(126)  A.P.F.R. NAVARRO, Efemérides, 15 de mayo de l946.  Citado por QUINTERO, Apuntes..., p.309.

(127)  A.P.F.R.  QUINTERO, Apuntes..., p.313

(128)  Aunque no entramos en el análisis detallado de la administración de Mons. Rincón, anexamos al trabajo las cuentas que el cardenal Quintero ordenó según las compras y ventas que el arzobispo había realizado y en encuentran en el Registro Público.  Según él, no sólo no hubo déficit en la administración de Mons. Rincón, sino que además aumentó el patrimonio de la Arquidiócesis.

(1)  A.P.F.R., QUINTERO, El arzobispado de Mons. Rincón..., p.22.

(2)   A.P.F.R., QUINTERO, El arzobispado de Mons. Rincón..., pp. 297-298. 

(3)  A.P.F.R., NAVARRO,Efemerides, 15 de mayo de 1946.  Citado por QUINTERO, El arzobispado..., p. 309

Fotos tomadas a Mons. Rincón durante su pontificado

 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
Arriba
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
Arriba
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
Arriba
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
Arriba
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
Arriba
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
Arriba
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
Arriba
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
Arriba
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
Arriba
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
Arriba
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
Arriba
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
Arriba
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
Arriba
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
Arriba
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
Arriba
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
Arriba
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
Arriba
 
 
 
 
 
 
 
 
 
Arriba
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
Arriba
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
Arriba
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
Arriba
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
Arriba
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
Arriba
 

A la Portada