Me
parece temerario, a la par que fácil e injusto, juzgar desde la
perspectiva del tiempo acciones u omisiones decisiones o inacciones
ajenas, sin haber vivido en primera persona las circunstancias reales en
las que se produjeron. |
Como refiere cl dicho anglosajón, nobodv is perfect, y tan
injusto sería no criticar los errores como no proclamar los éxitos de
ahí el subtítulo de mi trabajo Luces y sombras de un marino |
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Un bravo marino |
Nacido el 17 de abril de 1848 en Cádiz, Manuel Díaz Iglesias ingresó el
día 17 de julio de 1860 como aspirante en el Colegio Naval Militar a la
edad de 12 años. |
Ascendido a guardia marina de segunda el día 20 de junio de 1862,
embarcó por primera vez el día 23 del mismo mes en la fragata
Esperanza. |
Un
rápido examen a su hoja de servicios basta para calificarla, antes de la
pérdida del último buque de su mando, de excepcional: nada menos que
cuarenta años de intachable carrera militar llevaba a sus espaldas. en
los que había formado parte de la dotación de 31 buques de guerra,
habiendo sido comandante de once de ellos, lo que le acreditaba
sobradamente como experimentado marino. |
Por
si alguna duda hubiera a este respecto, entre otras muchas de sus
meritorias navegaciones, destacaremos el viaje que bajo su mando realizó
el cañonero Centinela de Nueva York a La Habana, durante el cual
tuvo que capear un violento temporal a la altura del cabo Hatteras, o la
colaboración que también bajo su mando prestó su buque, la goleta
Valiente, al salvamento del Gravina, por poner algunos
ejemplos. |
También digno de reseñar, siendo comandante de Marina de Ilo-Ilo, el
benemérito salvamento del crucero Reina María Cristina, que
recordemos varó a comienzos de febrero de 1895 en los arrecifes de
Cagayanes, y que consiguió llevar a remolque desde el buque de su mando,
el vapor Uranus.
Dicho salvamento le valió la concesión de
la Cruz Blanca de 2ª clase del Mérito Naval. |
En
1898 es condecorado con
la
Cruz del Mérito Naval de 3ª clase con distintivo
rojo, y con la Cruz de San Hermenegildo. |
En
definitiva, y para no cansar más al lector, hemos podido constatar que
en aquella época Manuel Díaz Iglesias era uno de los marinos más aptos
con los que contaba la Armada española, por lo que a priori
estaba llamado a ocupar sus más altos estamentos; pero, corno veremos a
continuación, la fatalidad quiso cruzarse en su camino. |
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Uno de sus mayores éxitos: el litigio en Inglaterra |
Pero paradójicamente, la mayor satisfacción que tuvo durante su carrera
profesional fue desarrollando un trabajo burocrático, tarea generalmente
anónima y gris que en el caso que nos ocupa mereció todo el
reconocimiento y la felicitación del mando, al conseguir que la justicia
británica diera la razón a España en el contencioso que le enfrentaba
con el astillero escocés de J&B Thomson dc Clydebank. |
En
aquel entonces don Manuel era jefe de la Comisión de la Armada en
Europa con sede en Londres, cargo que ostentaba desde agosto del año
1900. Este era, sin duda, uno de los destinos más importantes a los que
podía aspirar un oficial del Cuerpo General de entonces,
encomendándosele la misión de articular todos los medios legales
necesarios al efecto. |
La
demanda exigía una compensación económica por el incumplimiento de la
casa constructora con los plazos de entrega de los torpederos Audaz,
Osado, Proserpina y Plutón, contratados por España -los dos
primeros, en fecha 4 de junio, y los dos segundos, el 24 dc octubre de
1896-, y que sobrepasaron con mucho las fechas estipuladas en el
contrato. |
Recordemos que con anterioridad España había propuesto la construcción
de estos buques a distintos astilleros franceses e ingleses,
especificando claramente en su proyecto la construcción de un torpedero
con un andar
no inferior a los 30 nudos, con un plazo de entrega
lo más ajustado posible en el tiempo. |
La
importancia de este último factor era tal que, aunque la proposición de
la J&B Thomson era la más cara, se aceptó finalmente por comprometerse a
entregarlos en un plazo no superior a los nueve meses. |
Pero el astillero pecó de prepotente al aceptar la cláusula relativa a
la velocidad de los buques pues, como se comprobó al poco tiempo,
estaban al límite de su capacidad tecnológica. |
Todo esto, unido a distintos problemas laborales y de material que se
declararon en el desarrollo de los trabajos, hizo que la construcción de
ambas
unidades se retrasara varios meses, no siendo
entregados hasta poco antes de declararse la guerra con los Estados
Unidos. |
En
la sentencia, dictada el 16 de febrero de 1905, el propio juez del caso.
Lord Kyllachy, hacía el siguiente comentario: |
«Creo que es bastante probable, quizá más que probable que si en la
primavera de 1897 el gobierno español hubiera estado en una situación
para establecer a lo largo de la costa de Cuba, o incluso en una parte
de dicha costa, un bloqueo realmente efectivo -quiero decir efectivo
contra la llegada de armas-, quizás se podría haber derrotado a
la insurrección cubana, evitando así la intervención americana.» |
Esta opinión, muy respetable, es también muy discutible, pues aunque
esta apreciación en su primera parte podría ser válida no creemos que la
intención de los norteamericanos cambiase respecto a arrebatarnos cuanto
antes el control de la codiciada isla caribeña. |
España recuperó de esta manera la nada despreciable cantidad de 67.500
libras que, sumadas a los intereses fijados en un 5 por 100 desde fecha
2 de enero de 1901, hacían una suma total de 81.000 libras. |
Tras el resultado feliz del contencioso, y tras permanecer durante
algunos meses más en Inglaterra, a don Manuel se le releva el 3 de julio
de 1905 de jefe de la Comisión de Marina en Europa y se le nombra
comandante del Cardenal Cisneros, tomando en agosto siguiente el
mando del buque, relevando a su vez al capitán de navío Alejandro
Bouyón y Rubio. |
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Su mayor fracaso: el naufragio del crucero
Cardenal Cisneros |
Una
de las pérdidas en cuanto a material más sensibles que sufrió nuestra
Marina al comenzar el siglo xx fue sin duda la del crucero Cardenal
Cisneros, no tanto por la pérdida en sí, que afortunadamente no
estuvo acompañada de víctimas, sino por la situación de penuria y
ostracismo que sufría nuestra Armada a consecuencia de los desastres
navales de Santiago de Cuba y Cavite; de hecho, y corno veremos más
adelante, la opinión pública de nuestro país se mostraba especialmente
crítica con nuestra Marina, juzgándola con un ojo inquisidor tal que no
la permitía perdonar ningún traspiés más, por muy accidental que éste
fuera. |
Buen ejemplo de lo que afirmamos lo encontramos en la ácida burla con la
que se cebaron los semanarios y periódicos de la época cuando en enero
de 1901 nuestro mejor buque de guerra de entonces, el crucero Carlos
V, que se encontraba en Ferrol, y con motivo de mostrar el
sentimiento de nuestro país por el fallecimiento de la reina Victoria de
Inglaterra, fue comisionado para viajar al puerto de Portsmouth pero,
tras varias horas de preparativos y de verificarse su salida, a tan sólo
150 millas de la costa española tuvo que regresar por una avería grave
en sus calderas, lo que provocó la malintencionada propuesta de los
periodistas para que el buque fuera desguazado de inmediato, puesto que
argumentaban que «cualquier temporal lo afectaba y que si había un apuro
no se podría escoger un día de bonanza para el combate». |
Los
españoles estaban dolidos con su Marina, y nuestra Armada lo único que
podía hacer era pasar lo más desapercibida posible. Este era el difícil
contexto histórico en el que se produjo la pérdida del buque y que nos
ayudará a entender con más facilidad la «caza de brujas» y las «defensas
apasionadas» de las que fue víctima y protagonista su comandante. |
Recordemos que el Cardenal Cisneros se hundió en octubre de 1905
como consecuencia, y siempre según la versión oficial, de chocar su
casco con una roca no señalada en las cartas cuando salía rumbo a Ferrol
de la ría de Muros. |
Si
bien el crucero había entrado en servicio pocos años antes de acaecer el
suceso, no se puede olvidar que su diseño y artillería estaban
desfasados, pues su construcción se dilató por el espacio de varios
años; de hecho había sido concebido para reforzar nuestra escuadra de
las Antillas, pero la falta de presupuestos con los que acometer las
obras dilataron en el tiempo de una manera exagerada su construcción. |
No
obstante, tampoco sería justo no reconocerle su importancia naval, pues,
dejando aparte los aspectos técnicos sucintamente mencionados, no cabe
duda de que en aquel momento representaba el más claro exponente de
nuestro hipotético resurgimiento como potencia marítima. De hecho,
durante su construcción se emplearon en su mayoría materiales de la
industria nacional, participando las factorías de Barcelona, Altos
Hornos y Vizcaya de Bilbao y la mismísima Felguera de Asturias, entre
otras. La construcción del buque alcanzó los 22.776.170,5 de pesetas. |
Su
quilla fue puesta el 1 de septiembre de 1890, aunque en realidad no se
comenzaron las obras hasta la botadura del crucero Alfonso XII
el 21 de agosto de 1891, pues la escasez tanto de personal como de
materiales hicieron que quedara paralizada su construcción. Recordemos
también que la Real Orden de fecha 23 de octubre de 1890 dispuso su
nombre. Fue botado el 19 de marzo de 1897, entrando en servicio el 1 de
septiembre de 1902. Las obras en su último año estuvieron dirigidas por
el ingeniero jefe de 1ª clase Manuel Hernández Pérez, que dio un gran
impulso a las mismas durante el año en que estuvieron bajo su
responsabilidad. |
Para finalizar con esta somera descripción del buque, hay que señalar
que, según los distintos informes consultados de su libro historial, el
comportamiento de la mar del buque se calificaba como excelente, “por no
decir inmejorable” por lo que en líneas generales podríamos calificarlo,
pese a sus limitaciones, como un buen buque de guerra, si bien su
estética no era de las mas airosas. A este respecto y como curiosidad,
recordemos que el joven Alfonso XIII
lo
describiría en su diario de la siguiente manera: «A
las 13 fondeó el Cisneros,
que tiene una popa de “culo de mona”
tremenda; es feísima. El barco es bueno, pero con poca artillería». |
Aquel infausto día de 28 de octubre de 1905, el buque zarpaba del puerto
de Muros, donde había llegado tras realizar días antes unas maniobras
con el resto de la flota. Al parecer, la noche anterior todo había
sido alegría en la localidad gallega donde
había recalado el crucero, ofreciendo la corporación municipal a su
dotación una cena y baile en su honor. |
Eran las 07:05 horas
de la mañana cuando zarpó el crucero, bajo
unas condiciones metereologicas excepcionalmente buenas, con tiempo
claro y la mar como un plato, pero con
bajamar escorada. |
Dos
horas después, a las 09:00 horas, y cuando el Cisneros navegaba a
una velocidad de 10 nudos, una laja le desgarró la obra viva de tal
forma que fue imposible contener la inundación del buque, por lo que el
comandante ordenó el desalojo del mismo durante los tres cuartos de hora
que duró a flote, realizándose éste con diligencia, relativa
tranquilidad y perfecto orden. |
Al
parecer, cuando ya
no
quedaba nadie abordo, el comandante se aferró
al pasamanos del puente, negándose a evacuarlo. siendo forzado por
el tercer comandante, el citado Andújar, y dos
marineros a soltarlo, obligándole tras una enconada discusión a embarcar
en uno de los botes que, dos minutos después y cuando se había separado
a una distancia de unos 50 metros del crucero, fue triste testigo de
cómo desaparecía para siempre bajo las aguas. |
Debido al olvido del oficial de derrota del cuaderno de bitácora, no se
pudo precisar nunca el lugar donde el casco del buque chocó con la laja,
pues la inercia del mismo le hizo alejarse unas 2.5 millas del lugar del
impacto. |
El
suceso no estaba nada claro, pues varios pescadores testigos del
accidente afirmaron que el Cardenal Cisneros
había chocado con los bajos de Meixidos,
bien conocidos por los navegantes y señalados en las cartas, lo que hizo
que la prensa sensacionalista de la época clamase por pedir la «cabeza
de turco» correspondiente. |
Independientemente de la polémica, y para conocer con detalle lo
sucedido, se instruyó la correspondiente causa para aclarar los hechos. |
Mientras tanto se destacó a la zona al Urania, buque de la
Comisión Hidrográfica, para reconocer la zona, junto con el cañonero
Marqués de la Victoria,
y buscar la fatídica aguja no señalada en
las cartas. A pesar de los intentos, no se encontró evidencia alguna de
la existencia del obstáculo, manifestando el comandante de la División
Naval de Instrucción -suponemos que ante la presión del mando y de la
sociedad por conocer con premura la explicación al accidente- lo
siguiente: |
«Puedo casi asegurar que el Cisneros chocó con una piedra de las
llamadas de aguja, no situada en la carta, distante a dos millas largas
del W de los bajos Meixidos, y con referencia a noticias de pescadores
deduzco, que esta bajo al que sólo da la carta y derrotero una milla de
extensión, alcanza más de tres; que la piedra motivo del choque está de
ordinario a una profundidad de 6,5 m del agua...» |
Durante el proceso, una de las defensas más apasionadas que sobre su
persona se manifestó ante el Tribunal y que más nos ha llamado la
atención sin duda fue la del oficial Juan J. Navarro, que en un artículo
publicado en el diario Heraldo,
de 5 de abril de 1906, comparaba
amargamente la suerte de su defendido con la de otros marinos que años
antes -según él- se habían escapado indemnes de su manifiesta inaptitud;
decía: |
«En
un país donde estamos todos acostumbrados a disimular y perdonar los
mayores fracasos; donde caudillos valerosos que por impremeditación u
olvido de los principios más proverbiales de la guerra nos llevaron a
los desastres; donde hubo marinos que por su vasta erudición, por su
elocuencia o por su saber científico llegaron, sin navegar, a ocupar los
más elevados puestos. ¿no habrá un rasgo siguiera de compasión para este
hombre tan modesto a quien en su desdicha sólo se le oye murmurar: “Veo
mi pobreza, mi desgracia, la escasísima protección que se me ha dado;
bien es verdad que yo valgo poco para
solicitarlo de S. M.”» |
No
obstante, el tribunal, aunque no le hizo responsable de la pérdida del
buque, sí censuró y castigó la negligencia por no haberse recogido el
cuaderno de bitácora, olvido difícilmente
justificable por las circustancias en que se produjo el abandono del
buque, y fundamental para depurar responsabilidades en un suceso de
estas características. |
Así, la sentencia fechada el día 25 de enero de 1906 condenaba al
capitán de navío Díaz Iglesias a un año de suspensión de empleo,
basándose
en cl artículo 198 del Código Penal de la Marina de
Guerra, quedando para
siempre truncada su brillante carrera
profesional. |
Paradojas del destino, dos meses más tarde le fue concedida la Cruz de
3ª clase del Mérito Naval pensionada por «sus especiales servicios
prestados en el pleito sostenido con la Compañía escocesa Clydebank. |
Durante su estancia en Inglaterra había contraído segundas nupcias con
una súbdita británica, por lo que solicitó
permiso para residir en Londres durante el tiempo fijado en la pena. |
Cumplida ésta, en enero de 1907, se reintegra al servicio, siendo
destinado al Instituto de Hidrografía, donde se le encargó de corregir
el código internacional de señales para preparar una nueva edición,
pasando a la reserva reglamentaria en abril de 1910. Un mes más tarde se
le concedería la Gran Cruz de la Mérito Naval con distintivo blanco. |
Murió con el grado de contralmirante en su domicilio de Madrid. sito en
la calle Alcalá, 140, el día 9 de noviembre de 1917, a los 69 años de
cdad. |