ALCOTÁN Y PALOMA
¿Impresionable? Sí,... definitivamente yo era muy
impresionable. Siempre me desmayaba al ver sangre, no podía ver ni un pinchazo
y sin embargo podía disecar animales sin que me causaran asco o repugnancia.
Los animales me fascinaban. Coleccionaba cualquier
información, fotos o dibujos que tuvieran que ver con ellos.
... Me encantaba criar gusanos de seda, verlos comer
hojas de morera, fabricar capullos de seda y al final, la liberación en alas de
mariposas.
... Armaba rústicos terrarios con insectos y
lagartijas. La bañera servía de lago para verlas nadar como cocodrilos.
... Cazaba mariposas y las coleccionaba con un
alfiler en una tabla.
... Más de un susto se llevaron
chachas y hermanas al abrir cajas de fósforos con lagartijas que brincaban
buscando su libertad.
... En el baño “fabricábamos” las municiones para
cazar lagartijas o pájaros con el “tirador”: una orquetilla
de alambre grueso con una coma fina, blanca, redonda y muy resistente. Sentados
en el piso con alicate en mano, más de cien clavitos a los que cortábamos la
cabeza y doblábamos en V.
.....................
La fauna en Madrid era limitada y escasa. Un día
sucedió algo inusitado: un ave de rapiña propia del campo visitó la capital.
Al final de la mañana, regresando del parque con mis
amigos, mirando hacia la fábrica de perfumes y jabones GAL, ubicada en uno de
los extremos de la plaza de la Monclóa, veo desde el
gran anuncio luminoso “GAL” que coronaba la fábrica, descender sin control un
ave de gran tamaño que en vez de posarse sobre el seto de la reja de la Ciudad
Universitaria, cae en su enmarañado interior. Alerté a mis amigos sobre lo
extraño de la maniobra, al mismo tiempo corro a donde el ave cayó. Alguien más
se da cuenta de la forma extraña en que había descendido y sin que me diera
tiempo, corriendo junto con otras personas, llego al sitio y ante la posibilidad
de perderla, sin titubeos, aunque me picotease, antes que nadie, meto la mano
en el seto, la agarro por un ala y la saco en alto. Revoloteaba y picaba para
zafarse, hasta que un señor me ayudó a ponerle las alas para atrás dejándola
inmóvil y fácil de llevar.
“- ¡Que
hermosa! ... - ¿Es un águila?... - No, no es tan grande...” ¡qué emoción! su
cabeza plana al frente, su pico encorvado, su mirada penetrante y alerta, su
tamaño. Yo la llevaba fuertemente agarrada por las alas a su espalda. Se resistía
por momentos, pero yo no dejaría por nada del mundo que se me escapara.
Camino a casa dilucidábamos qué hacer. “-¿Por qué se
caería?... ¿Qué hacemos con ella?”. Alguien propuso, “- Que se la quede Javier ya
que es al único que le permiten tener animales en su casa”. Por mi mente
pasaron todas las quejas de mi madre, las incomodidades que ocasionaban mis
“bichos”, suciedad, olores y sustos. Tampoco era que en mi casa “me permitían
tener animales”. Dudé y dudé mucho. Me lamentaba, argumentaba “ - Este bicho es muy grande ... Es un ave de rapiña (como
si fuera sinónimo de maldad) ... No, no creo que mi madre lo quiera ... No me
lo va a dejar tener”, pero yo no lo quiero soltar, “-Bueno, entonces ¿Qué
hacemos?”.
La verdad, tampoco tenía la menor idea de cómo criar
un ave como ésta. El problema me sobrepasaba, pero no quería dejarla suelta. “-¡Vamos
a disecarla!” fue mi tajante propuesta.
Después de un rato de estupor “- Bueno, entonces hay
que matarla”. Otro momento de estupor “- ¿Cómo...?” “- De un palo en la
cabeza”.
Se encontró el palo. Ya estábamos cerca de la casa y
había que matarla antes de llegar. La posición en que yo la tenía era muy
cómoda para darle un golpe en la nuca, con uno sería suficiente... No resultó
así, tuvimos que darle como cuatro.
Era hora del mediodía. Cuando llegué a casa con el
ave muerta estaban comiendo. Mi madre “- ¿Que traes ahí?” “- Nada, nada, un
ave...” después de pedírmelo, se la mostré. Al verla le pareció preciosa, eso
me dio ánimo y le conté cómo la agarré y cómo la tuvimos que matar ya que a
nadie le permitirían tenerla en su casa. Creo que ella pensó que nos la habían
dado muerta. Y me preguntó adolorida: “-¿Por qué la mataron?” ( ?????? ...(este
soy yo estupefacto ).... !!!!!! ...ME QUERÍA MORIR .... ¡¡¡¡¡¡ )
En fin, la colgué con las alas extendidas en la
ventana del baño. Me percaté de su tamaño. Mediría metro y medio... Era
hermosa. La dejé allí mientras almorzaba.
Después en “Felicísimo”, la tienda de ultramarinos,
mientras compraba los útiles para disecarla, vino lo peor. Apareció un experto,
(nunca faltan) me dijo que era un alcotán y preguntó por qué lo había matado,
que había perdido una gran oportunidad porque en el zoo
me lo hubieran comprado por muy buen precio. Hasta el dueño del ultramarinos me
lo hubiera comprado, que si patatín y que si patatán. Pero no todo era tan
malo, me animaba la esperanza de tenerlo para siempre aunque fuera disecado.
Llegamos a los terrenos de la Ciudad Universitaria y
allí entre los tres, Guillermo, José y yo, empezamos la operación con mucho
cuidado: guantes, hojilla, algodón, alcohol, pinzas, aguja, hilo.... Todo
comenzó muy bien. En su estomago en vez de encontrarnos un ratón o algo
similar, nada más tenía los restos de un saltamontes todavía sin digerir.
Deducimos que su descenso en picada fue por inanición, por hambre y así
seguimos destripando, con incomodidad y falta de pericia, hasta que un órgano
se empezó a resistir y los propios líquidos empezaron a manchar y a empapar el
plumaje. Nos invadió la desesperación, el desconocimiento y los nervios y
empezamos a echar bromas y decidimos ser sinceros. Se armó el jolgorio y, entre
bromas, el pajarraco terminó siendo eso, un pajarraco destripado amarrado al
extremo de una cuerda girando por los aires. Zarandeándolo, lo paseamos toda la
tarde causando curiosidad entre niños y adultos. También se lo tirábamos a
cualquier grupo de chicas que se cruzara en nuestro camino. Al final de la
tarde ya cansados, los restos del pobre pájaro terminaron en cualquier lugar.
Pasó el tiempo y una mañana al ir el colegio
Areneros, llegando al bulevar de Alberto Aguilera, en la entrada de un
edificio, un niño esperaba a alguien con su morral en la espalda y en su
antebrazo derecho, levantado en forma de pedestal, tenía posado un alcotán. Por
lo visto, no era tan rara el ave como yo creía, hasta se podía criar, según le
pregunté al muchacho. Él le había cortado las puntas de las alas para que no
levantara vuelo, lo alimentaba con carne y así fue creciendo, cebado, comiendo
sin cazar. Me dijo (no sé si será verdad) que una vez acostumbrada a la vida
cómoda de cautiverio, él lo dejaba volar libremente, porque siempre regresaba a
la casa a buscar comida. Por el cuerpo me recorrió una gran pena, envidia y una
gran lástima por no haber sabido cómo mantenerlo. Pero otra ave me devolvería
esa vivencia.
Una tarde jugando en el pasillo chiquito, el que
conducía al baño de servicio y al cuartito de los trastos, escucho un fuerte
aleteo. Corro al baño principal, me asomo a la ventana y veo una paloma
revoloteando tratando de salir. No sé porqué, se metió al cuarto de los
trastos. Salgo corriendo busco una escoba, los pequeños se alborotan, les digo
que se queden tranquilos y con mucho cuidado para no espantarla, desde la
puerta, con el palo de escoba empujo la ventana hasta cerrarla.
Revolotea en el cuarto hasta que la atrapo. Una
chacha le corta las puntas de las alas. Le hago un “nido” con una cestita y esa
noche duerme conmigo al lado de la almohada pegada de la pared.
¡Qué cosa son los animales! Estuvo conviviendo con
nosotros bastante tiempo, andaba suelta por la casa a su propio aire. Eran los
últimos días en Madrid antes del viaje a Venezuela. La casa se empezó a
desmantelar. Los muebles viajarían antes que nosotros, así cuando llegáramos a
Caracas estuvieran allá.
En esos días de casa vacía (no recuerdo dónde
dormíamos) no me lo van a creer, pero la paloma presentía que algo pasaba, que
algo se terminaba. Antes, nunca había estado tan pendiente de mí. Es cierto que
al principio dormía conmigo, la alimentaba y acariciaba durante horas, pero
luego era igual con todos los hermanos, no tenía predilección. Sin embargo,
aquellos últimos días me perseguía caminando por toda la casa como si fuera un
perrito, no me abandonaba un instante. Para confirmar su actitud, me puse a
propósito a dar vueltas por la casa y de pronto echaba a correr a ver si dejaba
de seguirme, pero ella con sus alas cortadas levantaba medio vuelo para
alcanzarme y no me abandonaba, como si fuera una cola que llevara a rastras.
Sentí su pena, su tristeza. ¡Es increíble el apego y el sentimiento que puede
generar hasta el más pequeño de los animales!
“Elama” nos prometió
cuidarla una vez nos hubiéramos ido. Ella también le había agarrado cariño y
así fue, se la llevó a su pueblo en Cáceres.
(Arriba)
“GEN” ANIMAL
Fue en Venezuela donde se vio recompensada mi
afición por los animales.
Gracias a mi profesión de cineasta he tenido la
suerte de conocer junto con mi hijo Francisco, la fauna tropical a través de
mis viajes por toda Venezuela y concretamente con la realización de dos
documentales: “Operación Rescate” y “La Fauna Llanera”.
Francisco
con una tragavenado.
Con un alcaraván símbolo del Llano
Al llegar a Venezuela, vivimos por dos años en una
casa; la quinta Thaizza, lo que nos permitió tener
perros. Bauller fue nuestro primer perro, sin raza ni
pedigrí, no sé de donde salió. Creo que lo trajo Roberto. Era un perro marrón y
feo. Decíamos que “realmente era un pastor alemán espía” pero que estaba
disfrazado de perro callejero para no ser descubierto. Nunca fue ni
inteligente, ni cariñoso y por consecuencia, tampoco apegado. Le dio moquillo y
un día salió de la casa y no regresó jamás.
Angelines con Blakie y Bauller |
Luego trajeron un cachorro cubierto de rizos
totalmente negro, muy simpático y juguetón, que llamamos Blakie.
A los dos meses, un carro lo mató frente a la quinta. Mamá dijo que no quería
volver a tener perros porque se les agarraba cariño y luego su ausencia
producía mucho dolor. |
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Un día estábamos sentados en la baranda de la
esquina frente al abasto y se apareció un hermosísimo perro blanco peludo, con
orejas y cola paradas. Andaba un poco desconcertado, nervioso, como perdido,
tratando de ubicarse y lo llamé. Vino hacia mí y con espontánea confianza se
paró en dos patas apoyándose en mi pecho con sus delanteras.
Inmediatamente me di cuenta que era un animal
de una inteligencia y vitalidad nada común. Me propuse quedármelo.
Lo atraje hasta la casa y al llegar a la puerta del
jardín, se frenó desconfiado, mirando a los lados. Atravesé el jardín y desde
la puerta de la casa lo llamé, pero no se atrevía pasar. Busqué una ponchera
con agua y se la dejé en la entrada pero dentro del jardín y me retiré hasta la
puerta de la casa. Al verme lejos de su alcance, se atrevió a pasar y tomar
agua. Mientras tanto, busqué en la nevera unos pedazos de carne cruda y se los
dejé en la entrada de la casa; si quería comer, tendría que atravesar el
jardín. Me metí dentro de la casa para no intimidarlo. Se decidió, pasó y comió
la carne e inmediatamente, por propia iniciativa, sin tenerlo que llamar, entró
a la casa como “Pedro por su casa”. La recorrió al trote, mientras mis hermanos
lo seguían y empezaron a llamarlo Rintin, por la
famosa serie de esos años “Rin Tin Tin”. No se parecía, tenía las orejas y la cola que lo
recordaba pero era más pequeño y blanco. Alguien dijo que era un Chao Chao, pero no lo creo, era único.
Alberto un vecino italiano, Javier y Roberto
¡Qué personalidad! A la mañana siguiente en seguida
la demostró. Mi madre va a despertarme, yo dormía arriba de una de las literas
y me zarandea para despertarme “- Párate que ya es tarde, vamos”. No sé de
dónde salió Rintin, pero de un brinco subió a la mesa
y de ahí a mi cama, acostándose sobre mí y en una actitud desafiante, fiera, y
mostrándole los colmillos a mi madre, la gruñó amenazante. Mi madre se asustó
tanto que prefirió retirarse.
Este era Rintin, un perro
tan inteligente que rehuía a otros perros porque
cuando peleaba lo hacía a muerte. Un perro que defendió por igual a cada uno de
mis hermanos, ¡que a nadie se le ocurriera ponernos una mano encima! porque lo
atacaba con un rabioso brinco. Fue el compañero inseparable de mi madre en las
horas solitarias del quehacer casero, ríos de tinta se llevaría narrar las
anécdotas y características de este animal.
Lo curioso de todo esto, es que más nunca he vuelto
a tener animales y sin embargo, mi hijo mayor Francisco, sin ningún tipo de
estímulo por mi parte, siempre ha tenido un interés natural en ellos.
Siendo
niño trajo un murciélago muerto y quiso sacarle el esqueleto enterrándolo en
una maceta de la casa. Por supuesto, no esperó a su descomposición. A partir de
ahí empezó a traer lagartijas, ranas, y se aficionó durante mucho tiempo a la
cría de peces y él mismo compraba o cambiaba todo tipo de implementos: peceras,
bombas de aire, adornos y comida.
Con 6 o 7 años,
con una caja de anzuelos, un rollo de nylon y plomos se iba a pescar en la
madrugada. Tremendo susto me dio un amanecer cuando no lo vi
en su cama y lo encontré solito en la playa pescando bagres. Se apasionó por
los murciélagos, pasó por los peces y al final se especializó en serpientes. Se
convirtió en un herpetólogo autodidacta y siendo estudiante de bachiller dio
charlas sobre ellas.
Ya más grandecito, con caña de pescar
A los 14 años, durante unas vacaciones de verano,
decidió meterse a trabajar en el Museo de la Fundación La Salle y lo aceptaron.
A los pocos días, formó parte de una expedición científica al tepuy el Abismo en la frontera con Brasil durante 25 días.
Era el más joven del equipo conformado por 40 expertos y científicos.
...................
Por supuesto, tiene cantidad de historias como
aquella cuando le robaron del carro un bolso de lona, lo que no sabían los
ladrones es que estaba lleno de culebras, o la inmensa
tragavenado que por temor a que Mari no se la permitiera en casa, la guardó en
el maletero del edificio y se le escapó. Dos meses después un vecino buscando
algo en el suyo, al meter la mano entre los objetos sintió la fría y escamosa
piel del animal... Y vivencias con todo tipo de animales.
Hoy todavía, con 29 años, mantiene en la casa varias
culebras, una baba y una tortuga. Pero él, es publicista.
(Arriba)
EL CUARTO DE LOS CHICOS
Para cerrar este capítulo sobre la casa, he dejado
de último el cuarto de los chicos, porque éste era el centro de nuestro
universo. La habitación, en dimensiones, era tan grande como la de mamá, pero
si además adosamos el cuarto de los baúles, del mismo tamaño, nuestro universo
físico era el mayor de la casa.
Ya hemos visto y seguiremos viendo a través de estas
páginas, la importancia tan grande que tuvo “el cuarto de los chicos”. Fue
salón de clases particulares, zoológico, teatro, testigo del despertar sexual,
cancha de fútbol hasta que rompimos la ventana y el balón terminó en el fondo
del patio y nosotros con una tremenda reprimenda de papá. Además fue la sede de
los tradicionales juegos propios de cada edad: a las muñecas, al Dr., a papá y
mamá, al trabajo...
*
Jugar “a ropa que
hay poca” en un alboroto de risas y desorden para, al final, caer todos al
suelo y como saldo; alguno llorando.
...también fue el escenario de otros juegos inventados
y más arriesgados e imaginativos gracias al espacio físico de que disponíamos y
nos permitía así, instalar un Circo o revivir las películas de vaqueros o
desencadenar una guerra de pelotillas y hasta inventar Disneylandia.
.............................
La pared de mi litera - la de arriba – la utilicé
como un gran mural (no era costumbre). Era una ventana abierta a la exposición
de mis imágenes y recuerdos preferidos. Colocados simétricamente y tratando de
lograr cierta composición entre los diversos artículos, empecé a pegar
banderines, piel de lagartija disecada, trofeos, y las maravillosas
ilustraciones de Norman Rockwell, sacadas de las portadas de la revista “Post”,
que nos mandaba desde Washington la tía Chiqui, la
casada con el marine.
Las literas, por su altura, se convertían en
“perfectas caravanas atravesando el medio oeste” y la mesa camilla era “la
tienda de campaña india”. Los indios, desde la montaña, (la litera de al lado)
brincaban sobre la caravana (la otra litera) que en frenética carrera trataba
de huir. En una ocasión la pelea fue tan encarnizada que la “caravana-litera”
aparatosamente se “volcó”, se vino al piso con pasajeros y estruendo de regaño
paterno.
Este tipo de
ilustraciones adornaban mi pared
O la vez en que jugando a “los vaqueros” (según
cuenta Chon) Mercedes una mujer blanca que montada
sobre su caballo, (el aparato de la calefacción) es atacada por un indio. Salté
sobre ella y la agarré por detrás para derribarla del caballo, con la mala
suerte que al caer, lo hizo hacia atrás pegando la cabeza contra la llave del
aparato de calefacción y se abrió una alarmante y sangrante brecha cuya
cicatriz, aunque tapada por el pelo, aún se hace notar...
Para “nuestro circo”, (¡Siempre el circo!. Me maravillaban los animales y los trapecistas) construí
una red con cuerdas gruesas, lo suficientemente grande que sujetada a las camas
de abajo de las literas, cubría el espacio entre las dos. Esta red serviría
para evitar “accidentes” como el que sufrimos en una mala “experiencia”
circense.
ALFONSO: Como aquella, que trajo como consecuencia que yo clavara la
frente contra el piso y tú me dijiste que me callara; “los hombres de circo no
lloran”...
En aquella ocasión coloqué la tabla de planchar (mi
mejor juguete) entre las dos literas de arriba como si fuera un puente, a más
de metro y medio de altura y senté Alfonso a caballito sobre la tabla (siete
años menor que yo). Calculé que su peso sería suficiente para mantenerse fija.
Era el “gran número del trapecio”, redoblantes en
los oídos, un niño en el aire sentado en el trapecio. El trapecista principal
toma impulso desde el cuarto de los baúles, y “salta por los aires al otro
trapecio”, como si se lanzara al agua, agarrándose de la tabla. Por supuesto,
el peso de Alfonso no fue suficiente para recibirme, la tabla giró
violentamente 180 grados, arrastrando tras de sí al niño equilibrista que
aterrizó estrepitosamente con la cabeza en el piso. El berrido de Alfonso fue
tan fuerte como justificado, se hizo mucho daño. Me asusté, no sabía cómo
consolarlo no quería que mamá lo escuchara llorar… Esta vez si me fallaron los
cálculos….
...............
En los puestos de pipas, chufas, regaliz y paluluz (una golosina que parece una raíz. Se llama palulú pero como somos de Madriz…) vendían unas gomas finitas, blancas y redondas de muy buena
calidad y también pequeñas horquetas de metal duro. Para usar este “instrumento
de caza” inventamos la munición de los clavitos en
“V”. También nos sirvió para
enfrentar la guerra de pelotillas.
ALFONSO.
Recuerdo las "batallas" de taquitos (o pelotillas), en el cuarto de
los baúles, con José Mari y sus hermanos.
Enrollábamos el papel de 7 por 2 centímetros y lo
doblábamos por la mitad. Al cabo de varias horas terminábamos como con 400
pelotillas que dividíamos entre los dos equipos a enfrentarse; uno encabezado
por Josemari y el otro por mí. En las distintas
batallas que tuvimos siempre recuerdo a Chon de mi lado
y Alfonso con José.
Atrincherados
unos en las literas y otros tras las maletas del cuarto de los baúles,
empezaba, surcando los aires entre los dos cuartos, la guerra de las
pelotillas. Eran cientos, una lluvia blanca. Asomar la cabeza y disparar, buscar
una mejor posición... La pelea terminaba cuando alguna certera pelotilla
hiciera más daño o pegara en alguna parte más sensible que las demás y el
llanto anunciaba la derrota.
Como ya he contado a lo largo de este relato, de la
mesa camilla salieron cantidad de dibujos, muñecos de alambre, casas
recortables, figuras de jabón, catapultas de madera, carretas del oeste de
cartón y tela, y aunque no lo crean, también sobre esa mesa, inventé
Disneylandia.
Indudablemente que fueron los personajes de Walt
Disney los que me transmitieron, como una revelación interior, la necesidad de
poder compartir y convivir con ellos.
Es importante acotar que nuestro mundo de cómics
eran exclusivamente historietas españolas. Las historietas americanas de Roy
Rogers, Superman, etc. en un formato distinto, sus historias y personajes eran
distantes y extraños. Se vendían poco, eran algo exclusivo y raro. Con las
historietas de Walt Disney, pasaba lo mismo, no eran tan populares entre
nosotros.
Sin embargo, sus películas animadas nos
estremecieron y divirtieron hasta las entrañas. Los muchachos de mi edad éramos
adictos a los álbumes de cromos con las historias de “Blanca Nieves”, “Dumbo”, “La Cenicienta”...
Lo cierto es que cada día sentía más la necesidad de
revivir, compartir y caminar entre los personajes de Walt Disney, crearlos en
“tamaño natural”... y me dediqué a hacer realidad el sueño.
Contando con escasísimos recursos; cartón de grandes
cajas, pintura guache, pinceles y tijeras, pinté y recorté con gran trabajo las
figuras de Pluto, el Pato Donald, Mickey (era el que menos me gustaba) Tribilín, el Mudito... y con peanas traseras se erigieron
formando parte del hábitat del cuarto de los chicos y de los baúles, deseé verlos
convertidos en realidad, pensé que sería bien emocionante tener un hermoso
parque con todos sus personajes donde se pudiera pasear por él.
Fue años después, en Venezuela cuando vi en el programa de TV. “Disneylandia” cómo se construía
el parque Disneyland de los Ángeles, ese maravilloso
mundo de imaginación y diversión que Walt Disney creó.
A partir de ahí, fui su más ferviente admirador.
Coleccioné compulsivamente todo lo relacionado con sus películas y personajes, vi todas sus películas, me robaba las carteleras de los
cines para poseer cualquier imagen salida de Disney… era algo autentico y
maravilloso que me acercaba más a su mundo. Llegué al extremo de conseguir la
dirección de los estudios. Le mandaba dibujos. Respondieron mis cartas enviando
afiches, postales, promociones de sus nuevas películas, y me consolaban
diciendo que los estudios Disney tendrían en cuenta mi solicitud como
dibujante.
(Arriba)
(Página Gráfica)
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