Haga "clik" sobre las imágenes para verlas en grande
Cuadro al óleo de Mons.
Fernando Blanco colocado en el Capítulo Nuevo del Convento San Esteban
de Salamanca
Grabado en bajo relieve contenido en el "Episcopologio
de Valladolid"
Escudo Episcopal de Mons. Fernando Blanco, "El obispo
de Santa Teresa" según Pío IX (su divisa "Sólo Dios Basta")
Miguel Cardenal García Cuesta, gran amigo y obispo
consagrante de Mons. Fernando Blanco
Maria Micaela
Desmaissières, Vizcondesa de
Jorbalá, (Venerable Sacramento, ahora Santa Micaela), gran amiga y guía
espiritual de Mons. Fernando Blanco
Convento de San Esteban en Salamanca, casa donde se
formó Mons. Fernando Blanco |
|
Texto copiado del
"Episcopologio Vallisoletano"
III
FUENTES: Archivos de las
Catedrales de Santiago, Avila y Valladolid, - El Episcopado español. -
La Venerable Sacramento, por el Obispo de Salamanca
Exmo. É Ilmo. Sr Dr. D. Fr. Fernando Blanco y Lorenzo.
Este ilustre Prelado, honra de
Asturias, legitimo orgullo de la religión dominicana, á que perteneció,
y una de las figuras más salientes del Episcopado español, reuniendo
hermanadas en su persona en forma poco común la ciencia y la virtud,
perteneció á familias nobles y distinguidas por ambas ramas, según se
acredita en la ejecutoría de nobleza hecha en Madrid por el Exmo. Sr.
D. Luis Villar y Pascual, Decano de los cronistas Reyes dé Armas de
Su Majestad, con fecha 9 de Noviembre de 1875. Pola de Lena, en el
Obispado de Oviedo, fué el pueblo á que cupo el honor de contar entre
sus hijos varón tan eminente, vió la luz primera el día 10 de Mayo de
1812, siendo regenerado en las aguas del bautismo en le Iglesia
parroquial de dicho pueblo, y teniendo como padres á D. Benito Blanco
Diez y Doña Isabel Maria Lorenzo.
Dotado de un ingenio no "sólo bastante bueno", como él confiesa en una de las cartas dirigidas á la
famosa Vizcondesa de Jorbalán ,
sino muy superior, al que se unía un corazón de suyo inclinado á la
piedad, de cuyas felices disposiciones dió evidentes señales desde sus
más tiernos años, hicieron que sus padres conociesen la joya que la
Providencia ponía en sus manos y pusiesen gran empeño en que la primera
educación recibida en su pueblo natal al calor d su familia fuese lo más
esmerada posible.
No teniendo aún tres lustros
cumplidos y sintiéndose llamado por Dios a la soledad y retiro del
claustro en la preclara orden de los sabios teólogos y elocuentes
predicadores, con consentimiento de sus padres, dirigióse á Salamanca
ingresando en el famosísimo Convento de San Estéban el año de 1827, para
ser continuador de los Sotos y demás teólogos dominicos de aquella
célebre casa; haciendo su profesión religiosa el siguiente año de 1828.
Su claro talento y constante
laboriosidad le hicieron distinguirse tanto en los estudios, y
sobresalir de tal modo entre sus condiscípulos, que, siendo aún muy
joven, fué elegido para defender un acto público pro munere cathedræ
en la celebérrima Universidad, en el cual rayó á tanta altura, que
causó la admiración de maestros y discípulos. En l834, terminados sus
estudios fundamentales, recibió el Sagrado Orden del Presbiterado, y tal
era ya su fama, que el Prelado de Salamanca, queriendo darle una prueba
de su especial afecto, le nombró Capellán de la de Nuestra Señora del
Rosario, cuyo cargo desempeñaba el triste día en que la furia de la
revolución arrojó á los religiosos de sus conventos.
Víctima el Padre Blanco de esta
terrible persecución, hallábase perplejo é indeciso sin saber á dónde
dirigirse ni qué rumbo tomar, careciendo de experiencia y de recursos.
Mas los grandes talentos se abren bien pronto camino por doquiera y el
Padre Blanco dirigióse al púlpito como á su ocupación predilecta. Dotado
por Dios de unas condiciones naturales extraordinarias de orador,
realzadas con la profundidad de sus conocimientos y lo acendrado de su
piedad, bien pronto fué el predicador que arrebataba, siendo escuchado
con entusiasmo y admiración y buscado por todas partes, en una palabra,
era el orador predilecto de Salamanca y sus contornos. Aún existen
personas que le oyeron y no se cansan de ponderar su elocuencia.
El Obispo Sr. Varela, conocedor
de todas estas condiciones y sin tener para nada en cuenta su juventud,
le nombró Director Espiritual y Catedrático del Seminario Conciliar. El
desempeño de estos cargos le proporcionaron ocasión de tratar
íntimamente con aquél preclaro varón, que más tarde había de ser su
apoyo y como cariñoso padre, el doctísimo Dr. D. Miguel García Cuesta,
que á la sazón ejercía el cargo de Rector del Seminario salmantino.
El constante trabajo de cátedra,
estudios, dirección espiritual y predicación, redujéronle á los 34 años
de edad á tal debilidad y agotamiento de fuerzas, que se le creyó
inutilizado. El descanso y el ejercicio corporal robustecieron aquella
quebrantada salud para los nuevos é importantísimos cargos que habían de
pesar sobre sus hombros. Solicitáronle para secretario de Cámara el
Obispo de Mallorca y
el Arzobispo de Santiago, y solamente consiguió
sacarle de su querida Salamanca la autoridad verdaderamente paternal que
sobre él ejercía este último, que había sido su queridísimo Rector,
el cual, conocedor como nadie del valer de Fray Fernando, no cesó hasta
conseguir tenerle á su lado. Una vez en Santiago, el Sr. Arzobispo le
agració con la primer canongía vacante en la Catedral Compostelana. La
memoria de este secretario será eterna, no solamente por
la humildad y sencillez de su trato y el acierto en la resolución de los
negocios, sino principalmente por el recuerdo de sus famosísimos
sermones. Entre los muchos que predicó, á cual más notables, ocupa lagar
preferentísimo el que, con sólo dos días de preparación, pronunció la
Dominica infra Octava del Corpus del año 1853 en la Santa Iglesia
Metropolitana de Santiago, excitando la caridad para socorrer la
espantosa miseria que ese año se dejó sentir en Galicia, y cuya
hermosísima oración se imprimió á instancias de muchos amigos y
obedeciendo á un expreso mandato del Prelado. Dicho sermón es una
exposición magnífica y acabada do aquel texto de San Lucas
Homo quidam fecit cænam magnam, et vocavit multos.(…un hombre daba un
gran banquete, e invitó a mucha gente.), á la vez que una confirmación
elocuentísima de la siguiente proposición: Jesucristo en la
Sagrada Eucaristía, Maestro ejemplar de nuestra caridad para con los
pobres. Tan grande era el aprecio y estima que el Cardenal
García Cuesta tenía de su secretario, que lo llevó consigo á Roma á las
asambleas preparatorias para la definición dogmática del dogma de la
Inmaculada Concepción, siendo el oráculo de que se valió para la
resolución de los asuntos más difíciles, entre otros para corregir y dar
la última mano al texto de la Bula dogmática de la definición ("Ineffabilis
Deus"), que,
compuesta por el sapientísimo teólogo Padre Perrone, pasó al Cardenal
García Cuesta como presidente de la comisión, el cual oyó á su
secretario poner tales argumentos en contra del dogma, fundándose en el
mismo texto de la Bula, que creyó conveniente dársela á corregir y
explicar después á la comisión y aún al mismo Papa lo sucedido,
acordándose por todos que la Bula saliera tal como el Sr. Blanco la.
había corregido, y extendiéndose de este modo en la Corte Romana la fama
de su valer. Si á esto se añade el haber dejado oír su elocuente palabra
ante aquella augusta asamblea y ante el mismo Pontífice Pío IX, no
extrañará que se fuese como elaborando, sin él quererlo ni quizás
pensarlo, su elevación al Episcopado. Durante su estancia en Roma, el
que ya era maestro en teología de la Orden Dominicana, recibió con
universal aplauso el grado de Doctor en la ciencia sagrada en la célebre Sapientia. La fama de su saber y elocuencia, esparcida por Roma con los
hechos mencionados y otros no menos notables, que le dieron á conocer y
que no citamos por carecer do testimonios auténticos con que
demostrarles, afirmó la que el Padre Blanco gozaba ya en España, y movió
al Gobierno de Su Majestad á presentarle, por Decreto de 28 de Agosto de
1837 para la. Sede vacante de Ávila, siendo preconizado en el
Consistorio de 31 de Diciembre de dicho año y consagrado el 11 de Abril,
Dominica in albis, del año siguiente en la Iglesia Metropolitana de
Santiago, siendo consagrante el Sr. Cardenal-Arzobispo y Asistentes los
Sres. Obispos de Orense y Lugo, Ilmos. Sres. D. José Ávila y Lamas y D.
José de los Ríos, tomando posesión por poder el 26 de los dichos mes y
año, siendo su apoderado el Deán Don Valentín Pizarro.
En frases, tan precisas y
elegantes como suele, describe de mano maestra el carácter de este
Prelado el sabio Padre Cámara
en estas palabras: “Era el Prelado de Ávila D. Fernando Blanco y
Lorenzo, de continente grave, rodeado de claros prestigios por su
elegante pluma y predicación elocuente, y además de disfrutar las dotes
de hombre de calma y discernimiento, vivía sumamente recatado en la
conversación y trato con las mujeres, nada amigo de ponderaciones sobre
el mérito de las personas virtuosas, y irresoluto y escrupuloso en
variados puntos hasta la perplegidad angustiosa é inactiva”. Y
ciertamente, como se desprende de la riquísima colección de cartas
dirigidas á la Venerable Sacramento por el Obispo de Ávila, que publica
el Sr. Obispo de Salamanca, y en las que el Sr. Blanco derrama su alma
sencilla y humilde, el carácter peculiar y propio del venerable Prelado,
fórmanle los más extraños y aún contrarios elementos. Juntamente con
aquella poderosa inteligencia llena de ciencia filosófica, teológica e
histórica, admíranse envidiables condiciones oratorias y una galanura y
corrección en el decir y en el escribir, que cualquier riquísimo ropaje
realzaban de tal modo su saber que, cuando hablaba en el púlpito ó cogía
la pluma, revelábase como uno de los más grandes sabios. Al lado de
estas prendas y formando con ellas hermoso contraste, obsérvase una
escrupulosidad rayana en miedo para la resolución de todos los asuntos,
que le hacia aparecer perezoso y tardo en resolver los negocios; poco
fervoroso por dejar algunos dias, á causa de los escrúpulos, de celebrar
el Santo Sacrificio de la Misa; seco y áspero en su trato, siendo la
bondad personificada, por el empeño que ponía en mortificar su carácter
alegre y jovial; desconfiado en unas cosas, por el temor de no dejarse
influir por los demás con perjuicio de la justicia; y excesivamente
entregado al juicio de los demás en otras, dudando del suyo; todo lo
cual le hacia padecer un secreto martirio y reputar el Obispado como
una pesadísima cruz ó insoportable carga.
Como confirmación de este
carácter escrupuloso del Sr. Blanco, tan propio de los hombres sabios,
pues el dudar no es de tontos, citaremos las siguientes palabras de una
de las cartas que sobre esto le dirigía la venerable Condesa de Jorbalán,
que fué la persona única, fuera de su confesor, á quien declaró
el verdadero estado de su espíritu; dice así: “Pues déjese usted llevar
sin miedos ni temores, resuelva usted en el acto lo que el Señor le
inspire, y no ande usted consultando, que no será mejor lo que discurran
los otros, que no tienen las gracias que dará Dios al Obispo de Ávila,
en un momento dado de dudas ó apuros; y no tema usted que se lo dice
quien sabe menos que usted y resuelve fiada en Él, y que Él sabe
enderezar lo que yo tuerzo, y Él dispone para humillarme” .
A pesar de este singularísimo
estado de su alma y de sus continuos achaques, su pontificado de Ávila
fué gloriosisimo bajo todos conceptos. El visitó la Diócesis; predicó
frecuentemente, encantando á los avileses, que veían en su Obispo el
mejor orador de España; él escribió magníficas pastorales, llenas de
tanta doctrina que cada una es un libro, mereciendo espacialísima
mención la famosa publicada con motivo del Syllabus, que es la
exposición más acabada y perfecta de tan importante documento, habiendo
merecido que Su Santidad le dirigiese con tal motivo una carta
laudatoria diciéndole que había expresado la mente pontificia con toda
exactitud y claridad, y que Su Majestad le condecorase con La gran
cruz de Isabel la Católica; ¡lástima que no podarnos copiar este
documento, manantial fecundísimo de sana
doctrina contra todos los modernos errores! No de menor mérito son las
que publicó con motivo del Concilio Vaticano; del Jubileo concedido por
Su Santidad; acerca del estado actual de la Iglesia, ó del mundo y sus
remedios; pidiendo socorro para los pobres de las provincias de Castilla
afligidas por la pérdida de cosechas, y otros varios asuntos, asombrando
á cuantos las leían y haciendo lamentarse á los amantes de las letras
patrias de que las ocupaciones y trabajos del ministerio pastoral
impidiesen el correr de aquella pluma, que por la forma en el decir
parecía movida por uno de nuestros mejores clásicos.
Él estableció las Conferencias
de San Vicente do Paúl y el catecismo de los niños, que por si mismo
explicaba durante el Santo tiempo de Adviento; él fundó escuelas
dominicales y de adultos, cediendo para esto locales de su propio
Palacio y sosteniéndolas con los escasos fondos de que podía disponer.
Amante de las artes y de la historia no economizó fatigas ni trabajos
hasta conseguir del Gobierno de Su Majestad se le cediese el histórico
Convento de Dominicos de Santo Tomás, antigua Universidad, fundada por
los Reyes Católicos, riquísima joya artística, que se hallaba
escandalosamente profanada, amenazando inminente ruina, empleando en su
restauración cuantos recursos propios y extraños halló á mano. El obtuvo
del Gobierno los bienes con que actualmente se sostienen los seis
Capellanes de la Colegiata de San Segundo; fundó seis Capellanías para
sostener el culto de Santa Teresa, de cuya Santa era devotísimo, tanto,
que el Pontífice Pío IX le llamaba el Obispo de Santa Teresa; atendió
con especial cuidado al Seminario organizando los estudios y procurando
la observancia de la disciplina.
Su Palacio era una hospedería
común, sobre todo para personas religiosas, viviéndose en él con una
modestia. y humildad acomodada al carácter religioso del Prelado.
Fué á Roma en tres distintas
ocasiones siendo Obispo de Ávila; á saber, el 1862 con motivo de la
canonización do los mártires del Japón; en 1867 con ocasión de las
solemnísimas fiestas del centenario de San Pedro; y en 1869 al Concilio
Vaticano, recibiendo siempre del inmortal Pontífice Pío IX inequívocas
muestras de singular aprecio. Estraña verdaderamente que un hombre tan
grande, que poseía el latín con la mayor perfección, y cuyos
conocimientos teológicos, unidos á su arrebatadora oratoria, le hubieran
hecho aparecer como una de las primeras figuras de la augusta asamblea,
no tornase la palabra ni pronunciase discurso alguno en las sesiones
públicas, lo cual es debido al concepto que él tenía formado de la labor
que los Padres debían desempeñar y que se expresa perfectamente en esta
frase, que solía pronunciar cuando se le decía por qué no hablaba:”pero
que, ¿hemos venido a disertar?” Sin embargo, cuéntase que reunidos los
Padres Conciliaros Dominicos por un ilustre señor extranjero, y
conociendo el Obispo de Ávila de qué se trataba, habló con tanta
elocuencia en latín y marcó con tal precisión el camino que los
Dominicos debían seguir en el Concilio, que el Padre General, dijo:
“pienso y creo como el Sr. Obispo de Ávila”, y desde entonces se dijo de
él en Roma: egregie loquitur latine Episcopus Abulensis.
Su pobreza fué tal, que, para poder permanecer en Roma durante el
Concilio, tuvo necesidad de vender algunos muebles de su Palacio.
Su amor á la Santa Sede y á la
Reina D.ª Isabel II salta no sólo en sus pastorales sino en multitud de
documentos reservados, dirigidos á esta Augusta Señora, pidiéndola
defendiese la independencia de la Santa Sede, que no reconociese al
Gobierno de Italia, y pronosticándola que si lo hacia sufriría ella y el
reino fatales consecuencias, como así en efecto sucedió. Buena prueba de
esto son las siguientes frases de una carta dirigida á la Vizcondesa de
Jorbndán :
“Cuando vea á aquella Señora (la Reina) dígala que cuándo quiere
favorecer de veras al Santo Padre. La picara política todo lo corrompe”.
Esta misma lealtad y franqueza en el hablar le granjeó el aprecio de Su
Santidad y de la Reina, quienes consultaban con el Obispo de Ávila los
más arduos asuntos de la Iglesia y del Estado.
Así continuaba entre sus
queridos avileses, como padre amoroso en medio de amantes hijos,
pensando en abandonar la pesada carga del Episcopado y retirarse á un
Convento de Dominicos, aunque fuese en el mismo Ávila, cuyo Convento de
Santo Tomás acababa de entregar á los misioneros de Filipinas, cuando
se vio obligado, por expreso deseo de Su Santidad, á aceptar el
Arzobispado de Valladolid, para el que fue presentado por Real Decreto
de 5 de .Julio de 1875, siendo preconizado en el Consistorio celebrado
el 17 de Septiembre.
Si Ávila sintió este
nombramiento, cual si se tratara de la pérdida mayor, el Sr. Blanco
experimentó el más profundo pesar al tenerse que separar de un pueblo
que amaba como suyo, que constituía todos sus encantos, y el único que
deseaba regir como Prelado, soñando siempre con retirarse á un convento
de su orden cuyo pensamiento se avivó más desde el momento en que sus
hermanos de hábito ocuparon el antiguo de Santo Tomás;
todo
lo cual apenaba profundísimamente su alma, cuya pena
se aumentaba al sentirse delicado, achacoso, gastado, casi inútil, y
trasladado á una silla Metropolitana de la importancia de Valladolid.
Habiendo recibido en Madrid la
imposición del Sagrado Palio de manos del Sr. Nuncio de Su Santidad,
tomó posesión por poder el día 28 de Diciembre de 1875, siendo su
apoderado el Deán Dr. D. Antonio López Quiroga.
El 25 de Enero del año siguiente
llegó á esta Ciudad, hospedándose en el Convento de Filipinos,
haciendo su entrada solemne el día 28 á las once de la mañana, siendo
recibido con un entusiasmo verdaderamente extraordinario por el pueblo
de Valladolid, que conocía las singularísimas dotes de ciencia y virtud
que adornaban al nuevo Prelado.
Bien fuese por el estado
delicado de su salud, bien por lo crudo y áspero de este clima, bien
porque no encontraba aquí los recursos de que disponía en Ávila para
atender á las necesidades de la Iglesia, del clero y de los pobres, es
lo cierto que ya apenas levantó la cabeza y que aquel espíritu fuerte y
varonil parecía estar en vísperas de su agonía.
A pesar de este estado no dejó
de trabajar y realizar no pocas obras durante su corto Pontificado. En
Febrero dc 1875 elevó á Su Majestad una magnífica exposición pidiendo la
unidad Católica en nuestra Patria, cuyo documento es el monumento más
razonado y magnifico que puede levantarse en favor de esta joya, cuya
pérdida fué el principio de nuestro decaimiento nacional, é iba firmado
por él y por todos los sufragáneos de la provincia eclesiástica. Y ya
que de documentos tratamos no pueden olvidarse las famosísimas
Pastorales de entrada; sobre la Cuaresma el año 1877 y sobre todo
la que publicó con motivo de la alocución luctuosis dc S.S. Pío
IX.
En 1876 quiso volver á Roma
presidiendo la peregrinación de Santa Teresa, pero sus achaques so lo
impidieron. Visitó gran parte de la Diócesis; hizo concurso general para
la provisión de curatos en el año 1877, y en Octubre de este mismo año
fue á Alba de Tormes á visitar el sepulcro de Santa Teresa. Aunque tan
delicado de salud, predicó alguna vez en la Catedral, asombrando á
cuantos tuvieron la dicha de escucharle; estaba constantemente ocupado
en resolver gravísimas consultas que le hacia el Papa. Pío IX fiado en
su gran valer y prudencia, y para cuyo estudio, más de una vez, se
retiró á Tordesillas, huyendo de las forzosas distracciones de la
capital.
Como premio á sus merecimientos
indicósele para la Sagrada Púrpura, mas él, humildísimo, replicó que no
aceptaría, tal honor mientras no fuera antes revestido de tan elevada
dignidad su hermano de religión el Sr. García Gil, Arzobispo de
Zaragoza, también Dominico, idea que fué aceptada por la Santa Sede y el
Gobierno, proponiendo entonces al Sr. García Gil, con ánimo do elevar al
Sr. Blanco en la primer vacante, lo que no llegó á suceder por haberle
sorprendido la muerte.
En Junio de 1876 celebróse en la
catedral un solemnisimo triduo, durante la octava del Corpus, con motivo
del trigésimo aniversario del pontificado de Pío IX.
En Noviembre de 1877 se
celebraron por disposición del Prelado solemnes misiones en la
Catedral, que fueron sumamente concurridas y produjeron muy saludable
fruto.
En Febrero de 1878 celebráronse
tres días de solemnísimos funerales por el eterno descanso del alma del
inmortal Pontífice de la. Inmaculada, celebrando de Pontifical el tercer
día el Sr. Arzobispo y teniendo la oración fúnebre el entonces
Magistral, Dr. D. Andrés Die Peseetto.
Pasados estos, se hicieron
públicas rogativas, pro eligendo Surnmo Pontifice trayendo
procesionalmente la Virgen de San Lorenzo á la. Catedral, á donde
acudieron las parroquias con los acostumbrados rosarios.
Al ser elegido Pontífice León
XIII, A más de la función de acción de gracias con Misa y Te-Deum,
el Prelado escribió un elegantísimo mensaje latino felicitando al nuevo
Papa en su nombre, en el del Cabildo, clero y pueblo.
Durante el pontificado del Sr.
Blanco continuaron las obras de. la torre, contribuyendo á ellas el
Prelado. Apenas el gran León XIII publicó su famosa Encíclica Æiterni
Patris, recomendando el estudio de la. doctrina de Santo Tomás así
en filosofía corno en teología, el Sr. Blanco, entusiasta del Angélico
Doctor procuró que su Seminario fuese de los primeros que pusiesen en
práctica los deseos del Pontífice, y al efecto ordenó se estudiase la
Summa theologica; estudio que produjo grandes resultados, merced á
la laboriosidad del distinguido Profesor Dr. D. Mariano Cidad Olmos.
Sumamente delicado de salud,
presintió la proximidad de su muerte, que manifestaba á cuantos le
trataban con alguna confianza; y no se equivocó, pues el día 4 de Junio
de 1881 sufrió un ataque celebral, recibiendo con gran fervor en la
tarde del siguiente día el Santo Viático que se le administró con todo
el aparato debido á este acto, y los demás auxilios espirituales,
falleciendo el día 6 A las 5’50 de la mañana.
Embalsamado su cadáver y
revestido de los ornamentos pontificales, se expuso al público en el
salón de Palacio, convertido en Capilla ardiente, desfilando ante él
todo Valladolid, que no había podido gustar las prendas de tan gran
pastor, ignorando la joya que esta Diócesis y la Iglesia toda perdía con
esta muerte.
El día 8 por la mañana tuvo
lugar el funeral de cuerpo presente, en el que ofició de Pontifical el
malogrado primer Obispo de Madrid-Alcalá, Excelentísimo Sr. Dr. D.
Narciso Martínez Izquierdo, que por entonces lo era de Salamanca, y
pronunciando la Oración fúnebre el citado Magistral, Sr. Die Pescetto.
Acto
seguido se le dió sepultura en la nave del Santísimo Cristo, frente á
la. Capilla de San Fernando, donde descansan sus restos bajo la
siguiente inscripción:
Los herederos donaron á esta Iglesia un ejemplar del
Bullario magno
con destino A la Biblioteca
capitular.
El libro “La
Venerable Sacramento, Vizcondesa de Jorbalán, fundadora de las
Señoras adoratrices”, por el Obispo de Salamanca
D. Tomás Cámara y Castro.
Tom. 2º, lib. 3º, cap. 16, pág. 2O2. Salamanca,1902.
|
|