“GUZMÁN EL BUENO”

 

* Aquella calle, era el reducto de glorias y fracasos. La parte más importante de nuestras vidas.

 

En la esquina de abajo había un bar, “Los Chicos” donde, a decir de mi madre servían las mejores papas fritas. Más arriba, estaba la mimbrería, luego una mueblería, modas “Fátima” y después, que yo recuerde, “La Granja Alfonso” donde además de vender huevos y pollos, mantenían encendida en el escaparate una incubadora eléctrica, en torno a la cual siempre había pollitos. Entre unas y otras tiendas, se habían levantado unos nuevos edificios sobre el espacio donde la guerra había destruido otros. Luego, seguía el nuestro, una construcción de finales de siglo que había soportado bien los bombardeos, y en cuyas paredes, podían verse aún los restos de metralla. El bajo del edificio sólo tenía una panadería que se llamaba así: “Panadería” y su dueña Doña Enriqueta. ( ) Luego seguía el edificio donde vivían Paco y Pepe, que escasamente debían tener uno o dos años más que yo, pero a los que temía... ( ) su edificio era más bajo que el nuestro y tenía una zapatería y una carnicería. La manzana terminaba con el “Ultramarinos Felicísimo” donde vendían el aceite bombeándolo con una palanca que había en una esquina del mostrador y salía verde y lleno de burbujas por un grifo colocado en la otra, donde uno ponía la botella.

 

Fote y Pepe en verano por Fernando el Católico, al fondo los tres toldos de la tienda de “Ultramarinos Felicísimo” y la pared de ladrillos del colegio La Salle

 

En diagonal al ultramarinos, en la otra esquina estaba la farmacia, que era muy bonita, no tenía vidrios sino vitrales y dentro, parecía que uno estaba en la Iglesia, no sólo por las luces que los vitrales producían, sino porque además, olía a madera pulida, a yerbas y a esencias; allí, nadie hablaba en voz alta. Frente a nuestro edificio, estaba el Colegio “La Salle” y más abajo, una vaquería, donde tenían unas vacas que de vez en cuando sacaban a pasear, y donde vendían la leche tibia, recién ordeñada...

 

Aparte de la tierna indicación de Mercedes a Chon mostrando como saludar a cámara, se puede observar a la derecha, donde corren los muchachos, en la esquina, el escudo de cerámica y metal anunciando la Farmacia. Detrás de las bebitas, el hueco de los arboles que saltábamos en veloz carrera

 

 

 Lo titulé EL BALCÓN. 
Tato con una bata puesta al revés, ve pasar un desfile
en  día  de fiesta engalanado con banderas.

 

ALFONSO: Recuerdo la calle de nuestra casa, con la panadería de la señora Enriqueta, que por cierto, cuando estuve en Madrid y entré, la vi idéntica, pero parecía que los muebles y el espacio se hubieran encogido casi a  la mitad...la pollera "Alfonso", “Felicísimo” en la esquina, la otra tienda que en verano vendía polos (helados de hielo duro), y la lechería  con vaca incluida.... también recuerdo a los hombres de la manga de riego, que en verano limpiaban las calles, y la fascinación de ver como bajaban la manguera cuando pasaban los carros.

 

 


Mari en el “inmenso” portal de nuestro edificio N° 45. La Panadería con su ventana-balcón. A un lado del N° 47, la Zapatería y al otro la Carnicería (con la santamaría abajo), y fuera de la imagen, rodeando toda la esquina la tienda de ultramarinos Felicísimo.

 

 

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EL DESPERTAR

 

La calle vuelve a ser mi escuela, esta vez para descubrir al sexo opuesto, descubrir a las muchachas.

 

Ellas, al igual que nosotros, usaban la calle para sus propios juegos: saltar la comba, el diábolo, los yaquis, el corro, “donde están las llaves”, la tula y también juegos combinados, muchachos y muchachas, donde solíamos pelearnos, pellizcarnos e insultarnos y también reír y compartir. Eran vecinas, amigas de mis hermanas o vivían más abajo o más arriba en la calle, las hijas de los conserjes o del zapatero o de la tienda de ultramarinos...

 

La presencia femenina se hace notar  cuando la hermana de Paco, la hija de la conserje del edificio de al lado (la menor de dos hermanas) manifiesta su interés por mí. Era bonita. Risitas, miradas maliciosas de las amigas, decían que gustábamos uno del otro y, típico femenino, cuando me acerqué a ella se hizo la difícil.

 

A mí la que me gustaba era la hija del zapatero. La recuerdo como la chica más exuberante, (no creo que fuera muy exuberante siendo niña y además española. En aquella época se desarrollaban tarde, es más, cuando se les empezaban a notar los senos trataban de ocultarlos, les daba vergüenza, como si fuera algo pecaminoso). Es a la primera chica que le mando notas a través de su hermano. Era yo el interesado y tenía temor a decírselo, un papelito y otro papelito más, pero no llegaban las respuestas y empiezas a sentir un malestar en la boca del estomago. Algo te inquieta y no sabes lo que es, algo cálido, romántico. El sexo todavía no aparece en tu diccionario de sensaciones, te gusta porque te gusta.

 

Y así pasaba con la chica de 4 manzanas más allá, la de Fernández de los Ríos, era más bonita que las de tu calle y además te prestó atención y algunos días, con gusto, se atrevía acompañarte en tus correrías y llegabas a “enamorarte” provocando una tensa situación de pandillas, de Montescos y Capuletos, de terrenos invadidos, y vienen a tu calle con “el novio” enfurecido, buscando pelea, “porque la chica es de él...”

 

Mi hermano Pepe me echaba bromas por las muchas “novias” que no recuerdo haber tenido. Creo que mi “fama” viene por ser el callejero de la familia. Para Pepe y Fote todo se centraba en el colegio Areneros y sus actividades Marianas, Catequesis y en las excursiones de Sábados y Domingos. Les guiaba la orientación de su padre espiritual. Casi los preparaban para ser curas. Yo no tuve, gracias a Dios, ese tipo de orientación y compromisos. Sin embargo, recuerdo que en algún momento también me sentí “tocado” por la “gracia divina” haciéndome dudar sobre si tenía vocación o no.

 

 

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ESCARAMUZAS

 

En la España Católica Apostólica y Romana de Franco, el sexo era pecado, por lo tanto el sexo no existía ni a nivel de comentario familiar. Nuestro desconocimiento era total pero no fue traumático.

 

No sabíamos muy bien el por qué, pero sí sabíamos que nos teníamos que cuidar de todo lo que tuviera que ver con sexo, como protegernos de exhibicionistas o de la epidemia de “nonateros” que se acercaron en ocasiones con caramelos y palabras amables. Hacían esto para ganarse la confianza del niño y según los mayores, sus intenciones eran raptarnos, pervertirnos para luego, obligarnos a mendigar.

 

En otras ocasiones, entre matorrales o en una caseta abandonada, el jadeo quejoso de una pareja, como si estuvieran peleando, avivaban la curiosidad que nos apartaba del sitio en forma fulminante, sin saber exactamente cómo y qué estaban haciendo. Lo que si sabíamos es que era pecado. De la calle te llegaba el resto de la información, confusa y limitada. Hablábamos de sexo y ¡de verdad! no sabíamos cómo nacía un niño.

 

Nuestro desconocimiento del sexo era genialmente ingenuo, malsano, atrevido, ignorante, infantil y presuntuoso. 

 

Una vez nos agarraron con las “palabras en la boca” bajo la ventana “cerrada” de la panadera. Una noche formamos un corro de muchachos atraídos por el profundo tema de la conversación. Cada quien volcaba sus amplios “conocimientos” sobre la materia. No conocía la palabra masturbación pero si su equivalente; “la paja”, aunque aún no la practicaba sostenía la teoría de que hacerla muy seguido podía producir hasta tuberculosis. Me imagino que estas confusas ideas eran inducidas por la educación escolar, y concluía que además, eso de hacer el sexo eran cosas de niños, “la gente grande es muy seria para estar perdiendo el tiempo haciendo esas guarradas” (?).

 

 

Detrás de los morochos la hermosa y amplia acera con la panadería y su ventana-balcón, la señora en la sombra bajo el toldo de la zapatería, la siguiente sombra es de la carnicería y los siguientes toldos, los de “Felicísimo” en la esquina con Fernando el Católico.

 

 

A la mañana siguiente mi madre me hizo acompañarla a misa, en el camino me recomendó me confesara. Resultó que la panadera, me imagino que muerta de risa, o a lo mejor no, preocupada por nosotros, escuchó la “profunda” conversación y se la contó a mi madre.

 

A propósito de caminar con mi madre, a ella le encantaba ir al cine y me veo muy arregladito caminando con ella hacia las salas cercanas a casa. Me sentía doblemente dichoso; primero, por ser su acompañante, su pareja para la diversión y segundo, porque gracias a ella vi muchas películas.

 

Había varias salas de cine cerca de casa. En la manzana de abajo, en la misma acera, estaba el cine “Iris”, nuestro cine de barrio. Era inmenso, sólo patio. Ponían dos películas en “sesión continua”, en el intermedio, muchachas vestidas de botones con una bandeja colgando del cuello, paseaban por la sala vendiendo caramelos y bombones. Podías pasar toda la tarde viendo una y otra vez las dos películas. Recuerdo otro cine en Andrés Mellado, otro en Fernández de los Ríos, en una esquina, creo que se llamaba “Pelayo” y uno nuevo en Alberto Aguilera, el “Bulevar”. El más lujoso, desde mi apreciación infantil, con platea y balcón era el Cine “Urquijo”. Había más en el barrio Argüelles pero los nombrados eran los que más frecuentábamos.

 

Volviendo al descubrimiento del mundo femenino, recuerdo la gran expectativa que levantó la primera foto que vimos de una mujer desnuda. Nos peleábamos por conocer la anatomía pecaminosa-femenina tan vedada para nosotros. El muchacho dueño de la foto se defendía y se hacía espacio porque todos queríamos verla al mismo tiempo y él, con muchísimo disimulo  “Cuidado, nos pueden meter presos si nos agarran...” “A ver, a ver”... “Ya va!... ¡Ya va!”... Era una foto en colores arrancada de una revista norteamericana. La mujer sobre un fondo rojo, frente a cámara hasta mitad de muslos, con las manos en la cintura, en bragas negras y senos al aire, eso era todo, sin ninguna actitud o gesto provocativo. El muchacho de la “gran” foto, no era de por allí, lo habían traído como si fuera algo único. Me atrevo a imaginar que podría haber hecho fortuna recorriendo España, mostrando la única foto de “Mujer Desnuda”.

 

Es interesante descubrir que hasta los dibujos de las historietas de alguna manera te excitaban o te atraían, no sólo las mujeres, reinas y princesas -a veces maravillosamente hermosas- sino hasta la desnudez de algunos animales provocaban acariciarlos y acurrucarse con ellos.

 

 

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ELAMA Y LAS CHACHAS

 

 


Javier, Paloma, Mercedes


Paloma con Tato, Javier con Angelines y Chon


Tato, Carlos y el AMA

 
 

 


Chon, Angelines Tato


Chon y Pili


 Tato y Milita con Angelines

   

 

Por el tamaño del apartamento y por el trabajo que debían dar la cantidad de muchachos que en él crecían, siempre fue necesario contar con dos chachas trabajando en casa.

 

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La más importante de todas y llegó a ser parte de la familia, (se puede decir que “crió” a Carlos, pues estaba recién nacido cuando ella entró a trabajar en casa) fue Elama. No sé cómo surgió el rango de AMA, pero enseguida se ganó el reconocimiento de cuatro niños que dependieron de ella, y espontáneamente por desgaste de pronunciación se convirtió en Elama.


Carlos en brazos ELAMA
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Con Pili

Se llamaba Antonia Andrada, tendría unos 58 años cuando entró en la casa - yo tenía 9 años - y estuvo con nosotros cinco años, hasta que nos fuimos a Venezuela. No quiso acompañarnos a pesar de las súplicas de mamá. Se consideraba muy vieja para nuevas tierras. Ella quería regresar y morir en su pueblo natal de Cáceres, en Extremadura. Como su tierra, yerma y seca, era una mujer flaca y recia, muy fuerte y con una gran dosis de templanza y paciencia, aderezada con la sabiduría natural de la gente noble y humilde, gente trabajadora del campo. Hablo de ella, como un merecido reconocimiento a su dedicación y natural enseñanza, porque hubo muchas chachas antes que ella y también hubo muchas con ella, pero ninguna fue tan perseverante dedicada y honesta. Nunca perjudicó a nadie, no lo necesitaba. Su carácter recio y noble la hacía ser respetada y querida.

Con Carlos, mamá y Javier 

 

*... la impresionante figura del Ama Antonia comienza a ocupar todos los espacios de la casa.( ) Yo la recuerdo como si siempre estuviera mirándola de lejos, admirándola en silencio... ( ) ....mujer sabia que supo acompañar las soledades de mami, que supo amarla y respetarla y supo, cincelar la mente y el alma de todos nosotros.


Atrás: Mamá, una chacha y Elama.
 Segunda fila: Chon y Mercedes. Adelante, los 4 pequeños: Pili, Angelines, Tato y Carlos. Hacía frio, pero para tomarse la foto se quitaron los abrigos (amontonados en el suelo).

 

Pero no es de ella de quien voy a hablar, es de otras chachas. Pasaron muchas, unas jóvenes y otras no tan jóvenes, una imitaba a la perfección a Aurora Bautista declamando los parlamentos más dramáticos y apasionados de la película “Locura de Amor”,  otras cantaban bien coplas como “Tani, Tani mi Tani”, o “Pena, penita pena...” o las canciones de Antonio Molina: “Soy Minero”, “El Emigrante”… “Mi España querida”.., o las canciones de las comedias musicales de Celia Gámez y Manolo Caracol, cuyo espectáculo era considerado escandaloso por el moralismo de la época. En él, salían mujeres en traje de baño, plumas y contaban chistes picantes... (la palabra “escote” provocaba aspavientos). Otras chachas, las que duraban menos, eran medio zafias o “medio ladronas” y mi madre, siempre pendiente de proteger a su “camada” enseguida se daba cuenta y las despedía.

 

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(Sigue en "Senos y baño")