TÍAS Y TRENES
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Tenía
muchas tías, pero “Mis Tías” con mayúsculas, eran mis tías
abuelas Carmen y Esperanza, las mismas que aparecen
acompañándome en las primeras fotos de mi vida el día de la
Primera Comunión de Pepe.
Fueron solteras de “profesión”, y así murieron. Adoraron a mi madre y la
ayudaron mucho. Ellas, al igual que mi abuelo materno, su hermano,
habían nacido en Cuba. Toda su vida “vivieron de la renta” que producían
sus bienes en Cuba, hasta que llegó Fidel Castro y les expropió.
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Alfonso mi abuelo materno, durante la República recibió su destino como
magistrado de la Corte Suprema de la Generalitat en Barcelona y entre
otras cosas, dictó la Ley de Vagos y Maleantes de España. Al terminar la
guerra civil,
no podía permanecer en España. Emigró a su Cuba natal, ya
que era cubano de nacimiento, o más precisamente “naonato” (nacido en
una embarcación), pues nació en el vapor Alfonso XII en aguas canarias
rumbo a Cuba, de donde era su madre, Florencia Dranguet Bertrán.
Él y la abuela Milagros vivieron en Santiago de Cuba hasta que se
mudaron a Guantánamo donde él consiguió un trabajo permanente con la
Guantánamo Sugar Company.
Tía Chiqui (Carmen) hermana de mi mamá se casó con Gordon, el marine
norteamericano que peleó en la Segunda Guerra Mundial en Iwo Jima, una
isla del
Pacífico.
Gordon
con Ana María y Chiqui con Freddy
Gordon en la batalla de Guam (Julio 1944) |
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Gordon, el tercero de izq. a drc.
("Entrenamiento en una base en el Caribe" -USNB Guantánamo
1941)-
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Gordon estaba ahí en ese momento.
(Iwo Jima Febrero 1945) |
Los disparos a ras de tierra quebraron el silencio de la espesura
selvática y la pierna derecha de Gordon. Las ametralladoras japonesas
escondidas a ras de piso, hicieron impacto en su humanidad y así, herido
gravemente, logró realizar un acto heroico (que no recuerdo), recibió la
mayor Condecoración Norteamericana, la Medalla Púrpura del Congreso.
Gordon fue asignado a la Base Naval Norteamericana de Guantánamo.
Roberto vivía y estudiaba en el colegio de La Salle en Guantánamo pero
los viernes en la tarde Roberto se iba a la Base a pasarlo con los tíos
y regresaba los domingos a Guantánamo. Roberto creció entre Guantánamo y
la Base y terminó su infancia hablando inglés.
De izq. a derc.: Gordon, Roberto, la
abuela Milagros con Ana María la hija de Chiqui y Gordon, el abuelo
Alfonso y la mamá de Gordon |
La foto tiene dos o tres
particularidades curiosas:
-
que los abuelos están en traje de
baño.
-
que sale la mamá de tío Gordon, a la
que el abuelo "atacaba" echándole bromas (le tiene el brazo cogido) y
-
que está tomada en el Río Yeseras,
donde estaba la planta de agua potable de la base naval (en
territorio cubano) y en 1964, el gobierno de Fidel "cortó el
suministro" sin previo aviso causando la famosa crisis del agua a la
Base Naval.
(Lo cuenta Roberto).
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También, por breve tiempo, aparecieron por casa la tía Chiqui y
el tío Gordon, aquel americano grande y rojo que hablaba muy mal,
imitaba a Charlot,
(
y a Hitler; se peinaba el mechón sobre la frente y sujetando el peine bajo la nariz se “hacía” un bigote cortito, levantaba la mano en saludo nazi y vociferaba “en alemán” palabras incomprensibles) tocaba la trompeta
y cojeaba porque en una pierna había recibido metralla ... ( ) La tía
Chiqui, hablaba muy alto, entraba, salía, se movía mucho, se limpiaba la
nariz con “papeles” y siempre parecía muy feliz. ( ) Ellos, traían
películas de su casa en Cuba, con los abuelos, en la piscina,.. ( ) ...
el Ama dijo que el abuelo Alfonso estaba tan gordo que casi necesitaba
sostén. Luego nos tomaron película a todos nosotros, y al Ama, trayendo
la leche a casa, con el cacharro sobre la cabeza y ... a los días se
fueron, como si de una breve fiesta se hubiese tratado. |
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Mis tías tenían cierta predilección por mí. La tía Carmen, con viejos
resabios típicos cubanos (como el uso del diminutivo y cambiar la C por
la S) me llamaba cariñosamente, Fransisquito.
(Arriba)
LOS JUEVES
Para mí, el día jueves se institucionalizó como el día de visita a casa
de mis tías.
Mis recuerdos más concretos son de los dos últimos años en Madrid,
cuando estudiaba en los Agustinos. El Jueves era el día que teníamos la
tarde libre en el colegio y me iba en el autobús tipo inglés de dos
pisos, de la línea N°2. Siempre trataba de ir en el piso de arriba y en
el primer puesto, como si fuera en un helicóptero volando bajo, cosa que
era fácil lograr porque el terminal de la línea estaba justamente cerca
del colegio, en la Av. Reina Victoria. Esperaba en la cola hasta ser el
primero en entrar al autobús.
Viajaba desde la Av. Victoria hasta O´Donell y – creo – me bajaba en
Manuel Becerra. De ahí, caminaba a Alcalá N° 140, 3er piso. Iba de una
punta a la otra de Madrid, por lo menos a mi eso me parecía.
Nada más entrar a su apartamento me envolvía un olor muy particular,
distinto al de mi casa, un olor que me hacía sentirme en otra ciudad,
como si viajara. El olor salía de su cocina. Simplemente, ellas
cocinaban con gas y nosotros con carbón.
Tía Carmen siempre me esperaba con una suculenta y deliciosa paella.
Sabía que la paella, junto con las lentejas, las croquetas y el arroz
con leche que preparaba mi madre, eran mis platos favoritos.
Total, que después de comer, me pasaba la tarde del Jueves, allí con
ellas y yo, conmigo.
La tía Esperanza siempre fue muy achacosa y enfermiza y se iba a su
cuarto a dormir la siesta. La tía Carmen, más bonachona, diplomática y
simpática, después de comer se dormía frente a mí en su butaca. Ese era
el momento preciso para saciar mi curiosidad. Me levantaba sin hacer
ruido y, en puntillas, me colaba en su celosa y cuidada sala.
Mi primer motivo de atención eran los dos maravillosos cuadros
japoneses, parecidos a los Samuráis nuestros. Sobre tablas negras (de
caoba?) bastante grandes, unos pájaros en vuelo y otros posados en
ramas, componían armónicamente los dos cuadros en bajo relieve. Las
figuras estaban realizadas con nácares, marfiles, carey y otros nobles
materiales incrustados. Era un hermoso y meticuloso trabajo de
miniaturización, pieza por pieza. Recortadas y talladas se ensamblaban
para construir el plumaje de alas, cuerpos y cabezas. Blancos muy
brillantes y tornasolados destellos formaban los colores de sus plumajes
y al desplazarte frente al cuadro, se convertían en dinámicos y
variantes colores, como si el arco iris estuviera atrapado en sus alas.
En otra pared colgaba un barómetro de gran tamaño, muy fino y elegante
fue el único que vi en Madrid.
Recostado de otra pared, con su sonido acompasado, un alto reloj de
péndulo marcaba con sus campanadas los cuartos, la media y las horas,
con un sonido apacible y señorial, grave y envolvente, digno de grandes
mansiones.
Pero entre todas las curiosidades la que más me atraía, la que más me
gustaba y la que más me entretenía era un magnifico juguete muy rococó,
de la Belle Epoque. Era como una máscara de submarinista,
adornada con dorados brocados de metal calado y revestida con fieltro
rojo para apoyarla sobre el rostro en forma suave y agradable. Se
sostenía por el torneado mango de madera y a la altura de la nariz,
tenía una varilla metálica extensible, que servía para enfocar la
postal que se colocaba en un soporte al final de la varilla. La postal
tenía dos fotos “iguales” una junto a la otra, una para cada ojo y esto
creaba una sensación tridimensional maravillosa. ¡Eran fotos de verdad!
Fotos de finales y de principio siglo, fotos de lugares, daguerrotipos
del oeste, Europa, Asia, África, personajes, carruajes, calesas con sus
damas de largos y anchos trajes, jugadores de cartas, emperadores,
ejército japonés, fusiles con la bayoneta calada colocados en haces,
negros africanos, racismo americano, fusilados, ahorcados y otros
muertos... Eran como cien postales ¡Qué fotos tan maravillosas! ¡Tan
increíbles! ¡Qué efecto tridimensional tan bien logrado!... Este fue el
antecesor de View Master. ¡Cómo me hubiera gustado haber heredado
este maravilloso Estereoscopio!.
Tengo que decir que mi tía Esperanza me dejó en herencia - que yo sepa -
dos cosas: su cama de bronce, que no pude disfrutar porque nadie podía
enviármela y una maravillosa imagen de 45 cm de altura, protegida por
una campana de cristal, que yo ya admiraba en su habitación sobre su
mesita de noche. Es la imagen serena del Cristo de Medinaceli de quien
ella era muy devota. Es el Nazareno erguido con una larga túnica morada
hasta los pies que se asoman descalzos. Las manos amarradas al frente,
sus ojos serenos y vidriosos tienen una expresión de recogida y cariñosa
resignación que transmiten paz y perdón. Gracias a Dios, esta hermosa
herencia, alguien me la pudo traer a Venezuela, sin la campana de
cristal.
Así transcurrían las tardes de los jueves. Además del Estereoscopio,
revisaba los periódicos ABC que día a día mi tía Carmen iba acumulando,
y recortaba principalmente los anuncios de las películas de vaqueros que
luego pegaba en álbumes improvisados. Una vez revisados los periódicos,
me los llevaba a casa para venderlos por peso. Mi tía Carmen también
coleccionaba la revista “Blanco y Negro” y en los ejemplares de esa
época, las portadas eran hermosas pinturas de principio de siglo que a
mí me encantaban, me pasaba horas hojeándolas.
Mis tías Carmen y Esperanza eran mis únicas proveedoras económicas, pues
además del dinero que recibiría por la venta de sus periódicos, al final
de la tarde, todos los Jueves, me daban mi pesetilla y algunas veces
hasta “un duro” para ir al cine y así de contento, me iba a casa.
(Arriba)
SAN SEBASTIÁN
La tía Carmen quería mucho a Fote, entre otras cosas porque admiraba su
dedicación y esfuerzo como “hombre de la casa” además de ser su madrina
de bautizo,
y a mí, no sé porqué me mimaba. Este gesto de predilección por los dos
se manifiesta en 1952 (al año siguiente de irse papá a Venezuela),
cuando por primera vez las tías nos llevan de vacaciones de verano a San
Sebastián. Yo cumplía 10 años.
Recuerdo a San Sebastián como una ciudad elegante con su distintivo
sello natural en cada extremo de la playa La Concha: Monte Higueldo con
un castillo en la cima y en el otro extremo Monte Ulía, cerrando en
herradura la bahía
Una
simpática fotografía posada con “naturalidad” en la playa la Concha,
evidencia la exagerada percepción atlética que tenía de mi cuerpo cuando
propongo a Fote; “Vamos a sacar pecho para vernos musculosos” y, en vez
de músculos afloró una fiesta de costillas.
Conocí el mar cinco años antes, cuando estuve en Alicante pero fue en
San Sebastián la primera vez que comí anguilas, cangrejos y descubrí
carnicerías de carne de caballo para el consumo humano. Esto me
impresionó y es que San Sebastián por su proximidad con el país galo
tiene mucha influencia del mismo y lo de consumir carne de caballo
parece ser una costumbre francesa.
Y
hablando de francesas... en la cima de Monte Higueldo hay un parque de
diversiones y por primera vez en mi vida me monto en una montaña rusa
con la “moña” a mi lado.
La moña se llamaba Dominique Laxague de Hourcadette y era la abuela
francesa de mi prima hermana Mayca quien también estaba en San Sebastián
en esas fechas con ella. Mayca me corrige; “mis primos le decían
amoña pero no sé si realmente es una palabra vasca. Nosotros le decíamos
"amatchi" (abuela) que SI es palabra vasca”.
Aquella señora tendría unos 77 años y me parecía mucho mayor por el
simple hecho de ser abuela. Sin embargo gozaba como una alocada muchacha
cada vez que el carro de la montaña rusa terminaba de subir lentamente
la empinada cuesta y se preparaba para lanzarse en súbita picada por la
violenta bajada. Al llegar a la cresta de la cumbre, la moña eufórica y
nerviosa se preparaba para caer al vacío... presa de emoción, se llevaba
la mano al sombrero tipo bombonera, y durante toda la caída, con la mano
en el sombrero para que no se le volara gritaba con acento francés un
escandaloso: “Yyyaaajuuuuuu!”... como si montara un indómito caballo
salvaje, una vez abajo se moría de risa festejando la llegada. Me llamó
la atención su espíritu juvenil. Luego en su casa nos preparó huevos
fritos… pero me sorprendió el que los friera con MANTECA… para mí era
algo nunca “olido” y nunca visto ¿sería otra costumbre francesa?
La moña y Mayca en la Concha el
verano
del
52
(Arriba)
SENTIR EL CAMPO
Al año siguiente no veraneé con las tías. Mamá alquiló una casa frente a
un pinar en un pueblo cerca de Madrid llamado San Rafael y allí nos
llevó a todos. Fueron unas vacaciones con aroma a campo. Trepar hasta la
copa de un pino para mecerte con el viento. Salir con una escopeta
acompañando a los vascos que vivían abajo o al lado, cuando iban a
cazar. Ser picado sin darte cuenta por el roce efervescente de la mata
de ortiga. Caminar caminos de tierra y a lo lejos encontrarte con una
pequeña ermita. Jugar entre los pinos hasta el ocaso cuando las sombras
y el viento empiezan a dramatizar el bosque. Por primera vez montar una
bicicleta, culo ampollado, rodillas y tobillos golpeados. Por primera
vez, una raqueta de tenis en la cancha de una casa muy fina donde las
niñas tenían nombres de perro y el perro, nombre de persona. Se
llamaban; Fifí, Mimí, Tati y el perro Antonio. Por primera vez, el
sonido meloso de una armónica. Por primera vez una fogata en el bosque
rodeada de historias espeluznantes. Por primera vez un paseo en coche
particular, no en taxi... por primera vez, conocer un huerto sembrado, y
por último, ¡el dramático final de las vacaciones!
Chon, Mercedes, Pili
custodiada por el Ama, Carlos, Alfonso, Angelines, la vasca que vivía
abajo y Javier
Ese Alfonsito que ven ahí, es el que nos cuenta con lujo de detalles la
situación más dramática ocurrida en San Rafael:
ALFONSO: Recuerdo el pinar de San Rafael, y los atardeceres a través de
los pinos. Sobre el accidente de Fote, fui testigo de excepción, porque
de hecho, fui el único que lo vio, además de Fote y Chon, que son los
que lo sufrieron.
Fue una tarde después de comer. Según recuerdo la casa estaba en la
parte alta de una cuesta muy empinada y Fote y sus panas, con los cuales
se reunía en esa especie de fuente de soda que había al final de la
cuesta, donde me hice "famoso" bailando el "Bayón de Ana", tenían una
bicicleta sin frenos..,
JAVIER: Perdona Tato… luego comentamos sobre el “Bayón”…
ALFONSO: Ok… la bicicleta sin frenos la usaban comunitariamente, y se
retaban lanzándose por la cuesta empinada y, al llegar abajo,
"derrapaban" la bicicleta para frenarla.... como Fote ya era un maestro
en ese arte, le dijo a Chon que se montara en el manillar, con los pies
colocados en las palometas del eje de la rueda delantera...Chon al
principio se acobardó, pero Fote hizo acopio de su "condición de
autoridad" y la obligó a que se montara.... arrancaron, y apenas
comenzaron a tomar velocidad, Chon, cagada de miedo, en lo que supongo
fué un acto reflejo, metió la punta del pie en los rayos de la rueda
delantera, frenando la bicicleta de golpe, y haciendo que Fote saliera
por los aires y diera tres vueltas de campana antes de aterrizar contra
el suelo sobre su costado izquierdo… Del golpe se quedó tendido en el
suelo sin conocimiento. Chon estaba en el suelo, agarrándose el pie con
la mano, casi en posición fetal, la cual incrementó al ver a Fote
tendido sin conocimiento..... yo estaba cargadísimo, corrí a la casa y
me encontré con Milita, y le dije algo… no sé qué, el caso es que ella
salió y al ver a Fote tendido en el suelo, se desmayó, cayó redonda al
piso y se hizo pipi a continuación.., Chon se "enroscó” aún más en
posición fetal, y yo, angustiado me puse a llorar... y al volver a
entrar en la casa Mamá me preguntó qué pasaba, no supe decirle, ella
salió junto con Paloma. Cuando llegó al sitio, y ver a Milita desmayada,
al principio pensó que era Milita la accidentada, sin embargo Paloma fue
donde Fote, lo incorporó, el medio recobró el conocimiento, y vomitó
todo el almuerzo, que por cierto cuando relaté el cuento un poco más
tarde, dije que era de guiso de papas... y me regañaron por ser tan
especifico.... llevaron a Fote a la casa de al lado donde había un amigo
que estudiaba medicina, quien estuvo masajeándole el costado. Al rato
Fote orinó sangre, y Mamá decidió llevarlo a Madrid.
JAVIER: El hecho de quedarnos solos acompañados por los vascos que
vivían abajo, acentuó el nivel de preocupación. Algo grave estaba
pasando, se hablaba de una posible operación para sacarle el riñón.
Cuatro médicos lo atendieron y debido a su corta edad, decidieron
esperar unos días antes de operarlo. Al tercer día, la orina se
normalizó.., la hemorragia cesó. El riñón se empezó a cicatrizar solo.
Su juventud le salvó el riñón.
ALFONSO: Esa es la crónica de tan denotado accidente, el cual trajo como
consecuencia, entre otras cosas, que al salir de la clínica, Fote, fuera
más alto que Paloma... ¡que era su gran preocupación!
JAVIER: Pues te recuerdo al aire libre, en la noche con nosotros y los
vecinos de abajo como tu público muertos de risa, te pedíamos tu versión
(muy serio) del Bayón de Ana que cantaba y bailaba llena de sexualidad
(para la época) la bellísima Silvana Mangano acompañada por dos negros
con maracas y pecho descubierto en la película “Ana” de 1951. ¡Por
supuesto! La película era para mayores…
Comienza la música bailada por Anna y cantan el par de negros:
Negros: |
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“Ya viene el negro Zumbón,
bailando alegre el bayón,
repica la zambomba
y llama a la mujer…
¡Dale… Dale chica…!
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Ella: |
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Teeengo ganas de bailar
el nuevo compás,
dicen todos
cuando me ven pasar…
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Negros: |
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¿Chica dónde vas? |
Ella: |
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Me voy pa bailar… el bayón |
Y arranca la melodía machacante con son tropical, y secundada por los
dos negros maraqueros, baila como aparece en el afiche, con pantalones
pegados y camisa escotada (para la época). Ella es una novicia enfermera
que quiere ser monja, y un día, al atender a un paciente descubre que es
su amante de cuando ella era bailarina…
Este número es comparable con el de Rita Hayworth cuando “Gilda” canta "Put
The Blame On Mame”, sacándose los largos guantes muy
sexi, pero el Bayón fue más popular en España porque, aunque la película
fuera italiana-francesa, la canción sencilla y pegajosa al tam tam de
los timbales estaba interpretada en español.
Pues sí, Alfonso con sus 5 años la interpretaba de maravilla, meneando
brazos y caderas a su manera, mientras nosotros le aplaudíamos muertos
de risa.
(Arriba)
SANTANDER Y EL ESCORIAL
En
el
verano siguiente, las tías nos llevaron a Fote y a mí a Santander y
después viajaríamos al Escorial, pero Fote no nos acompañó.
Santander son mañanas de playa en el Sardinero y las tardes, el malecón
entre tenderetes con frescas sardinas asadas.
En el Escorial, los días transcurrían con color y suavidad de atardecer,
olor a incienso y cantos Marianos. La diversión, marcada por las siestas
de las tías, era más recogida. En la penumbra de la habitación del hotel
plasmé a punta de
lápiz toda una serie de acción entre indios y vaqueros… algunos
mosqueteros y situaciones con luz de amanecer. Llené todo un cuaderno
cuadriculado… y después de la siesta, a la iglesia. Por el camino, en
las aceras del paseo, con su textura dura y sabor agridulce, bellotas
llovidas de las encinas.
¡Y por supuesto! dos o tres días dedicamos a la razón principal del
lugar; visitar libremente el majestuoso Monasterio. Entre las cosas
maravillosas de la edificación me asombró un tránsito que guarda el
secreto de la transmisión sonora; puedes hablar a la distancia sin usar
el teléfono. Te colocas contra la pared en una esquina y la otra persona
en el extremo opuesto del arco abovedado; hablas a la pared con tu
volumen normal de voz y tus palabras viajan a través de la piedra hasta
la otra persona que te escucha claramente.
Algo de historia. El Monasterio San Lorenzo de El Escorial, construido por Felipe II, tardó 22 años en erigirse y dicen que tiene forma de parrilla en conmemoración a San Lorenzo que fue martirizado (asado) en ese instrumento. Su imponente iglesia, con ecos Gregorianos resonando en su cúpula de 95 metros de altura, y, sus pasillos, estancias y salas, nos hablan del ocaso del Imperio Español en cuyos dominios nunca se ponía el sol. Allí en el Panteón de los Reyes, bajo el altar mayor, permanece en reposo eterno la gloriosa historia de España..
A propósito del Panteón. En 1972, ya casado, Mari y yo hicimos nuestro
primer viaje a Europa y en España, visitamos el Monasterio. Dentro del
grupo de turistas guiados, cuando estamos en el altar mayor le comento
al guía que debajo del altar están las tumbas de los reyes de España. Me
lanzó una mirada fulminante, se molestó mucho conmigo, debió ser porque
me anticipé a su narración y le descubrí el cuento al resto del grupo,
yo era un simple latinoamericano dentro del grupo, y en actitud de
regaño me dijo con expresión muy española “- Pero usted ya habrá estado
antes aquí” yo le respondí con un contundente “- !Si¡”. (Gracias a mis
Tías).
En el 72, Javier, Mari y
una amiga venezolana
En
ese viaje visitamos a la tía Carmen. Fue la última vez que la vi.
La tía Esperanza ya había muerto.
Tía Carmen siempre adoró a mi madre, en la pared conservaba el retrato
de mamá vestida de novia.
Y en su mesilla de noche, siempre acompañándola, el venerado Cristo de
Medinaceli de tía Esperanza. Era tan importante para ellas que tía
Carmen me dijo; te lo llevarás después, cuando yo me haya ido, y así
fue, me lo trajeron a Venezuela.
(La chica es su asistente) |
Detalle del Cristo de Medinaceli
(en la foto de la izquierda,
atrás, en la mesita) |
Foto de mamá de novia que
tía Carmen conservaba
(en la foto de arriba, en la pared) |
(Arriba)
EL CAMPAMENTO
El último verano en Madrid (el 56) no fueron mis tías sino Milita la que
me “inventó” un viaje, también cerca de Madrid, a Cercedilla. Pero esta
vez vestido de Falangista.
Milita era una Jefa en Falange.
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Milita a la derecha, con 10 u 11 años
con su traje de flecha. La acompañan las hermanas Romano junto
con Paloma. Al lado de Milita, Julita también vestida de
falange. A su lado Paloma y Loli, las dos con el uniforme del
colegio Las Concecionistas. Al frente Conchi (de la edad de
Mercedes). Todos teníamos nuestro par con los Jiménez Romano |
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Milita, ya más grande, con
14 o 15 ya de Jefa, en un campamento algo frío.
(Por los suéteres) |
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Yo nunca he podido pertenecer a nada, por no ser, no he sido ni
monaguillo a pesar de mi apariencia de “Fray Junípero”, como me llamaban
mis compañeros de trabajo.
No sé por qué extraña y maravillosa razón, desde pequeño, concienticé la
libertad de conciencia personal y la de los demás, en grado sumo.
Quiero expresar con las siguientes palabras prestadas mi convicción
cuando digo no creer en “ideales” políticos o religiosos; “son el
anzuelo para pescar incautos y lanzarlos a matar o morir en nombre de
ilusiones y abstracciones que todo lo justifican”. Soy (es lo único
que SOY) un ácrata de corazón y Milita me manda a un Campamento del
Frente de Juventudes en La Peñota.
Para ir a un campamento, primero tenías que hacerte Flecha, lo cual
significaba ir todos los sábados a recibir adoctrinamiento en la
ideología política creada por José Antonio Primo de Rivera e instrucción
seudo militar: marchar, saludar, conocer los grados, obedecer...
Pues bien, Javier no hizo nada de esto. Lo más grave es que sin ningún
tipo de preparación y sin tan siquiera conocer a los muchachos,
solamente porque mi hermana era una persona influyente, allí estaba yo,
en un campamento con cincuenta y tantas tiendas de campaña
simétricamente ubicadas, formando un cuadrado y amplio patio abierto a
la naturaleza, en cuyo centro una inmensa asta en cruz se elevaba al
cielo ondeando tres banderas: en la parte más alta, la de España, en
cada brazo de la cruz; la de la Falange y la de las J.O.N.S. (no sé qué
significaba esa bandera). Ahora en internet Wikipedia me dice:
Las Juntas de Ofensiva Nacional-Sindicalista (JONS) fueron un
movimiento político español de ideología fascista. De carácter
totalitario y contrario a los partidos políticos, propugnaba la
supremacía del estado, pretendiendo articular este Estado en torno a un
sindicato vertical.
Y allí estaba, uniformado y en formación, inmerso en mi escuadra
compuesta por los seis que dormiríamos en la misma tienda de campaña, y
la escuadra inmersa en una centuria de las tres que componían el
campamento, total, éramos trescientos muchachos inmersos.
El comedor estaba ubicado más arriba del campamento entre un grupo de
árboles y pinos que daban refrescante sombra, mesas y bancos construidos
con troncos clavados en el piso. Al lado, la única edificación
construida de ladrillos, la Administración. Ahí estaba el almacén de
alimentos, la cocina y los cuartos para el administrador, asistentes y
cocineros.
Las primeras indicaciones nos son impartidas en posición de firmes y en
perfecta formación. Los trescientos muchachos escuchábamos atentos y veo
frente a mí, en mitad del patio, alrededor del asta, un apilamiento de
colchonetas que imaginé tendríamos que agarrar cada quien, a la carrera,
una vez nos dieran la señal y “pelear la colchoneta”, buena o mala, con
la que dormiríamos sobre la parrilla de madera que cubría el piso de la
tienda. También nos dieron plato, cubiertos y cantimplora, todos de
metal, que debíamos conservar durante todo el turno. Si los perdías o te
los robaban tenías que hacer lo mismo, robarte otro juego igual. Creo
que cada turno duraba veinte días más o menos. Pero yo estaba allí a la
fuerza, mi hermana prefería eso a verme todo el verano jugando por la
calle.
Nos levantaban temprano al toque de diana, se izaban las banderas,
teníamos que arreglar la tienda antes de la supervisión, pasaban revista
a tu uniforme, luego gimnasia, formación e instrucción militar,
“izquierda, izquierda, izquierda, derecha, firmes arr, rompan filas...”
Las clases teóricas al aire libre acompañadas con el libro más
importante, el “Manual del Campamento” que relataba la historia de Don
Pelayo y en pequeños grupos se hacía deporte. (A mí me gustaba el arco y
flecha). Los domingos la misa al aire libre. También había, arriba en el
monte, una pequeña piscina con una sola profundidad de dos metros y el
borde para agarrarse, sin escupidera. Más que una pequeña piscina era un
gran tanque de agua. Algunas noches te tocaba hacer guardia con santo y
seña del día, (no sé de quién nos cuidábamos). No muy lejos había un
campamento pero de niñas que nunca vimos (¿las guardias, serían para que
no nos atacaran?).
Botas rotas y ampollas en los pies, era el resultado de largas marchas.
Uniformados con pantalones cortos color beige, boina roja, camisa azul
remangada, brazalete en el bíceps y con el abanderado al frente de las
dos filas paralelas, en perfecta formación, avanzábamos monte traviesa
entonando himnos y canciones falangistas; “Cara al Sol”, “Yo tenía un
Camarada” y cosas así.
Las horas y la fatiga te cuelgan cada vez más el morral al hombro con la
cobija bien enrollada, platos y cubiertos, cantimplora, cuchillo de
campaña en el cinturón de cuero grueso con el yugo y las cinco flechas
troqueladas en la hebilla. Todo lo indispensable para un flecha. Y
kilómetros de marcha.
Compartía con compañeros que nunca había visto. Ellos sí se conocían de
las reuniones sabatinas, por lo tanto yo era un “novato”.
Una noche del segundo o tercer día hubo una fuerte ventisca que agitó
violentamente todo el campamento. Al día siguiente en la tarde, durante
la hora de recreación, el “jefe” de mi escuadra se pone a tensar las
cuerdas que sujetan al suelo la tienda de campaña. Estas cuerdas
colocadas entre alcayatas en forma de polea se llaman “vientos”. Me
ordena que vaya a buscar la “máquina de tensar vientos”. Empiezo a
caminar el campamento y pregunto a otro flecha que me dice “busca por
ahí, que la tendrán en otra tienda”. Sigo caminando mirando a ver si
alguien la está utilizando y uno responde a mi pregunta, “- Seguro que
está en la administración, ahí guardan todo”. Pienso para mi “me cago en
la mar salada... ahora subir hasta allí... ¡jolines¡”. Me empieza a
fastidiar la situación. Cuando llego a la administración me dicen que se
la llevaron al campamento. ¡Qué arrechera!!!, (en venezolano). Debió ser
por mi actitud rabiosa y de despiste, que se me acercó un flecha y me
dijo que la tenía el jefe del campamento y para allá me dirigí. Se me
pegan dos o tres flechas para acompañarme, con la suerte de que el jefe
del campamento estaba fuera de su tienda y cuando ya voy a dirigirme a
él, en el último momento, uno de los flechas me dice que la tiene el
subjefe del campamento (no recuerdo cómo eran los grados). Total que
dejamos atrás al jefe con una sonrisa en los labios y entré a la tienda
del “sub.”. El, sentado tras una mesa frente a mí, me increpa
violentamente; “- ¡Flecha! Así no se entra en la tienda de un jefe,
sal y entra de nuevo”. Salí, los muchachos ahí... y yo
pensando “-¿Cómo debo entrar?”. Entré y dije “- Permiso”.
“-¡Así no!” y vuelta de nuevo. Pensé que tendría que golpear la puerta,
pero ¿cómo si era de lona? Una y tres veces más; le hablaba de usted y
me decía que los falangistas se trataban de tú. En cada salida me
desesperaba más, me frustraba, yo no había recibido instrucción, me
sentía vejado, estúpido, volvía de nuevo y me cuadraba con la mano
derecha estirada y en alto, y otra vez para fuera. Le decía “subjefecamarada”
y otra vez para fuera donde esperaban los muchachos y uno de ellos, muy
despierto, avanza hacia mí y me echa el brazo por el hombro, sacándome
del problema, “- ¿Tú estás buscando la máquina de tensar vientos? La
tengo yo en mi tienda”. Suspiré. Estaba rabioso. Con la mano al hombro
me llevó hasta su tienda, los muchachos detrás. Él entra hasta el fondo
de la misma y se agacha buscándola entre morrales, colchonetas y enseres
personales “-Ven, ayúdame” en lo que entro y me agacho, los demás
muchachos me echan encima una manta y tapado, me empiezan a golpear y a
gritar, “- ¡Novato ...Novato ..!”. Además de la rabia se sumó a mi
inocente sorpresa una gran humillación. Después de haber recorrido medio
campamento, se ríen de mí y para rematar esto, una “pela” por incauto...
y estallé. Estallé primero rompiendo todos los manuales que encontraba
bajo la manta y cualquier otro objeto. A continuación, a través de la
manta empecé a lanzar golpes llenos de furia y rabia y a gritar
groserías a tal punto que los primeros sorprendidos por mi violenta
reacción fueron ellos, pues mientras me alejaba de su tienda
insultándolos y llorando me decían “- Sólo era una broma... Era una
broma”. Efectivamente, fue una broma de “novato” que no entendí en ese
momento. Luego supe que había varias novatadas parecidas.
Total que estuve DOS turnos. Milita, (otra vez) era amiga
personal del administrador y le pidió el favor de dejarme con él en la
administración en el nuevo turno con nuevos flechas y nuevo jefe de
campamento y él le dijo que sí. La rabia que agarré cuando me enteré fue
grande, me sentía desechado, o como un preso que le alargan la condena
injustamente.
Pero no fue así. El primer turno lo pasé como flecha, o sea, de soldado
raso, y el segundo turno o pasé como si fuera un jefe, o sea, no estaba
sometido a horarios, marchas, guardias o a las obligaciones de la rutina
diaria y dormía en cama, no en colchoneta y en una casa, en la
administración.
El administrador no se rige por las normas y disciplinas del campamento.
Tiene el mismo rango del Jefe de Campamento. Era un veterano, pero no
viejo, de mente amplia, fiel admirador de los tiempos “gloriosos” que
vivió la División Azul en el frente ruso. Su ilusión le hacía pensar en
la posibilidad de que todavía en los bosques que nos rodeaban existieran
los Makis merodeando, especie de guerrilleros sin ley que la
Guardia Civil se encargó de eliminar.
Tengo que reconocer que lo pasé bien. Tenía todo el tiempo del mundo
para cazar lagartijas,
buscar alacranes y atrapar murciélagos al
atardecer tirándoles la boina al aire cuando pasaban. Los nuevos
flechas, al conocer mi afición por los animales, me traían alacranes
grandes y a cambio les pagaba con manzanas o algún otro fruto que sacaba
del almacén. Aunque no sabía nadar, me quedaba todo el tiempo que quería
en la pileta. Ahí el asistente del administrador me hacía llorar hasta
la desesperación, me hundía en el agua una y otra vez hasta el sofoco.
En la noche se reunían los jefes en la administración a jugar cartas. Yo
compartía con ellos y una noche apostaron a que yo no era capaz de salir
al bosque con un botijo y llenarlo en una fuente natural cercana al
campamento. Tomé ánimo y salí con una linterna, pero entre los cuentos
de los Makis, los ruidos desconocidos del bosque y la oscuridad
circundante, a mitad de camino me regresé muerto de miedo.
ALFONSO: Aquella vez que fui con Milita y mama a visitarte no la olvido
por el baño obligado y catastrófico en la pileta, y el hecho de haberte
roto la hoja de una navaja con la corteza de un pino.
Era domingo y estuvimos pasando el día. Nos atendieron bastante bien,
tú estabas con dos "mandos" o jefes que estuvieron con nosotros todo el
tiempo.
Lo que me pasó en la pileta fue que yo nunca había visto a nadie nadar
en mi vida, cuando te vi nadando me impresioné, no entendía como
flotabas en el agua, y me produjo una especie de fascinación -que uno de
los mandos advirtió en mi-, y como para pelotear con Milita le dijo que
si yo quería meterme en la pileta él se metía conmigo, yo dije que no,
pero Milita -supongo que en la intención de responder al peloteo-, me
insistió, me dijo que no fuera tonto, estuve resistiéndome, pero no
sirvió de nada, me quitó la ropa y estando en calzoncillos, este tipo me
agarró y de un solo gesto me metió al agua. Yo entré en pánico, comencé
a gritar y a berrear y él seguía sujetándome dentro del agua sin
intenciones de sacarme... pasé un mal rato increíble... Después de salir
del agua, me quedé acoquinado y apenado, y entonces, para congraciarme
me prestaste tu navaja, con la cual estuve tasajeando la corteza de un
pino y, al tratar de separar un trozo de corteza del árbol usé la hoja
de la navaja como palanca...y se partió!!!, total que ese bendito viaje
fue un cúmulo de malos ratos para mí.... no te pusiste furioso conmigo,
porque te entregué la navaja cerrada.... y en ese momento no te diste
cuenta.
JAVIER: Me llama la atención que digas que yo nadaba cuando justamente
ahí me pasó con el asistente del administrador lo mismo que a ti. Nos
quedábamos solos en la pileta porque no teníamos que cumplir los
horarios del campamento. Una vez en el agua él me arrancaba del borde,
me hundía y me ahoga hasta la desesperación en persistente seguidilla,
volvía una y otra vez hasta que me veía tosiendo, asfixiado, y, hasta
que no me ponía a llorar para que me dejara en paz no cesaba con su
“juego”. Lo que no sé, es, que a lo mejor fue por eso que aprendí a
flotar “por los trancazos acuáticos” y mis baños en solitarios. Lo que
si te puedo asegurar que justamente por ese “trauma” fue que al llegar
al Club Casablanca establecí como prioridad dominar el líquido elemento
cuanto antes. Esto si te lo puedo jurar, fue por lo ridículo que me
hacía sentir y por el complejo de no saber nadar.
Concluyo; siempre y cuando la ideología no sea lo importante, la
experiencia de un campamento no es mala. Creo que para muchachos como
yo, (algo rebelde e introvertido) tener este tipo de disciplina y
contacto con otros chicos, ayuda a formarse. La Falange para esa época,
estaba políticamente debilitada por Franco. Quedó para eso, para hacer
campamentos para los muchachos. Una especie de Boy Scout con algo de
representatividad política.
(Arriba)
HUMO Y HOLLÍN
Por fin, mientras subo al vagón del tren, la brisa fresca de la mañana
me golpea en el rostro con olor a humo y hollín anunciando el final de
una experiencia y el encuentro, en pocas horas, con Madrid.
Qué sensación tan marcada, tan importante, era subir a un tren.
Algunos trenes baratos en rutas cortas, viento en el rostro apoyado en
la ventanilla. Otras veces el TALGO, moderno, rápido, las ventanas
medio se abrían, con noches de por medio y paisajes nunca vistos.
Definitivamente, el tren le daba a cualquier desplazamiento, por muy
corto que fuera, jerarquía de “viaje”. Tenías que planificar con días
de anticipación todos los detalles del viaje, el más importante, el de
la comida que debías llevar de acuerdo al trayecto: tortilla de patatas,
huevos duros, bocadillos de chorizos, croquetas, tableta de chocolate y
la provisión de agua o gaseosa La Casera.
Una vez en la estación, andenes con tráfago de pasajeros, preocupación
por las maletas, nerviosismo en el estómago, la angustia de emocionadas
despedidas con lágrimas en los ojos, fuertes abrazos antes de subir al
tren, ¡siempre te despedían!. Luego, un jefe de estación con uniforme
casi militar tenía que autorizar la partida con un solemne movimiento de
la pequeña bandera roja que agitaba en su mano, gesto correspondido
inmediatamente por la afirmación del estridente y sonoro silbato. La
locomotora resopla, bufa perezosa, suelta vapor e inicia lentamente su
marcha con su majestuoso paso... Pañuelos agitados al viento mientras el
tren se aleja de la estación.
Todo anticipaba una emoción nerviosa hacia algo nuevo, “tú viajabas”.
Empezabas a vivir.
En la época de las comunicaciones se ha perdido esa trascendental
sensación de viajar. Ahora, uno, simplemente “va a ... ”, por eso
fueron tan importantes para mí esos cortos y largos destinos: Alicante,
San Sebastián, San Rafael, Santander, El Escorial, Cercedilla y por
último el viaje más largo y definitivo, Vigo.
Nuestro último tren traga rieles.
Mientras el paisaje sin agotarse pasa veloz y te envuelve el monótono y
acompasado traqueteo que producen los durmientes ¡qué fácil es
abstraerse!. Dispones de tiempo suficiente, el que marca la distancia,
para “viajar a tu interior” e imaginar ilusionado y por momentos con
cierta aprensión, sobre el destino incierto que te espera: “-¿Cómo será
la nueva vida al otro lado del mar? Estoy contento de irme, sin embargo,
a Milita le ha pegado mucho. No quería marcharse por nada del mundo.
Dice que aquí están sus amigas, su vida. Yo no pienso así... ¡en
absoluto! Me emociona conocer nuevos paisajes, nuevas gentes. Me
ilusiona mucho empezar de nuevo, es más, no me importaría trabajar de
limpiabotas, total, allí nadie me conoce”.
Mientras el tren nos aleja del centro de España (de Madrid), en
Venezuela, Papá, Pepe y Roberto esperan al resto de la familia Blanco
Rodríguez a: Mamá, Milita, Fote, Paloma, Javier, Mercedes, Chon,
Alfonso, Angelines, Pili y Carlos.
Cada vez más rápido el tren nos acerca al noroeste, nos aproxima a una
de las orillas del mapa para arrojarnos afuera, como si nos arrancaran
de raíz. Así llegamos a Galicia, a Vigo, nuestro último destino español.
Tres días después, el 14 de Enero, nos embarcamos en el Arosa Kulm,
barco alemán con bandera panameña y 14 días después, el 28 de Enero de
1957 desembarcamos en el puerto La Guaira, en Venezuela.
(Arriba)
DESCUBRIMIENTO
Este ejercicio que aquí concluye, comenzó en 1984 con unas simples notas
sin orden e intención que dejé olvidadas en un cajón.
Vivencias de una infancia que estoy contento y orgulloso de haber
vivido. Y hoy, me he liberado de esos huidizos fantasmas, dejándolos
atrapados en el papel.
Conversando con mis hermanos descubrí que ellos tienen recuerdos
más significativos, ricos y curiosos que los expuestos en estas páginas.
Situación que confirma lo paradójico de la importancia. Estos que
reseño, posiblemente intranscendentes, se grabaron en mi memoria y de
una u otra forma marcaron mi ser.
También es curioso el ¿por qué a los 57 años miro hacia atrás? Mi hija
al verme escribiendo me preguntó extrañada “- ¿Pero tú te acuerdas de
tu infancia?” y con la misma seriedad lo repitió tres veces más.
Posiblemente no la recordaría si no hubiera existido la ruptura, el
cambio de vida, posiblemente sea ese el motivo de estas páginas.
Llego a creer que es la infancia la que se aferra al adulto para
confirmarse a sí mismo. A medida que reseñaba las anécdotas, surgía una
segunda lectura que ratificaba el encuentro de los extremos. Me
sorprendí al constatar que tengo las mismas inclinaciones, los mismos
vicios y las mismas limitaciones de cuando era niño: ...manteniendo la
misma actitud ante la justicia... motorizado por la misma pasión, la que
me llevó a hacer cine, la que me acercó a la mujer que quiero... amando
y respetando la individualidad, primero la de mi familia y siempre la de
los demás... sigo siendo intenso, vehemente y creativo... cerebral y
controlado, he medido fuerzas y riesgos... y por ser demasiado vago y
flojo he sido metódico... También, cuando la situación lo exige, soy una
hormiguita sin descanso, actitud aprendida posiblemente en la mesa
camilla... En contrapartida a horas enclaustrado, no he resistido el
intenso cielo azul de un hermoso día, he sido libre, vital y curioso...
Descubro que sigo siendo ese niño que enseñó, educó y formó al adulto...
En conclusión; lo poco que he realizado durante toda la vida, he
tratado, lo haya logrado o no, de hacerlo lo mejor posible -con todas
las limitaciones que me excusan- y ése es el espíritu que continuamente
me ha motivado.
Jueves, 30 de septiembre de 1.999
(Arriba)
(Fin de estre relato) |