POR LIBRE

 

Mi carrera de estudiante comienza a dar  tumbos.

 

Creo que mi pasantía por Areneros, duró dos años y algo.

 

Durante el primer año hice la Primera Comunión, por supuesto, vestido de marinero de “gran gala". Sí,  porque de hecho, el vestido de marinerito con pantalón y mangas cortas nos lo ponían solamente para festividades especiales o los Domingos. Sin embargo el traje de Primera Comunión tenía los pantalones LARGOS y de campana, camisa de mangas largas rematadas por una especie de galones, guantes y zapatos blancos, un rosario y un misal igualmente blancos. El “gran” crucifijo con el cordón blanco y  grueso al cuello confirmaba la solemnidad del acontecimiento. Esto fue el 24 de Mayo de 1951. Papá ya no estaba. El mes anterior, en Abril, se había ido a Venezuela.

 

En Areneros, después de dos años de Instrucción Primaria, pasé a 1er. año de Bachillerato.

 

En 1er año se realizaba una tradicional competencia del saber. Para ello dividían a la clase en dos grupos, Romanos y Cartagineses. El acto se iniciaba con gran solemnidad y seriedad. Seleccionaban al azar a los alumnos que conformarían cada bando y una vez conformados, entregaban las banderas identificativas. El enfrentamiento sobre las distintas materias duraba varios días. Como cosa curiosa e inusual, cada bando tenía que estar de pie y en hilera pegados a las paredes laterales de la clase, Romanos y Cartagineses frente a frente, con el salón vacío de por medio. (Esto sería para no tener el refugio del pupitre o la espalda del compañero para soplarnos o buscar ayuda en libros o chuletas).

 

A los triunfadores, yo entre ellos, “debido a la importancia del evento” nos subieron a la azotea del colegio

    
(el primero a la derecha)
para sacarnos unas fotos. Éramos los aguerridos “Cartagineses” de Aníbal que con su elefante como emblema en la bandera, habíamos derrotado a los “Romanos” en el campo del saber.

 

Pero de pronto… ¡sucede algo inesperado!... ¡Me sacan del colegio!

 

¿Qué sucedió conmigo en Areneros? Mi hermana Milita siempre sostuvo la versión, con nombres y apellidos, que los jesuitas me sacaron a mí para darle el cupo al hijo de un ministro de Franco.
 


Entonces Gabriel se convirtió en mi tutor

 

Y me veo en casa, cursando “por libre” el 1er año de bachillerato bajo su batuta. Gabriel era un profesor particular contratado para mi hermana Paloma (a ella le gustaba un montón), y nos ayudaba, a mí con las matemáticas, y a Mercedes y Chon con sus dificultades. Pero a partir de ese momento sería mi único profesor de todas las materias de primer año.

 

Gabriel venía en las noches, creo que de siete a nueve, así que yo tenía todo el día para inventar. De esta forma, estudiando en casa, aprobé el primer año de bachiller que presenté por libre en un liceo público.

 

Debido a esta situación, provocada por los Jesuitas, siempre me quedó la sensación de ser un estudiante-paria. Tengo que reconocer que tampoco fui buen estudiante...

 

(Arriba)

 

LOS AGUSTINOS

 

En 1954 comienzo 2º año de bachiller en el colegio Nuestra Señora del Buen Consejo “regentado” por los Padres Agustinos (menudas fachas!).

 

El colegio era grande y de carácter monasterial, triste, recogido.

No tenía cine pero sí un hermoso salón cubierto de gimnasia. Lo más espectacular eran sus canchas de fútbol al aire libre, separadas del monte por una cerca metálica que pronto supimos como atravesar. Ahí comencé y me atreví a “hacer novillos”.

 
Tras nosotros la inmensidad abierta de sus canchas
(dech. de rodillas)

Su educación era aplicada a sopapos, reglazos o correazos (el hábito lo sujetaban a la cintura con una fina y larga correa que desde la hebilla les llegaba al suelo). Si no sabías la declinación en Latín, ¡cataplum! un reglazo en la palma de la mano. O de rodillas a un rincón con los brazos en cruz.

 

En invierno oscurecía muy temprano. Después del recreo de la tarde que duraba una hora, de cinco a seis, venía la clase de matemáticas. Entramos en clase y el cura no llegaba. Pasó un largo rato y oscureció. Creyendo que le hacía un favor al cura ausente, simplemente me paré del pupitre y prendí la luz. Cuando llegó el cura, amargado, preguntó quién había encendido la luz. Inocentemente me levanté y le dije “- Yo”, él, subido en la tarima y con las manos en la espalda, fríamente me ordenó  “- Ven acá”. Me acerqué y cuando llegué “a sus pies”, desde “las alturas” de la tarima, me soltó una tremenda y sonora cachetada frente a toda la clase. La humillación fue inmensa pero me contuve, apreté duro las mandíbulas, porque sabía que no se trataba de mí solamente, todos estaban acostumbrados a ese trato. Sin ninguna explicación me mandó a mi pupitre. Todavía estoy preguntándome el por qué.

 

Después de los recreos cuando nos dirigíamos a clase, teníamos que hacerlo en silencio y en dos filas paralelas lo más pegadas a la pared.  Yo, distraído como siempre, de pronto recibo desde atrás un sorpresivo y doloroso sopapo en la mejilla derecha que me hace rebotar la cabeza golpeándome fuertemente contra la pared del lado izquierdo. Así aprendí que debía ir bien pegado de la pared, no “más o menos”. Así, sin aviso, eran las cosas para los estudiantes españoles.

 Viñeta sacada de una historieta de "Roberto Alcazar y Pedrin"=>

Digo esto porque había muchos latinoamericanos, casi todos hijos de diplomáticos. Podían hacer cualquier barbaridad, irrespetar y contestar feamente a los curas o llegar tarde  que siempre les reirían la gracia. En una ocasión, el mexicano de mi clase se le “cuadró” a un cura. Por supuesto, hasta ahí llegó la cosa, o sea, no pasó nada. Si hubiera sido un español lo hubieran votado del colegio. Ahí me di cuenta, además de la cobarde injusticia con que se nos diferenciaba, que el carácter latinoamericano era mucho más despierto, ágil, ocurrente y maduro que el infantil español.

 

Todavía, como reflejo de la inocencia no perdida, recuerdo la sorprendente impresión que me causó un joven curita profesor de música.

 

La clase de música era a última hora de la mañana. Las fusas y las semifusas eran medio confusas y las corcheas y semicorcheas eran sacacorchos de blancas y negras. Para mi ese lenguaje era chino y me aburría como una ostra. Para entretenerme mientras el cura descubría los secretos teóricos de la música, dibujaba en distintas posturas mi propia mano izquierda que me servía de modelo.


… una clase              … otra clase               … otra más…

Un día al terminar la clase, el curita me llama y me dice que espere a que se marchen los compañeros para que lo acompañe. Pensé que me iba a castigar, pero no me dijo nada y lo seguí en silencio.

 

Caminamos por los solitarios corredores del colegio. Ya todo el mundo se había ido a su casa a comer. Llegamos a un apartado salón de oficinas o algo así, donde me dice que me monte en una mesa para buscar algo sobre un armario. Cual no es mi sorpresa cuando al montarme en la mesa el curita termina de “auparme” y me agarra descaradamente mi sexo, yo en vilo y él con su mano regodeándose en él. Me quedé sin aliento, de una pieza ¡ahí en el armario no había nada de lo que él me pidió!. Como pude, violentamente bajé y salí corriendo asustado.

Camino a casa, me sentía violado, (exagero?)... avergonzado, con temor de decírselo a mi madre. Efectivamente, nunca se lo dije. Yo no sé si es que yo tenía cara de tonto o era muy simpático, no sé ... si esto me pasaba a mí que era el alumno más despreocupado de su materia...

 

Así eran esos Agustinos que yo viví.

 

En 3er. Año supe lo que era perder días Domingos castigado. Si tenía alguna materia con “cates” (raspada) debía ir obligatoriamente el Domingo al colegio y junto con los peores estudiantes, pasar largas horas de estudio supervisados por un cura que siempre tenía muy mala uva y te obligaba a estudiar, nada de cachondeos. Me imagino que tampoco le haría mucha gracia perder el Domingo vigilando a una cuerda de carajitos. Es curioso observar que en ese tiempo, la vida del estudiante, fuera bueno o malo, era responsabilidad del colegio. Hoy, si te portas mal te mandan a tu casa, castigando así a todos los miembros de la familia.

 

Mi amigo en los agustinos, fue mi compañero José María Arenas. Era como muy serio, formal y adulto…

ALFONSO: A tu amigo Arenas lo recuerdo, primero, por su nombre, que me resultaba un tanto extraño y segundo porque "fumaba, pero era buen chico" -según tu afirmabas-.

 

JAVIER: No me acordaba que fumaba, pero se adapta al personaje. De él surgió la idea de construir una armadura medieval hecha de cartón resistente. Sus distintas partes se amarraban por detrás con cordones: piernas, rodilleras, muslos, peto, hombreras, brazos, todo articulado… nos faltó el casco. Viví con él otras experiencias; sus intenciones de construir las cosas a tamaño natural materializaron su anhelo de tener una mujer… se los cuento más adelante.

 

Durante los dos cursos que pasé allí, participé sin pena ni gloria en los equipos de fútbol de mi salón. Lo único que me motivó fue descubrir el baloncesto como juego y mi equipo, con mejicano incluido (debajo de mí en la foto), quedó campeón de segunda categoría. El banderín en la mano, nuestro trofeo, quedó colgado, entre otras tantas cosas, en “mi pared” sobre la cama. 

No recuerdo bien pero creo que me rasparon el 3er. Año y ya no me inscribieron para el siguiente curso pues se presentía próximo el viaje a Venezuela. En Enero del 57 nos fuimos a Venezuela. 

 

(En la foto del Curso del 56, con 13 años de edad, es la primera vez que aparezco con lentes, los cuales ya no me quitaría durante 41 años, hasta el 5 de Diciembre de l996 que me operaron con rayos láser en 10 minutos)

    

 

(Arriba)

(Sigue con "Arte Efímero)