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El Viaje del SS St. Louis
(En carrera con el Orduña por el Atlántico)

 

 

La Tragedia del S.S. St. Louis

 

Como consecuencia del “Kristallnacht” (Noches de los Cristales) en Noviembre de 1938, muchos Judíos en Alemania decidieron que había llegado el momento de irse.  En los años precedentes muchos Judíos Alemanes habían emigrado, los que permanecieron encontraron más dificultad para emigrar porque las políticas migratorias se habían endurecido. Ya para el 1939 no sólo exigían visas para poder entrar en otros países, sino que además se necesitaba dinero salir de Alemania. Puesto que muchas naciones, especialmente Estados Unidos, tenían cuotas de inmigración, conseguir visas en el tiempo en que se necesitaban era poco menos que imposible. Muchos las conseguían cuando ya no las podían usar. La oportunidad que se presentaba con el S.S. St. Louis parecía ser la última esperanza de escapar.

Subida abordo.

El S.S. St. Louis, que pertenecía a la Línea Hamburg-America (Hapag), estaba en el muelle 76 en espera de su próxima travesía que debía llevar refugiados Judíos de Alemania a Cuba. Una vez llegados a Cuba, los refugiados debían permanecer en la isla esperando su número de cuota para poder entrar en Estados Unidos. El barco blanco y negro con 8 cubiertas tenía suficiente espacio para cuatrocientos pasajeros en primera clase (800 “Reichsmarks” -marcos alemanes de esa época- cada uno) y quinientos pasajeros en clase turística (600 “Reichsmarks” cada uno). Adicionalmente a los pasajeros se les exigían 230 “Reichsmarks” de “cuota contingente de aduana”, que supuestamente cubría los costos de un viaje de regreso no programado. Puesto que, en el régimen Nazi, a muchos judíos se les había forzado a dejar sus puestos de trabajo y además se les cobraban rentas muy altas la mayor parte de ellos no tenían esa cantidad de dinero. Algunos de estos pasajeros recibieron el dinero necesario de familiares que vivían fuera de Alemania y Europa, mientras otras familias tuvieron que hacer un fondo común  para mandar al menos un miembro hacia la libertad. El sábado 13 de mayo de 1939, subieron abordo los pasajeros. Mujeres y hombres. Jóvenes y viejos. Cada uno de los que subieron abordo tenía su propia historia de persecución. Un pasajero, Aaron Pozner, acababa de ser liberado de Dachau. En “la noche de los cristales”, Pozner junto a otros 26,000 judios fueron arrestados y deportados a los campos de concentración. Cuando ingresó en Dachau, Pozner presenció la muerte cruel de personas a las que ahorcaban, ahogaban y crucificaban y cómo un baronet torturaba a otras personas azotándolas y castrándolas. Sorprendentemente, un día Pozner fue liberado de Dachaun con la condición que abandonara Alemania en 14 días. Aunque Poznes no tenía dinero, su familia fue capaz de reunir lo suficiente para comprarle el billete en el S.S. St. Louis. Pozner se despidió de su esposa y dos hijos, sabiendo que no serían capaces de reunir el dinero para comprar sus billetes hacia la libertad. Golpeado y obligado a dormir escondido entre cueros de animales llenos de sangre en su viaje hacia el barco, Pozner lo abordó sabiendo que de él dependía el reunir el dinero necesario para sacar a su familia a la libertad.

Muchos otros pasajeros tuvieron que dejar miembros de sus familias, otros iban a encontrarse con familiares salidos con anterioridad. Mientras subían abordo, los pasajeros recordaban los muchos años de persecución que habían sufrido. Algunos salieron de sus escondites para abordar el barco y ninguno tenía la certeza de no recibir un trato similar abordo. La bandera Nazi que ondeaba en el barco y el retrato de Hitler colgado en salón social no calmaban sus temores. Previamente, el capitán Gustav Schroeder había impartidazo ordenes precisas a los 231 miembros de su tripulación para que trataran a estos pasajeros igual que a los otros. Muchos deseaban hacerlo así, incluso dos sobrecargos ayudaron con sus maletas a los ancianos pasajeros Moritz y Recha Weiler. Pero hubo un miembro de la tripulación, Otto Schiendick un ordenanza, al que no le gustó esa politica. Schiendick, no sólo estaba dispuesto y constantemente intentaba crear problemas, sino que además era miembro de la Abwehr (Policía secreta alemana). La misión de  Schiendick en este viaje era la de adquirir en Cuba de Robert Hoffman, documentos secretos militares de los Estados Unidos. El nombre en código de esta misión era Operation Sunshine (Operación soleada).

El capitan incluyo esta nota en su diario:

“Existe una cierta disposición nerviosa entre los pasajeros. A pesar de esto, todos parecen convencidos que no volverán a ver a Alemania. Han tenido lugar desgarradoras escenas de despedida. Muchos parecen aliviados al abandonar sus casas. A otros se les hace más pesado. Pero un buen clima, aire puro de mar, buena alimentación y un atento servicio pronto proporcionará la típica atmosfera libre de preocupaciones de los viajes marítimos.”

El Viaje a Cuba

A penas media hora después de haber zarpado el S.S. St. Louis, recibió un mensaje de Claus-Gottfried Holthusen, el superintendente de Hapag. El mensaje decía que el S.S. St. Louis tenía que ir "a toda máquina" porque había otros dos barcos (el Flandre y el Orduña) que tambien transportaban refugiados Judíos y se dirigian a Cuba. Aunque no se dieron explicaciones de la necesidad de correr, este mensaje parecía advertir de inminentes problemas.

Los pasajeros, lentamente se fueron adecuando a la vida a bordo de un gran barco. Con abundancia de buenos alimentos, cines y piscinas el ambiente se fue relajando. Los niños disfrutaban entre ellos haciendo bromas, como encerrarse en los baños o enjabonar los pomos de las puertas. También hacían nuevas amistades. Varias veces Schiendick intento interrumpir esta calma sustituyendo las películas con propaganda Nazi y cantando canciones nazis.

La principal preocupación de Recha Weiler, la señora que fue ayudada con su equipaje por los sobrecargos, su principal preocupación era la débil salud de su esposo que continuaba deteriorándose. Durante más de una semana, el médico del barco siguió recetando las medicinas correspondientes a Moritz Weiler, pero no sirvió de nada. El martes 23 de mayo, Moritz murió. El capitán Schroeder, el contador y el doctor de abordo, le ayudaron a velar a su marido, suministrando velas y encontrando un rabí abordo. Aunque la Recha quería enterrar a su esposo al llegar a Cuba, en el barco no existían medios adecuados para guardar su cuerpo. Recha aceptó un sepelio marino para su esposo. Para no perturbar demasiado a los pasajeros, se acordó celebrar el funeral a las once en punto de esa misma noche.

Una vez cumplidos los ritos funerales, se envolvió el cuerpo en una gran bandera de la Hapag que fue cosida. Schiendick, en su afan de crear problemas, insistió que las normas del Partido establecían que el féretro, en un funeral marino, tenía que ser envuelto con una bandera con la esvástica. La propuesta de Schiendick fue rechazada. Esa noche, después de un pequeño funeral el cuerpo fue lanzado al mar.

Media hora después, un tripulante deprimido saltó por la borda al mar en la misma localización en que fue lanzado el cuerpo. El S.S. St. Louis regreso para rescatar al suicida. La posibilidades de encontrarlo eran muy remotas y el retraso supuso una importante pérdida de tiempo en su carrera hacia Cuba contra el Flandes y el Orduña. Después de varias horas, la búsqueda se suspendió y el barco reemprendió su curso.

La noticia de ambas muertes perturbaron a los pasajeros creciendo las sospechas y las tensiones. Para Max Loewe, que estaba al borde, las muertes incrementaron su psicosis. La esposa y los hijos de Max se preocuparon pero escondieron su preocupación.

Cuando el 23 de mayo el Capitan recibió el cable que le indicaba que los pasajeron no podrían desembarcar en Cuba debido al Decreto 937, pesó que sería conveniente establecer un pequeño comité de pasajeros. El comité debería explorar las posibilidades de desembarcar en Cuba en caso que hubiese problemas.

El Decreto 937

A principios de 1939 en Cuba, se promulgó el Decreto 55 que establecía una distinción entre refugiados y turistas. El Decreto señalaba que cada refugiado necesitaba una visa y tenía que pagar un bono de $500 para garantizar que no se convertirían en una carga pública para Cuba. Pero el Decreto también señalada que los turistas seguían siendo bienvenidos y no necesitaban visas. El director de inmigración de Cuba, Manuel Benítez, se percató que el Decreto 55 no definía al turista ni al refugiado. Decidió aprovecharse de esta laguna legal para hacer dinero vendiendo permisos de desembarco que permitía a los refugiados desembarcar en Cuba como turistas. Vendía permisos a cualquiera que pagara $150. Aunque estos permisos sólo permitían desembarcar a algunos como turistas, parecían auténticos, incluso iban firmados por el mismo Benítez, y generalmente los hacía ver como si fueran visas. Hubo personas que compraron cantidades de estos permisos a $150 cada uno y los revendieron a los desesperados refugiados por una cantidad mucho mayor. Benítez hizo una pequeña fortuna vendiendo estos permisos como también recibió dinero de la Naviera. Hepag se percató de la ventaja de ofrecer “paquetes” a sus pasajeros de abordo, un permiso y el pasaje.

Al Presidente de Cuba, Federico Laredo Bru, y su gabinete no les gustó el hecho de que Benítez ganara tan basta cantidad de dinero – que no estaba dispuesto a compartir – basado en la laguna legal del Decreto 55. También la economía cubana comenzó a estancarse, lo que muchos atribuían a que los refugiados ocupaban sus puestos de trabajo.

El 5 de mayo se promulgó el Decreto 937 que cubría la laguna legal. Sin saberlo, casi todos los pasajeros del S.S. St. Louis compraron los permisos de desembarco a precios inflados, pero al momento de zarpar ya habían sido anulados por el Decreto 937.

La expectación crecía a medida que el S.S. St. Louis se acercaba al puerto de la Habana. Se acabaron los misterios y los telegramas con presentimientos. No hubo mas muertes. Los pasajeros gozaron el resto del viaje y sólo quedaba la expectativa del tipo de vida que llevarían en Cuba.

Tarde en la tarde del viernes, último día completo antes de la llegada, el Capitán Schroeder recibió un telegrama de Luis Clasing (el representante oficial de Hapag en la Habana) en el que le decía que el St. Louis debía ser anclado en la bahía. Originalmente tenía que haber sido atracado en el muelle de la Hapag, anclarlo en la bahía fue una concesión del presidente Bru, puesto que él todavía desaprobaba el desembarco de los pasajeros del St. Louis. El Capitan Schroeder esa noche se acostó preocupado por este cambio.

Llegada a Cuba.

El práctico de puerto abordo a las tres de la mañana. El Capitán Schroeder,  ansioso por saber, preguntó al práctico las razones por las cuales le ordenaron anclarse, pero el práctico se refugió en la barrera lingüística para no contestarle. A las cuatro de la mañana sonó la campana para despertar a los pasajeros, a las cuatro y media se sirvió el desayuno.

El sábado por la mañana abordaron el S.S. St. Louis la policía Cubana y oficiales de inmigración. De repente y sin ninguna explicación los oficiales de inmigración abandonaron el barco. La policía se quedó abordo para vigilar la escalera de desembarque. Subieron otros oficiales pero también abandonaron el barco sin dar explicaciones de las razones del anclaje ni dar seguridades de que los pasajeros pudieran desembarcar. Mientras discurría la mañana, familiares y amigos de los pasajeros que estaban en Cuba, comenzaron a circundar el S.S. St. Louis con botes alquilados. Los pasajeros saludaban y gritaban desde arriba, pero a los botes no les permitían acercarse al barco. Los pasajeros permanecían ansiosos por desembarcar sin saber que las negociaciones internacionales y políticas habían fracasado.

 

Negociaciones e Influencias

Manuel Benítez

Siendo Benítez un actor importante en el destino de los refugiados, por haber sido él el que firmó los permisos de desembarco, siempre subvaloró la postura del presidente Brú.

Benítez pensó que Brú reconsideraría su posición al ver el S. S. St. Lois en el puerto. Pedía $250,000 para sobornos y tratar de componer las relaciones con Brú y conseguir la rescisión del Decreto 937. El Presidente Brú se negó a escuchar a Benítez. Aunque Benítez perdió su acceso a Brú, insistía en que el presidente cedería. Su confiada actitud y su fluida verborrea convencieron a muchas personas que las circunstancias no eran tan serias como parecían, por lo que se tomó ninguna acción.

Luis Clasing y Robert Hoffman (Oficiales locales de Hapag en la Habana)

Clasing se entrevisto varias veces con Benítez, esperando que Benítez le asegurase el desembarco de los pasajeros. Benítez quería $250,000 – suficiente para pagar al Presidente Laredo Bru lo que perecía que debía ser su porción de las ganancias de los permisos de desembarque. Demasiado dinero para Hapag. Ya Hapag le había dado a Benítez muchos “bonos”. La solicitud de Benítez era en respuesta a la falta de influencia para cambiar la opinión de Brú.

Hoffman necesitaba encontrarse con Schiendick para entregarle unos documentos secretos. El Capitán Schroeder se negó a dejar salir a la tripulación en tal forma que era Hoffman el que tenía que encontrar la manera subir al barco o encontrarse con Schiendick.

Martin Goldsmith (director del Comité de Ayuda de Cuba, que estaba financiado por el Comité de Distribución Conjunto Judío Americano)

Antes que el St. Louis llegase a la Habana, Goldsmith repetidamente le había solicitado al Comité Conjunto fondos adicionales para ayudar a los refugiados que ya estaban en Cuba y los que estaban por llegar. El Comité Conjunto se negó. La comunidad judía local hizo una donación al Comité de Ayuda pero pensaba que el mundo tenía que ayudar. Al llegar el St. Louis, el Comité Conjunto se percató de la seriedad de la situación. Enviaron dos profesionales a negociar – pero llegaron cuatro días después.

Joseph Goebbels y el Antisemitismo

Goebbels decidió utilizar al St. Louis y sus pasajeros en plan maestro de propaganda. Envió agentes a la Habana para agitar el antisemitismo, la propaganda Nazi fabricó y magnificó la naturaleza criminal de los pasajeros, haciéndoles ver todavía como más indeseables. Los agentes nazis en la Habana organizaron protestas agitando el antisemitismo. De pronto 1,000 refugiados adicionales entrando a Cuba se vio como una amenaza.

Atascados en Cuba

La preocupación y la expectación de una inminente salida se transformó en ansia y sospecha al prolongarse la espera de horas a días.

El lunes, dos días después de haber llegado a Cuba, Hoffman halló la forma de entrar al St. Louis. Clasing permitió que Hoffman abordara en su lugar puesto que Clasing estaba ocupado en resolver que hacer con los 250 pasajeros que estaban supuestos a subir al St. Louis en un viaje de regreso a Alemania. ¿Permitiría el Presidente Brú que desembarcaran 250 refugiados para que subieran los pasajeros que esperaban en la Habana el viaje de regreso?

Hoffman que ya había escondido en lomos de revistas, en estilográficas y un bastón los documentos secretos se dispuso a subir con ellos. En la pasarela de entrada le indicaron, que él podía entrar pero que no podía llevar nada. Dejó las revistas y el bastón, pero subió con las estilográficas. Se dirigió directamente al Capitán Schroeder y utilizando la influencia de la Abwehr le obligó a permitir que la tripulación bajara a tierra. Schroeder consintió conmocionado al percatarse que la Abwehr estaba involucrada con el barco. Tras un breve encuentro con Schiendick, Hoffman abandonó el barco. Con el cambio de política en tierra, Schiendick pudo recoger las revistas y el baston y subir de nuevo abordo. Schiendick presionó para regresar a Alemania sin volver a parar en America por miedo a que le descubriesen los documentos secretos.

El martes, el Capitán Schroeder convocó al comité de pasajeros por segunda vez. El comité empezó a desconfiar del Capitán. El St. Luis llevaba cuatro días anclado y el Capitán no los había convocado. Las noticias no eran buenas, y se le solicitó al comité que enviará telegramas a gente con influencia, familiares y amigos solicitando ayuda.

Cada día que el St. Louis permanecía en el puerto, la paranoia de Max Loewe iba en aumento. Ya su familia estaba preocupada, pero Max se perturbó en extremo creyendo que el barco estaba lleno de SS y Gestapo que conspiraban su arresto para llevarlo a un campo de concentración.

El martes, Max Loewe se cortó las venas de las muñecas y saltó por la borda en el mismo lugar por el que deslizaron el cadáver al mar. Al chapotear en el agua intentando arrancarse las venas a “zarpazos”, Max Loewe atrajo la atención de muchos abordo. La sirena sonó la alarma de “hombre al agua” y un valiente miembro de la tripulación, Heinrich Meier, salto al agua. La sirena y el alboroto atrajeron las lanchas de la policía al lugar. Despues de una pequeña lucha, Meier sometió, agarro a Loewe llevó a un bote de la policía. Loewe siguió gritando y lo tuvieron que amarrar para que no volviera a saltar al agua. Lo llevaron hasta las ambulancias que esperaban en lacosta y estas lo llevaron al hospital. A su esposa no le permitieron que lo visitara.

A medida que pasaban los días la desconfianza y el miedo en los pasajeros iba en aumento. Si los devolvían a Alemania, con toda seguridad los mandarían a campos de concentración. Las posibles consecuencias de su regreso eran ampliamente sugeridas en las revistas y periódicos alemanes.

Las posibilidades de salvarse saltando al agua eran muy escasas debido al incremento del patrullaje policial en torno al barco, las luces que colgaron para iluminar el barco y los focos que usaban para explorarlo.

El mundo seguía con atención la suerte de los pasajeros del St. Louis. Su historia se contaba en todo el mundo. El embajador americano se entrevistó con un funcionario influyente del gobierno cubano y comentaron la precaria situación diplomática en que se encontraban los cubanos. El Secretario de Estado Cubano declaró que el tema sería resuelto por el gabinete de ministros.

 

El miércoles se reunió el gabinete. No se permitiría desembarcar a los pasajeros del St. Louis, ni tan siquiera para dejar libre el espacio de los 250 pasajeros con destino a Alemania. El Capitán Schroeder temió un suicidio masivo de pasajeros. También se temió un motín. El Comité de Pasajeros estableció una “patrulla antisuicidio” que patrullaba por las noches.

Salida de Cuba.

El viernes en la mañana el St. Louis encendió sus máquinas y comenzó su salida. Los pasajeros de abordo se despedían de los familiares y amigos que con sus botes alquilados rodeaban al barco.

El St. Lois iba rodear Cuba con la esperanza del éxito de las negociaciones entre Lawrence Barenson, representante de Comité Conjunto, y el Presidente Brú.

El gobierno cubano quería $500 por refugiado (en total unos $500,000). El mismo importe al solicitado a cualquier refugiado por una visa cubana. Barenson no creyó que tuviese que pagar tanto dinero, negociando, creyó, que al Comité Conjunto sólo le costaría $125,000.

El día siguiente, varias personas que alegaban proximidad al gobierno cubano se acercaron a Berenson, uno de ellos alegó que tenía poderes para negociar otorgados por Brú. Estas personas insistieron que se necesitaban entre $400,000 y $500,000 para asegurar el regreso de los pasajeros del St. Louis. Berenson pensó que estas personas querían una parte del dinero negociando por lo alto. Se equivocaba. Mientras proseguían las negociaciones, el St. Louis navegaba cerca de Cuba y después enfiló hacia el norte, a lo largo de costa de la Florida con la esperanza de que los Estados Unidos aceptaran los refugiados. (Se cuenta con insistencia que guardacostas americanos seguían al St. Lois para evitar un desembarco, pero en realidad fueron enviados por Secretario del Tesoro Henry Morgenthau Jr., por que se ignoraba la posición del barco y le interesaba conocerla por si un cambio de política les autorizaba a desembarcar.)

Para entonces, se percataron que debido a la falta de tiempo para preparar la salida de puerto, el St. Louis se quedaría sin alimentos y sin agua en menos de dos semanas. Seguían llegando telegramas que insistían en la posibilidad de desembarcar en Cuba o incluso en la República Dominicana. También llegó un cable diciendo que el S.S. St. Louis podía desembarcar en la Isla de Pinos (actual isla de la Juventud), al sur de Cuba, Schroeder giró el barco y se enrumbo de nuevo a Cuba.

La buena noticia se anunció a los pasajeros y todos se regocijaron. Listos y a la espera de una vida nueva, los pasajeros se prepararon para desembarcar la mañana siguiente.

La mañana siguiente llegó un telegrama que decía que el desembarco en Isla de Pinos no estaba confirmado. Impresionados, el Comité de Pasajeros intentó pensar en otras alternativas.

Hacia el mediodía del martes 6 de junio, el Presidente Brú cerro las negociaciones. Por un mal entendido, el dinero solicitado no fue acordado y Berenson no cumplió con las 48 horas de plazo que ignoraba que existían. El día siguiente el Comité Conjunto ofreció pagar todo lo que Brú solicitaba, pero el presidente dijo que ya era demasiado tarde. La opción de desembarcar en Cuba fue oficialmente cerrada.

El Capitán Schroeder ordenó el cambio de rumbo hacía Europa.

Viaje de Regreso

El día siguiente, miércoles 7 de junio, el Capitán Schroeder informó a los pasajeros que regresaban a Europa. Aunque la situación era desesperada, todavía existía la esperanza que las negociaciones de su desembarco en Europa fuese en un país distinto a Alemania.

Mientras comenzaban las negociaciones masivas, Aaron Pozner condujo a algunos jóvenes a participar en un motín. Si bien tuvieron éxito en la toma del puente, no lograron la toma de otros sitios estratégicos del barco. El motín fue superado. El suicidio por colgamiento de un miembro de la tripulación contribuyó al pánico del viaje de regreso.

Como resultado de negociaciones milagrosas, el Comité Conjunto fue capaz de encontrar varias naciones dispuestas a quedarse con parte de los refugiados. 181 fueron a Holanda, 224 a Francia, 228 a Gran Bretaña, y 214 a Bélgica.

Los pasajeros desembarcaron del S.S. St. Louis entre el 16 y el 20 de junio. Se utilizaron otros barcos para llevar a los pasajeros a sus destinos.

Habiendo cruzado el Océano Atlántico dos veces, las esperanzas originales de LIBERTAD en Cuba y en Estados Unidos de los pasajeros, se transformaron en una triste búsqueda para escapar de una muerte segura a su regreso a Alemania. Sintiéndose solos y rechazados por el mundo, los pasajeros regresaron a Europa en Junio de 1939. Con el comienzo de la Segunda Guerra Mundial sólo a unos meses vista, muchos pasajeros fueron mandados al este donde los países eventualmente fueron ocupados por Alemania.

Traducido por Roberto Blanco del Jewish Virtual Library "The Tragedy of the S.S. S.t Louis"

 

 La política inmigratoria de Cuba

La política inmigratoria de Cuba fue configurada por la concepción nacionalista de la revolución de 1933, que consideraba al extranjero como amenaza a la mano de obra nativa. La base legal de la política migratoria fue la Ley de Nacionalización del Trabajo (noviembre de 1933), que estableció que por lo menos un 50% del total de trabajadores en toda empresa existente debía ser cubano, y que en los lugares de trabajo nuevos o que se desocupasen en el futuro debería emplearse exclusivamente a cubanos. El significado de esa ley era el cierre de las puertas de Cuba a todos los inmigrantes cuya subsistencia dependiera del trabajo asalariado. La inmigración continuó abierta para los familiares de residentes permanentes que podían garantizar su subsistencia, y particularmente para los dueños de capitales que podían vivir de renta o establecer sus propios negocios.

El segundo principio que guiaba a los encargados de la migración en Cuba era impedir el ingreso de inmigrantes que pudiesen constituir una carga pública, para lo cual estos debían depositar una suma de dinero que garantizaba su manutención en caso de necesidad; el dinero sería devuelto al inmigrante cuando éste abandonaba el país o a los dos años de su ingreso al mismo. [...]

http://www.ushmm.org/outreach/louis.htm

http://www.jewishvirtuallibrary.org/jsource/Holocaust/stlouis.html